
Diciembre siempre invita a hacer una pausa, levantar la mirada y revisar lo que realmente funcionó, y lo que no, en las empresas. Para las pymes, que representan una parte importante de la economía del país, 2025 fue un año intenso, desafiante y lleno de aprendizajes. A partir de conversaciones con equipos directivos, análisis de tendencias y el acompañamiento a distintos proyectos de transformación, se repiten ciertos patrones que vale la pena llevar a la mesa antes de iniciar 2026.
El primero tiene que ver con la claridad de prioridades. Muchas pymes iniciaron el año con una lista amplia de objetivos, intentando atender demasiados asuntos al mismo tiempo. La presión por crecer y competir las llevó a responder con urgencia, pero no siempre con intención. Esto terminó por fragmentar los esfuerzos, generar desgaste operativo y provocar decisiones reactivas. Lo que 2025 demostró es que la estrategia no avanza por acumulación de tareas, sino por elegir con precisión qué sí y qué no hacer.
Un segundo aprendizaje importante fue el límite de las estructuras centralizadas. En muchas pymes, las decisiones críticas siguen recayendo en una sola persona o en un círculo muy reducido. Eso vuelve a la organización más lenta, más vulnerable al error y sobre todo menos capaz de responder a un entorno que cambia rápido. Las empresas que obtuvieron mejores resultados fueron las que empezaron a abrir la toma de decisiones, permitiendo que ventas, operaciones, finanzas y talento participaran desde el diseño de la estrategia, no solo en su ejecución.
El tercer punto, y quizá uno de los más visibles durante el año, es la gestión del talento. En un contexto donde cambiaron las expectativas laborales, aumentó la rotación y creció la presión por productividad, muchos dejaron pendiente lo más básico: fortalecer el liderazgo interno, invertir en capacitación y aclarar los roles. Cuando los equipos no están alineados, aparecen los costos silenciosos: retrasos, retrabajos, fricción y decisiones tomadas sin información suficiente. El desempeño del negocio depende mucho más de la calidad de sus líderes que del tamaño de su presupuesto.
A esto se sumó otro patrón que marcó el año: la falta de revisiones oportunas. Varias empresas operaron todo 2025 con planes que habían dejado de hacer sentido desde el segundo trimestre. El mercado cambió, el comportamiento del cliente cambió, y en algunos casos la empresa cambió… pero la estrategia no. Por contraste, las organizaciones que mostraron resultados más sólidos fueron las que adoptaron revisiones trimestrales, con la disposición de ajustar el rumbo sin verlo como un fracaso, sino como parte del proceso.
Hacía 2026, estas lecciones no buscan señalar errores, sino abrir oportunidades concretas. Las pymes que quieran fortalecerse el próximo año tendrán que trabajar con una estrategia más enfocada, decisiones más compartidas y equipos mejor preparados. También necesitarán incorporar datos en su planeación y desarrollar la flexibilidad para corregir a tiempo. No se trata de hacer más, sino de operar con mayor intención, coherencia y capacidad de adaptación.
Si este año dejó algo claro, es que las pequeñas y medianas empresas que crecen no son las que intentan abarcarlo todo, sino las que construyen un ritmo consistente: priorizan, delegan, escuchan a su gente, revisan su rumbo y ajustan cuando es necesario. Ese será el verdadero diferenciador para 2026.
Cortesía de El Economista
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