Se habla a menudo de películas de actores, son filmes cuyas tramas se centran precisamente en la capacidad que tienen sus intérpretes para hacerla valedera, convincente. Que nos compra, digamos. La historia, lacrimógena en el buen sentido, de El tiempo que tenemos no sería lo que es si estos dos grandes actores que son Andrew Garfield y Florence Pugh.
Es un drama romántico, del tipo Diario de una pasión (The Notebook) -y habiendo escrito esto, sé que varias lectoras ya serán futuras espectadoras del filme-, en la que la historia de la pareja protagónica tendrá idas y vueltas, y no solamente en lo que respecta a su relación amorosa. Hay idas y vueltas en el tiempo -quizá, demasiadas-.
La película arranca y nos enteramos junto a los protagonistas del diagnóstico de cáncer galopante de Almut (Pugh). Ella será directa, sincera con su compañero Tobias (Garfield). Le plantea un camino que se abre en dos: viven seis meses de una vida maravillosa, sabiendo de antemano el final los espera, o pasan un año “miserable” de quimioterapia, que de todas maneras no les garantiza que resulte bien.
No vamos a adelantar la decisión de Almut, pero solamente digamos que el tema de la eutanasia, que plantea La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, estrenada aquí hace una semana, no es el eje central.
Aquí lo importante es la relación de pareja, que además tiene una criatura.
El guion de Nick Payne (La última carta de amor) a partir de entonces rebotará como una pelota en el tiempo, con no dos ni tres, sino cuatro líneas temporales. Así es que Almut, que es chef profesional, decide participar en una competencia de cocina para lograr un último logro en su vida, pero no le dice nada a Tobias. Se lo oculta no por egoísta, sino porque sabe que él no toleraría que ella sufriera más stress que el que está teniendo.
Y de ahí vamos al pasado, cuando se conocieron, se cruzaron y chocaron, dicho esto de manera literal: ella lo atropelló con su auto. Luego nos enteraremos de que Almut ya tuvo cáncer una vez, y ahí surge el tema de que tal vez nunca tengan hijos (el cáncer de Almut es de ovarios). Pero la veremos embarazadísima: la escena en la que dan a luz es para no perdérsela.
Este, llamémosle, desorden cronológico premeditado, obliga al espectador a no parpadear demasiado. No hay intertítulos, ni fechas ni nada que nos ayude a entender cuándo pasa qué cosa, salvo por el estado de embarazo de Almut o su cabeza rapada al ras por el tratamiento que hace.
La expresión de los ojos de Andrew Garfield
El director irlandés John Crowley (la muy buena Brooklyn y El jilguero, lo que no sé si es un buen antecedente), ¿lo hace como una manera de reflejar lo que pasa por la cabeza de alguien, que intuye que le llega el final, y así los recuerdos se abarrotan desordenadamente?
Si Plugh, que está magnífica, lleva el peso de ser la protagonista que corre peligro de muerte, es Garfield el que quizá mejor exprese los sentimientos que se cruzan a su personaje. Mostrará tristeza, preocupación, enojo y esperanza -tal vez no en ese orden- con esos ojitos que ya le conocimos en varias de sus mejores películas (lo de la expresión de los ojos no era un arma demasiado utilizada cuando era el Hombre Araña, precisamente).
Las interpretaciones de ambos son puntillosas, con decisiones de actuación pequeñas, gestos y movimientos tal vez mínimos, pero muy precisos.
No olviden los pañuelos.
“El tiempo que tenemos”
Drama romántico. Gran Bretaña / Francia, 2024. Título original: “We Live in Time”. 108’, SAM 13. De: John Crowley. Con: Andrew Garfield, Florence Pugh, Grace Delaney, Lee Braithwaite. Salas: Hoyts Abasto y Unicenter, Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta, Houssay y Pilar, Showcase Belgrano, Norcenter y Haedo.
Cortesía de Clarín
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