Arqueólogos descubren más de 100 estructuras prehistóricas en una cueva de Valencia: el hallazgo sugiere que hace más de 20.000 años los sapiens ya desarrollaban complejas prácticas simbólicas

En el corazón montañoso de Millares, un pequeño municipio del interior de Valencia, se esconde una cueva que, lejos de agotarse en sus secretos, parece tener la capacidad de reformular lo que creíamos saber sobre el uso simbólico y social de los espacios subterráneos en la Prehistoria europea. Se trata de la Cova Dones, una cavidad ya célebre por su arte rupestre paleolítico, y que ahora vuelve a centrar la atención del mundo arqueológico gracias a un hallazgo tan insólito como revelador: más de cien espeleofactos, es decir, estructuras prehistóricas construidas a partir de estalagmitas modificadas intencionalmente por el ser humano.

El descubrimiento, liderado por arqueólogos de las universidades de Alicante y Zaragoza dentro del marco del proyecto DONARQ, sitúa a la cueva como el segundo yacimiento más importante del mundo en esta categoría, solo superado por la cueva de Saint-Marcel, en Francia. No es una afirmación menor. Cova Dones se convierte así en uno de los enclaves clave para comprender cómo nuestros antepasados interactuaban con el interior de la tierra, no solo como refugio o lugar de tránsito, sino como espacio simbólico, ceremonial e incluso cosmológico.

Un puzzle de piedra con sentido ancestral

Los espeleofactos identificados en la Cova Dones no son simples fragmentos de piedra ni accidentes naturales. Se trata de elementos rotos, desplazados o agrupados en patrones que delatan una intencionalidad clara. Algunas de estas estructuras adoptan formas circulares o de anillos, y en varios casos se han observado recrecimientos de calcita sobre las fracturas, una pista que permite atribuir su manipulación a periodos prehistóricos. Es decir, estas intervenciones no son recientes, sino que fueron realizadas hace miles de años por sociedades que habitaban —o, más probablemente, visitaban con fines rituales— las entrañas de la montaña.

Lo más llamativo no es solo el número de estructuras —superior al centenar—, sino su distribución a lo largo de la cueva, lo que refuerza la idea de una ocupación planificada del espacio subterráneo. Los arqueólogos han podido confirmar la existencia de trayectos internos despejados, zonas organizadas e incluso estalagmitas desplazadas para facilitar el tránsito humano por determinadas áreas. La cueva no era un lugar improvisado: se pensó, se transformó, y se vivió de una manera que sugiere una relación compleja entre los humanos y el subsuelo.

Conjunto circular formado por estalagmitas reorganizadas deliberadamente en la cueva de Cova Dones
Conjunto circular formado por estalagmitas reorganizadas deliberadamente en la cueva de Cova Dones. Foto: Universidad de Alicante

La arqueología de las sombras: arte, santuario y simbolismo

El hallazgo de los espeleofactos no se produce en un vacío. Cova Dones ha sido en los últimos años un escenario continuo de descubrimientos de gran trascendencia. En 2023, la revista Antiquity publicó un estudio que situaba a esta cueva como el enclave con el mayor conjunto de arte rupestre paleolítico de la costa mediterránea oriental de la península Ibérica: más de un centenar de pinturas y grabados, datados en torno a los 24.000 años de antigüedad, que representan caballos, ciervas, uros y otros animales.

Pero la sorpresa fue aún mayor poco después, cuando se identificó en las profundidades de la cueva un santuario romano, con inscripciones en latín y una moneda del emperador Claudio, lo que demuestra que el uso ritual del lugar se prolongó miles de años después del Paleolítico. Este tipo de superposición histórica convierte a Cova Dones en un verdadero palimpsesto cultural subterráneo, donde cada época dejó su huella sin borrar del todo la anterior.

Ahora, con el descubrimiento de las estructuras de estalagmitas modificadas, el panorama se amplía aún más. Se refuerza la hipótesis de que el espacio subterráneo fue conceptualizado como un entorno cargado de significados, no como un simple recurso natural. Las similitudes con la cueva de Bruniquel, en Francia, donde los neandertales erigieron hace 175.000 años anillos de estalagmitas, hacen pensar en una continuidad simbólica que atraviesa los milenios.

Estalagmita fragmentada y recolocada estratégicamente para abrir paso en las profundidades de la cueva
Estalagmita fragmentada y recolocada estratégicamente para abrir paso en las profundidades de la cueva. Foto: Universidad de Alicante

¿Barandillas rituales o mapas de lo invisible?

Uno de los aspectos más intrigantes del hallazgo es la interpretación de la función de estas estructuras. ¿Se trata de barreras físicas para guiar el paso o marcar zonas? ¿Tienen un sentido puramente ritual? ¿O estamos ante un sistema de signos cuya lógica se nos escapa por completo? Los investigadores no descartan que algunas configuraciones sirvieran como referencias para moverse en la oscuridad, pero otras parecen construidas con una intención más ceremonial, quizá incluso cosmológica.

Es importante destacar que estas estructuras no aparecen al azar ni como fruto de una acumulación caótica, sino que siguen una lógica espacial que los expertos están empezando a descifrar mediante el análisis combinado de la morfología del karst, la disposición de los espeleofactos y las características de los sedimentos. Un ambicioso programa de dataciones por series de uranio, análisis de geomorfología y excavaciones microestratigráficas está ya en marcha para reconstruir no solo cuándo se realizaron las modificaciones, sino también cómo y por qué.

Virginia Barciela, investigadora de la Universidad de Alicante, observa de cerca una de las estructuras prehistóricas descubiertas en la Cova Dones
Virginia Barciela, investigadora de la Universidad de Alicante, observa de cerca una de las estructuras prehistóricas descubiertas en la Cova Dones. Foto: Universidad de Alicante

Un trabajo de precisión multidisciplinar

La investigación, tal como señala el comunicado oficial de la Universidad de Alicante —fuente principal de este reportaje—, ha reunido a un equipo altamente especializado. Virginia Barciela González, del Instituto Universitario de Investigación en Arqueología y Patrimonio Histórico (UA), y Aitor Ruiz-Redondo, del Instituto Universitario de Ciencias Ambientales de Aragón (Unizar), dirigen el proyecto DONARQ. Les acompaña una nómina de investigadores en geomática, tafonomía, epigrafía romana y arte prehistórico.

Entre ellos destaca el papel de Iñaki Intxaurbe Alberdi, investigador postdoctoral experto en la transformación del karst y procedente de las universidades del País Vasco y Burdeos. Su incorporación ha sido clave para identificar y clasificar las estructuras con rigor científico, especialmente en una cueva que supera los 500 metros de desarrollo y donde las condiciones de estudio no son precisamente fáciles.

La colaboración entre disciplinas, desde la geología hasta la arqueología simbólica, permite abordar el yacimiento no como un simple contenedor de objetos, sino como un ecosistema cultural subterráneo que fue modificado, habitado e interpretado por diversas comunidades a lo largo de miles de años.

Cortesía de Muy Interesante



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