
El comportamiento especulativo de los mercados financieros no es un indicativo de confianza en las políticas comerciales de Donald Trump, es el aprovechamiento por parte de algunos inversionistas de un río revuelto que deja ganancias en estos momentos.
Alguien se siente nervioso, suelta sus títulos y otro inversionista con más temple, o quizá con más información privilegiada, los levanta y hace ganancias importantes. Eso será todo un tema de investigación en el futuro.
Lo preocupante es que hoy Estados Unidos está bajo el mando de un Presidente que no argumenta bien su modelo proteccionista, que no tiene contrapesos políticos efectivos y que esa realidad de que una sola voz desestructurada controla los destinos de esa potencia es un pasivo para la confianza futura en ese país.
Y es que Trump ama los reflectores y ahora pasó de las tablas de los mandamientos arancelarios del Liberation Day a las cartas con amenazas personalizadas a los diferentes socios comerciales.
Los aranceles automotrices o siderúrgicos ya en vigor muestran estragos en la economía de ese país, pero lejos del caos económico que provocarían los impuestos a las importaciones generales y globales.
Por eso, los principales interesados en moderar los arranques de este populismo nacionalista son los propios empresarios estadounidenses.
Más allá de los importadores y exportadores, el comercio al menudeo sufriría un impacto grave por las presiones inflacionarias, muchos productores locales tienen insumos importados en su cadena y también pagarían sobreprecios.
Si las reacciones financieras han sido moderadas en este nuevo montaje de las cartas amenazantes de Trump es porque creen que aquello del TACO (Trump Always Chickens Out) derivará en algún arreglo menos radical.
Quedan 15 días antes de la entrada en vigor de estos aranceles, son dos semanas en las que se supone se lograrían acuerdos bilaterales para mitigar el porcentaje de impuestos de importación.
Es probable que todo termine en otra prórroga que tendrá el efecto de hacer permanente la incertidumbre y que cualquier acuerdo que se logre tenga como vigencia el tiempo que Trump, o sus políticas, se mantengan en el poder.
Pero también serán días de negociaciones menos comerciales y más en otros ámbitos que de forma abusiva el Presidente de Estados Unidos ha incrustado como condicionantes para el sector comercial.
En el caso específico de México el trabajo técnico de la Secretaría de Economía tiene poco que ver con las principales condiciones que impone La Casa Blanca.
No debería ser así, pero podría conseguir mejores resultados en la relación comercial bilateral Omar García Harfuch que Marcelo Ebrard, o bien ninguno de los dos si lo que está en medio es todo el ruido generado por los juicios a narcotraficantes en marcha.
Y si eventualmente todo queda en un castigo arancelario a México por temas no comerciales, sí debería haber una respuesta recíproca, pero no en espejo. Vamos, no tasar todos los productos estadounidenses, porque el efecto sería devastador para una economía en vías de recesión y con alta inflación como la mexicana.
Dardos bien dirigidos a productos sensibles para una clientela republicana podría tener mejores efectos al interior de ese país que es donde, al final, se vivirán las peores consecuencias de las políticas de su Presidente.
Cortesía de El Economista
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