Tras emerger de la cueva celestial, Amaterasu, la diosa del sol, iluminó el mundo y estableció el orden divino. Como progenitora de la familia imperial, su luz continúa guiando al pueblo japonés, recordándoles su origen celestial y la importancia de la armonía.
Como la deidad más venerada del sintoísmo, la bella diosa del sol naciente, es la fuente de toda luz y vida en Japón. Fundadora de la línea imperial, su influencia divina guía y protege al pueblo japonés y armoniza el bien y el mal, otorgándoles un sentido de identidad y propósito.
La morada de Amaterasu
El santuario de Ise, localizado en la zona centro de la prefectura de Mie, es considerado el lugar más sagrado de Japón. Desde hace cientos de años, sus verdes parajes y templos han sido el destino de peregrinación por excelencia de los practicantes del sintoísmo, una religión de origen nipón.
Aunque en él se rinde culto a cerca de un centenar de kamis –un tipo de divinidad o espíritu–, su relevancia reside en que es la morada de Amaterasu Ō-Mikami, la deidad más importante del panteón sintoísta, gobernante del cielo y representante del sol.
El origen de los kamis
A diferencia de Europa o Latinoamérica, donde el cristianismo desplazó las creencias y los dioses locales, la religión autóctona japonesa, el sintoísmo o Kami no Michi –que puede traducirse como ‘el camino de los dioses’–, sigue vigente en nuestros días.
Sus orígenes se remontan hasta el periodo Yayoi, que abarca unos 550 años –desde el 300 a. C. al 250–, durante el cual se desarrolló el cultivo de arroz. Dicha práctica trajo consigo la creación de los rituales agrarios para asegurar la abundancia de las cosechas y el inicio del culto a los kamis, término con el que también se nombra a las entidades con poderes superiores, como pueden ser un río, una montaña, los antepasados e incluso el mismo emperador –o tenno, que significa ‘soberano celestial’–. Esto responde a la fascinación y el temor que los fenómenos naturales causaron sobre los antiguos clanes que poblaron el archipiélago.
De acuerdo con los mitos nipones, dos de estos seres, el varón Izanagi y la mujer Izanami, fueron los creadores del mundo. Esta leyenda aparece por primera vez en el Kojiki (Registro de hechos antiguos), escrito en el año 712, y posteriormente en el Nihon Shoki (Crónica de Japón), compilado en el 720, los libros más antiguos en los que se relatan la historia y cultura japonesa primitivas.
Amaterasu, a partir de un parto ocular
La pareja divina compuesta por Izanagi e Izanami engendró a muchas deidades, pero al concebir a Kagutsuchi, el kami del fuego, ella falleció. Furioso, su esposo fue a rescatarla al mundo de los muertos, pero falló estrepitosamente, e Izanami se convirtió en la señora de la muerte.
Debido a que permaneció en contacto con lo no vivo, Izanagi tuvo que someterse a un ritual de purificación en el río y, cuando procedió a lavarse el ojo izquierdo –en algunas fuentes se menciona que es el derecho–, de él emergió una hermosa deidad: Amaterasu, la kami solar de la que emana la luz y a quien su padre legó el dominio del cielo y del Takamagahara, la ‘alta llanura celestial’.
El sol femenino y suave
El papel del sol como diosa en lugar de un dios resulta poco común. Por ejemplo, entre los egipcios, los griegos y los mexicas, el sol era representado como varón debido al predominio masculino, y ostentaba un lugar importante en sus respectivas mitologías. Si bien en este caso se cumple la última parte del estereotipo –dado su papel principal entre los dioses sintoístas–, Amaterasu no es una diosa pasional o guerrera, como lo es, por ejemplo, Ishtar, divinidad de los babilonios, a quien se llegó a tomar como la personificación de varios astros, entre ellos el sol.
El historiador Arthur Cotterell, especialista en civilizaciones antiguas y mitos, señala en su Diccionario de mitología universal (1979) que Amaterasu es “una diosa bella, benigna, compasiva y suave”. Para él, la megami (femenino de kami), como representante solar, constituye la “supervivencia del estadio más arcaico de la mitología mundial”, es decir, el de la estructura matriarcal, que pudo producirse durante la prehistoria japonesa y cuyos remanentes habrían dotado a esta figura de su prominencia dentro del sintoísmo.
El lado apacible en un duelo
El carácter apacible y delicado de la diosa queda demostrado en la leyenda de la cueva. En esta se narra que su impetuoso hermano Susanoo –kami de las tormentas, que nació de la nariz de Izanagi– la retó a comprobar cuál de los dos era capaz de crear más dioses. Ambos se consideraron ganadores, lo que provocó la ira de Susanoo, que causó enormes destrozos en el palacio de su hermana.
La gota que colmó el vaso fue el asesinato del caballo celestial de Amaterasu. Pero esta, en lugar de luchar, decidió esconderse en una gruta, lo que provocó que el sol no saliera y el mundo se cubriera de tinieblas. Los ocho millones de kamis intentaron convencerla de abandonar su encierro, pero ella, horrorizada y furiosa por la conducta de Susanoo, se negó.
Usando el espejo sagrado (Yata no Kagami), la música y el baile de Ama no Uzume, kami de la felicidad, la fertilidad y la danza, lograron incitar la curiosidad de Amaterasu y hacerla salir, con lo que la luz regresó al cielo y a la tierra.
Sin poderes absolutos
A diferencia de los dioses de otras religiones, como la cristiana, los poderes de Amaterasu no son absolutos ni omnipotentes. Para los japoneses, simboliza una presencia tranquila que se encarga de armonizar a los miles de kamis buenos y malévolos que pueblan el imaginario sintoísta. Se cree que su “luz protectora bendice todo lo que toca”.
Se le atribuye la creación de los campos de arroz, del arte de tejer y de la sericicultura, así como del cultivo del trigo –importantes actividades dentro de la economía nipona–, y por ello no es de sorprender que se la vea como un símbolo protector de su pueblo.
Con el transcurrir de las generaciones, los descendientes de Amaterasu se convirtieron en los tenno o emperadores japoneses, quienes por linaje divino tenían el derecho de regir entre los hombres; en este contexto, el tenno era visto como deidad viviente, máximo símbolo de la nación japonesa.
Los mitos para legitimizar gobernantes
Sin duda, para la familia imperial ser los herederos de una diosa tan importante tuvo una influencia positiva que les permitió establecerse y mantener el poder desde el ascenso del emperador Jimmu –en el año 660 a. C. aproximadamente, aunque algunos investigadores opinan que pudo tratarse de un personaje mítico– hasta el actual emperador Akihito, que nació en 1933.
El historiador John Whitney Hall (1916-1997), pionero en el campo de los estudios nipones, considera que el uso de los mitos antiguos para la legitimación de los gobernantes también fue determinante para la construcción de la unidad nacional japonesa en el periodo Yamato (del año 250 al 710), cuando en el territorio del mismo nombre apareció un poderoso grupo de familias que deseaba unificar la nación, liderados por el linaje del sol.
Tener a Amaterasu como mediadora y recuerdo constante de su legitimidad sobre el pueblo les permitió fomentar el proceso de unidad cultural, que ayudó a mantener la hegemonía del imperio sin poner en riesgo su soberanía.
Comparaciones con otras deidades solares en diferentes culturas
Amaterasu, la diosa del sol japonesa, comparte con deidades solares de otras culturas, como Ra de Egipto, Helios de Grecia, Tonatiuh de los aztecas e Inti de los incas, la representación del poder, la luz y la vida. Todas estas divinidades son vistas como creadores y gobernantes de los cielos, y se les atribuyen poderes sobrenaturales. Sin embargo, cada una tiene características únicas que reflejan las creencias y valores de su cultura de origen.
Mientras Amaterasu se asocia con la naturaleza y la armonía, Ra tiene una connotación más cósmica; Helios es una figura más distante, y Tonatiuh es una deidad guerrera. Estas diferencias subrayan la diversidad de las creencias humanas sobre el sol y su papel en el universo.
Las deidades solares, como Amaterasu, Ra, Helios, Tonatiuh e Inti, han desempeñado un papel fundamental en las mitologías y religiones de diversas culturas. Su asociación con la luz, el calor y la vida las ha convertido en figuras centrales de adoración y veneración. A pesar de las diferencias en sus mitos y representaciones, todas estas deidades comparten la función de otorgar orden al cosmos y de ser una fuente de inspiración para sus seguidores.
Amaterasu en la cultura popular
Amaterasu, la luminosa diosa del sol en la mitología japonesa, ha trascendido su origen religioso para convertirse en un símbolo versátil en la cultura popular contemporánea. Desde su representación majestuosa en el arte tradicional hasta su reinvención como una diosa lobo en videojuegos como “Okami”, la figura de Amaterasu ha inspirado a artistas y creadores de diversas disciplinas.
La influencia de Amaterasu se extiende más allá de las fronteras de Japón. Su imagen como diosa solar poderosa y protectora ha resonado con artistas y creadores de todo el mundo, quienes la han adoptado como una figura inspiradora.
Desde su representación en videojuegos como “Okami” hasta su aparición en obras de arte y literatura, Amaterasu se ha convertido en un arquetipo universal de la divinidad femenina y la fuerza de la naturaleza. Su capacidad para adaptarse a diferentes contextos y culturas demuestra su perdurable atractivo y relevancia.
Referencias
- Carter, S. G. (2001). Amaterasu-O-Mi-Kami: Past and present. An exploration of the Japanese Sun Goddess from a Western feminist perspective. California Institute of Integral Studies.
- Cotterell, A. (1988). Diccionario de mitología universal. Editorial Ariel.
- Santa Cruz, A. M. (2018). El Kojiki y los mitos del Japón. Japón en Córdoba: de un paso al otro lado del mundo, 14-23. doi: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6012465
- Trujillo Dennis, A. (2018). La diosa Amaterasu Omikami y su representación en las artes visuales en el Japón de la primera mitad del siglo XX. doi: http://hdl.handle.net/11531/27366
Cortesía de Muy Interesante
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