Durante unas excavaciones arqueológicas en una pequeña isla frente a la costa atlántica de Marruecos, los arqueólogos hallaron algo desconcertante: fósiles marinos de la era de los dinosaurios, cuidadosamente almacenados entre restos romanos del siglo I d.C. ¿Qué hacían allí estos vestigios prehistóricos en un lugar donde nunca pudieron haberse formado?
Un hallazgo fuera de tiempo y lugar
La isla de Mogador, frente a la ciudad marroquí de Essaouira, es una masa de dunas fosilizadas del Pleistoceno, geológicamente joven, de apenas 2 millones de años. Sin embargo, en 2009, durante una excavación en un antiguo asentamiento romano, aparecieron dos fósiles de braquiópodos —criaturas marinas con conchas similares a las almejas— con una antigüedad estimada de entre 132 y 129 millones de años. Estos fósiles no solo no pertenecen a la isla, sino que proceden de una época en que los dinosaurios dominaban la Tierra y el Atlántico aún no separaba África de América.
Los restos fueron encontrados en una capa de desechos que contenía cerámica, vidrio y objetos metálicos de época romana. Curiosamente, no eran los únicos: en los años 60 se hallaron otros cuatro fósiles similares dentro de una ánfora en el mismo enclave romano. La especie ha sido identificada como Lamellaerhynchia rostriformis, típica del Hauteriviense, una etapa del Cretácico Inferior.

¿De dónde vinieron?
La pista geológica más cercana para encontrar estos fósiles se sitúa a unos 50 kilómetros al sureste, en la región comprendida entre Agadir y Essaouira. Allí, los afloramientos del Cretácico son ricos en este tipo de braquiópodos. No hay forma natural en la que estos fósiles hayan llegado a la isla, lo que implica necesariamente una acción humana: alguien los recogió, los transportó y los depositó cuidadosamente en el asentamiento romano de Mogador.
Lo más curioso es que los fósiles no muestran señales de haber sido tallados o manipulados, como si se hubieran conservado tal cual se recogieron. ¿Por qué entonces transportarlos con tanto esmero?
Fósiles como bienes rituales o mágicos
No es la primera vez que aparecen fósiles en contextos arqueológicos antiguos. Desde el Paleolítico, se sabe que los seres humanos han coleccionado fósiles no por su utilidad práctica, sino por razones simbólicas, espirituales o mágicas. En culturas antiguas, los fósiles fueron considerados amuletos, objetos de poder o incluso evidencias tangibles de criaturas míticas.
En este sentido, los fósiles de Mogador podrían haber sido utilizados como objetos rituales o talismanes con propiedades curativas o protectoras. Hay referencias históricas de cómo algunas culturas interpretaban estos objetos como símbolos de fertilidad o antídotos contra enfermedades. De hecho, los romanos ya usaban conchas fósiles como amuletos, y algunos autores clásicos atribuían propiedades mágicas a restos de criaturas marinas petrificadas.
No resulta descabellado pensar que los habitantes romanos de Mogador —una colonia costera remota pero conectada con rutas comerciales— pudieran haber dado un uso similar a estos braquiópodos fósiles.
¿Producto de intercambio?
Otra hipótesis es aún más intrigante. Mogador era un enclave comercial importante en la Antigüedad, con acceso a un puerto natural protegido por una laguna, y vinculado a redes de comercio fenicio y romano. La isla, conocida en fuentes clásicas como Cerne, fue identificada como un lugar donde se producía el valioso tinte púrpura a partir de moluscos, destinado a las élites del Imperio.
Los expertos creen que los fósiles podrían haber llegado hasta allí como parte de un intercambio comercial con pastores nómadas del interior marroquí, que recorrían las zonas montañosas donde se encuentran los yacimientos de braquiópodos. A cambio de sal, pescado o productos manufacturados, estos grupos podrían haber entregado a los romanos fósiles que, a sus ojos, poseían un valor simbólico o estético.
Una tercera posibilidad apunta a los comerciantes de madera de sandáraca, muy valorada por los romanos y también procedente de las regiones donde se encuentran los fósiles. Así, los fósiles habrían sido transportados como curiosidades naturales o incluso como ofrendas, junto con otros bienes exóticos.

Una historia que cambia nuestra visión del pasado
Este descubrimiento, detallado en un reciente estudio publicado en The Journal of Island and Coastal Archaeology, no solo amplía nuestro conocimiento sobre la vida cotidiana en las colonias romanas del norte de África, sino que reabre preguntas fascinantes sobre cómo los antiguos entendían el tiempo, la naturaleza y el mundo que los rodeaba.
A pesar de que los romanos desconocían la escala temporal geológica, no eran ajenos al poder simbólico de los objetos naturales. Los fósiles podrían haber representado para ellos algo mágico, sagrado o simplemente bello, digno de ser conservado. Que hayan llegado a Mogador y que se encuentren hoy entre restos de vajilla romana es una prueba silenciosa de una sensibilidad antigua que aún nos sorprende.
Además, el hecho de que estos fósiles aparecieran no en tumbas o templos, sino en contextos domésticos, sugiere una relación cotidiana con estos objetos. Tal vez adornaban hogares, se usaban como amuletos personales o formaban parte de rituales locales hoy perdidos en la bruma de la historia.
Lo que está claro es que este hallazgo, lejos de ser una mera curiosidad paleontológica, ofrece una ventana única al modo en que los antiguos romanos —y probablemente también los pueblos locales— miraban y reinterpretaron los vestigios del pasado profundo. En ese acto de recolectar, transportar y guardar fósiles, late un deseo profundamente humano: conectar con un mundo anterior, misterioso e inabarcable.
Cortesía de Muy Interesante
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