Un día, un esposo le dijo a su esposa: “Ven, vamos a recoger frutas”. Ambos se adentraron en el monte, y él comenzó a subir a los árboles, mientras ella lo esperaba abajo para recoger las frutas que él tiraba.
Mientras estaba allí arriba, el taparrabos del esposo se rompió, dejándolo completamente desnudo. Al verlo así, la esposa comenzó a reírse, y, a medida que sus carcajadas se volvían más estruendosas, la rabia del esposo aumentaba. “¡Cállate, cállate!”, le gritaba él. De repente, miró hacia abajo y notó cómo, gajo por gajo, hebra por hebra, el cabello de su esposa se caía, mientras parecía que su cabeza se partía por la mitad.
El llanto se confundía ahora con la risa, pero el esposo, en lugar de detener su búsqueda, empezó a lanzar las frutas cada vez más lejos para que ella corriera a recogerlas, dándole así la oportunidad de escapar de aquel monstruo que, momentos antes, había sido su esposa.
Él corría acompañado por el miedo y la ira, y cuando su esposa comenzó a perseguirlo, aceleró el paso, dejándola atrás, en medio de los árboles y la maleza, castigada por los dioses por haberse reído de su esposo.
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Esa es la historia de Kiraparamia, una figura mitológica que hace parte de la tradición oral del pueblo Emberá Chamí. Este es el mismo mito que Irati Dojura Landa Yagarí conoció en la escuela cuando tenía siete años.
En una obra de teatro realizada por estudiantes de Karmata Rúa, un resguardo indígena ubicado en el suroeste antioqueño, Irati vio como una mujer de cuerpo azul con cabello de medias veladas corría tras su esposo, mientras él huía del monstruo en el que ella se había transformado. 18 años después, ella aún recuerda esa imagen y la frase con la que su mamá le resumió la historia de Kiraparamia: ella fue castigada por reírse de su marido.
“A mí eso me inquietó mucho porque en ese momento no entendí por qué mientras la niña que interpretaba a Kiraparamia lloraba, todos los demás se estaban riendo”, cuenta Irati.
Ese momento lo cambió todo, la inspiró: cuando estaba a punto de terminar la universidad decidió que había llegado la hora de contar su propia versión de ese mito que hace parte de su pueblo, pero también de su infancia. Irati estudió el pregrado de Comunicación Audiovisual Multimedia en la Universidad de Antioquia, donde comenzó a materializar Akababuru: expresión de asombro, la única producción 100% colombiana que está compitiendo en el Festival Internacional de Cine de Berlín, Berlinale 2025, uno de los más importantes de la industria cinematográfica.
Para su trabajo de grado retomó esa inquietud que llegó a los siete años y comenzó a hacerse más preguntas sobre qué y quién era Kiraparamia para ella. Para eso, al mismo tiempo, era inevitable no comprender lo que simbolizaba esta mujer mítica para su comunidad.
El resguardo Karmata Rúa, que quiere decir tierra de pringamosa, está ubicado entre los municipios de Andes y Jardín, y allí habitan casi 2.000 personas y más de 500 familias de la comunidad indígena Emberá Chamí.
La historia de Kiraparamia, al igual que todo relato que hace parte de la tradición oral de una comunidad, se deforma constantemente al ritmo de la voz de cada uno de los narradores que la transmite. Por eso, y por la fugacidad de la palabra hablada, es que son pocos los escritos o dibujos sobre este mito. Por eso, Irati comenzó a preguntarles a algunos miembros de su comunidad sobre lo que recordaban de esta figura mitológica.
Fueron varias las versiones que conoció sobre Kiraparamia. En una su nombre era Boroebasi –que quiere decir mujer sin cabeza–, en otra su marido desde el árbol le gritaba: “¡Porquería!, ¿por qué te ríes de mí?” y otro hablaba sobre el castigo físico que había recibido la mujer, que había quedado rapada, fea, todo por haberse reído de la desnudez de su esposo.
De esas conversaciones, la directora de Akababuru: expresión de asombro recuerda una que la marcó mucho: fue la de un hombre que, después de relatar toda su versión del mito de Kiraparamia, le dijo: “Uy, Irati, al final la historia de Kiraparamia es como muy lastimosa, ¿cierto? ¡Qué pecao!”. Ella lo comprendió porque, en realidad, también pensaba lo mismo. Y es que desde que conoció el mito, la interpretación de Irati siempre había sido diferente porque en su versión la culpa femenina no existía. Eso fue lo que llevó a la pantalla.
Akababuru: expresión de asombro es un cortometraje de 13 minutos que cuenta la historia de Kari, una niña indígena de 8 años que tiene miedo a reír. Una de sus vecinas le cuenta la historia de Kiraparamia, pero con un final diferente al que conoció Irati cuando tenía esa misma edad. A partir de ahí, la niña, que solía cubrir su boca cuando reía a carcajadas, se da cuenta que no debe ocultar su sonrisa. Gracias a su amiga, Kari comprende que la risa no es ofensa que debe ser castigada, sino un símbolo de libertad femenina.
Esta producción inició en 2022 con un apoyo económico del Comité de Desarrollo de Investigación de la Universidad de Antioquia, el cual permitió que Irati realizara un adelanto del proyecto. Luego, con el objetivo de obtener los fondos para el cortometraje completo, junto a otros compañeros de la Universidad, comenzó a buscar alternativas de financiamiento.
Una de ellas fue aplicar al Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), una iniciativa pública administrada por Proimágenes que se dedica a financiar proyectos audiovisuales. Akababuru: expresión de asombro recibió este estímulo y, a partir de ahí, comenzó a obtener otros reconocimientos y ayudas económicas del gremio: participó en Originarios Lab, un espacio de asesoría de producción y dirección realizado en el Festival de Cine Latinoamericano en Lenguas Originarias; ganó la Beca de Jóvenes Indígenas de la organización Cultural Survival y participó en el Mercado Audiovisual de Bogotá (BAM), donde ganó el premio otorgado por la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba, entre otros reconocimientos.
Durante este proceso también nació Luminti, un colectivo de creación audiovisual con enfoque social del que Irati y Laura Giraldo Mira, la productora del corto, son cofundadoras. Esta organización ha trabajado con personas desplazadas, comunidades indígenas y jóvenes campesinos, con quienes han realizado contenidos como pódcasts o filminutos sobre temas como el territorio y la identidad.
Laura asegura que el mayor reto para llevar a cabo este proyecto fue conseguir el financiamiento para toda la producción. Además, señala que esta también fue posible gracias al equipo que lograron consolidar: en este proyecto trabajaron 20 estudiantes de la Universidad de Antioquia y varios miembros de la comunidad indígena de Karmata Rúa que cuentan con experiencia en realización audiovisual.
“Irati tuvo la ambición de hacer esto con un equipo mixto entre capunias, o sea, personas no indígenas, y habitantes de su territorio. Hicimos esa mezcla para que en todo el proceso siempre hubiera un balance y todos participaran en la producción”, cuenta Giraldo.
El elenco de Akababuru: expresión de asombro, realizado completamente en la lengua de los emberá chamí, está conformado especialmente por niños. Todos los actores son de Karmata Rúa, y para la selección y preparación de ellos, la directora estuvo seis meses entrenándolos.
Este cortometraje tiene escenas de live action y también cuenta con animación, la cual fue realizada con stop-motion, una técnica que crea la ilusión del movimiento gracias a la unión de múltiples imágenes estáticas. En esta producción hay una mezcla de recursos visuales que tienen un profundo significado en la comunidad indígena de la que hace parte Irati: las cháquiras son uno de los elementos principales, ya que estos accesorios cuentan una historia particular de acuerdo a su forma y color.
Finalmente, Akababuru: expresión de asombro es la resignificación de uno de tantos mitos que coloca en la mujer la gran culpa original. En esta nueva versión, cargada de fantasía y realismo mágico, Kiraparamia no es monstruo, sino diosa: un ser espiritual que hace parte de la naturaleza y que no incita temor a reír, sino que muestra que la sonrisa es libertad.
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Gracias a esta historia, Irati se convirtió en la primera directora indígena cuyo trabajo haya sido nominado al Festival Internacional de Cine de Berlín, el cual tiene 75 años de historia.
La Berlinale será entre el 13 y el 24 de febrero, fechas en las que estarán la directora y productora de este corto representando a Colombia. Esta producción está compitiendo por el Oso, el galardón del Festival, en la selección Generation, la cual se enfoca en las historias realizadas por jóvenes realizadores sobre las vidas de niños y adolescentes a lo largo del mundo. De Latinoamérica también están concursando cortometrajes de Brasil, Chile y Cuba.
En el Festival se estrenará Akababuru: expresión de asombro, el cual también se proyectará en Colombia. Irati y Laura, junto al Colectivo Luminti, se encuentran planeando el recorrido que realizará el cortometraje en el país. La idea es que la difusión se realice en varias zonas de Colombia, pero que especialmente pueda mostrarse en algunas de las comunidades indígenas del país.
Para la directora esto es un logro histórico, ya que es producto del trabajo que los realizadores audiovisuales indígenas colombianos han hecho en los últimos años. Irati considera que es inminente que el cine que viene de estos territorios tenga algún tipo de denuncia o evidencie alguna problemática. “Me enorgullece que se hayan fijado en una historia que viene de un territorio y que cuenta una narrativa muy diferente, que sea en lengua embera chamí y que rescate uno de los personajes mitológicos de mi comunidad”, cuenta Irati.
A pesar que este cortometraje es el único con producción 100% colombiana participando en el Festival, hay otro compitiendo en la misma selección que es una producción colombiana, chilena y brasilera. Se trata de Atardecer en América, un corto de 18 minutos que cuenta la historia de Bárbara, una joven de 15 años que atraviesa Sudamérica huyendo de la crisis en Venezuela. Dirigido por el chileno Matías Rojas Valencia, la producción estuvo a cargo de Francoise Nieto-Fong, cineasta colombiana.
En Berlinale Talents, un programa de formación de talentos del Festival, también estarán presentes directores colombianos. En este espacio, que busca formar y conectar cineastas de todas las nacionalidades, estarán los realizadores Mariana Saffon, Theo Montoya y Clare F. Weiskopf, además de la crítica de cine Laura Arias.
Cortesía de El Colombiano
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