La colina de l’Ermitage, en Alès (Gard), acaba de revelar un secreto enterrado desde hace más de dos milenios. Allí, entre terrazas agrícolas abandonadas y los cimientos de futuras viviendas, los arqueólogos del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (Inrap) han descubierto un excepcional mosaico romano, conservado en un estado casi milagroso. Este hallazgo no solo deslumbra por su belleza, sino que también ofrece nuevas claves sobre la organización arquitectónica y social de la ciudad durante la época romana.
El descubrimiento tuvo lugar durante unas excavaciones preventivas ordenadas por el Estado francés ante el inminente desarrollo urbano del terreno. Entre febrero y junio de 2025, el equipo liderado por Olivier Mignot exploró un área de 3.750 m² sobre las laderas del Ermitage, y lo que encontraron fue mucho más que un simple yacimiento. En total, afloraron al menos cuatro unidades domésticas excavadas parcialmente en la roca, un edificio monumental de 750 m² con fases constructivas sucesivas, un avanzado sistema hidráulico… y un mosaico que ya es considerado una de las más importantes hallazgos arqueológicos en la región en los últimos años.
Una casa romana con alma de palacio
Los indicios apuntan a que el edificio que albergaba el mosaico podría haber sido una domus, una lujosa residencia urbana romana, habitualmente ocupada por familias acomodadas. Los muros del edificio fueron levantados con piedras unidas por tierra, una técnica común en la arquitectura doméstica de época republicana. Inicialmente, los suelos eran de tierra batida, pero en una segunda fase se sustituyeron por pavimentos de mortero y decoraciones de mosaico.
Lo más sorprendente del hallazgo es la pieza central: un pavimento de 4,5 por 3,8 metros con un complejo diseño geométrico formado por teselas blancas, negras y algunas pintadas en un rojo profundo, posiblemente con cinabrio, un pigmento caro derivado del mercurio. La zona central presenta un entrelazado de formas geométricas que destaca por su dinamismo visual, rodeado por tres bandas blancas lisas que intrigan a los arqueólogos. ¿Podrían haber sido alcobas? ¿Espacios para banquetes o mobiliario? A un lado, un motivo de cruces blancas sobre fondo negro sugiere la posible presencia de una puerta o pasaje hacia otra estancia.
El nivel de conservación es extraordinario. Incluso permanecen visibles restos de pintura sobre las teselas, algo inusual en mosaicos de este tipo. En palabras de Philippe Mercoiret, especialista en mosaicos del museo de Saint-Romain-en-Gal, el siguiente paso será retirar cuidadosamente la pieza para su restauración y futura exposición. El propio municipio de Alès ya ha manifestado su intención de crear un espacio dedicado a la exhibición de estas joyas arqueológicas.

Tecnología y estética: los secretos constructivos
Pero esta historia no gira únicamente en torno a un mosaico. La intervención arqueológica reveló un sofisticado conocimiento técnico por parte de los antiguos constructores. Las viviendas excavadas directamente en la roca caliza estaban revestidas interiormente con una capa de arcilla que actuaba como impermeabilizante natural, evitando las filtraciones de agua durante las lluvias. Bajo los pavimentos, una capa de brasier –una mezcla de polvo calcáreo y fragmentos pétreos– servía de base sólida y drenante.
Además, el sistema de evacuación de aguas pluviales es digno de mención: un canal construido con ánforas cortadas y ensambladas en serie, diseñado para conducir el agua desde el tejado hasta el exterior del edificio. Esta reutilización de objetos cotidianos con fines estructurales demuestra una sorprendente eficiencia y creatividad en la ingeniería romana local.

Un pasado superpuesto: de los romanos a los monjes
La colina del Ermitage no solo guarda rastros de la Antigüedad clásica. En su flanco sur, los arqueólogos también identificaron una zona funeraria con al menos diez sepulturas datadas entre mediados del siglo V y finales del VI d.C., es decir, en plena Antigüedad tardía. Los difuntos estaban alineados con la cabeza hacia el oeste, y si bien los restos de ataúdes de madera se han perdido con el tiempo, algunas tumbas conservan cubiertas de piedras. La mayoría carece de ajuar funerario, lo que sugiere un rito sencillo, quizá cristiano.
Más tarde, durante la Edad Media, el terreno fue reutilizado por monjes agustinianos que erigieron una ermita en el siglo XI o XII. Y entre los siglos XVI y XVIII, la ladera se transformó en faïsses o terrazas agrícolas, un sistema de cultivo en pendiente típico del sur de Francia. Cada capa del terreno ha dejado su huella en la historia.

Una obra maestra entre los grandes hallazgos de Francia
Este hallazgo no es aislado. Ya en 2008, en la misma colina se descubrió el mayor mosaico de Francia, datado en época de Julio César. Aquel precedente refuerza la hipótesis de que Alès, enclavada en el cruce de caminos entre la Galia Narbonense y la cuenca del Ródano, fue un centro comercial relevante ya en el siglo I a.C.
El descubrimiento actual amplía nuestra comprensión del desarrollo urbano en esta zona del sur de la Galia, revelando una vida doméstica sofisticada, construcciones con un dominio técnico sobresaliente y un refinamiento estético comparable al de las grandes villas romanas del Mediterráneo.
Mientras continúa el proceso de restauración, la emoción en la comunidad arqueológica crece. Para los habitantes de Alès, este hallazgo refuerza su vínculo con un pasado remoto pero tangible. No es solo una joya para los expertos: es una pieza de identidad que invita a imaginar la vida cotidiana de quienes, hace 2.000 años, caminaban sobre ese mismo suelo decorado con geometrías hipnóticas.
En palabras del propio Olivier Mignot: “Fue una sorpresa, por supuesto. Viendo la calidad del sitio, espero que se puedan realizar nuevas excavaciones preventivas en el futuro”. Y es que a veces, debajo de los proyectos inmobiliarios modernos, yacen intactas las claves que nos conectan con lo que fuimos.
Cortesía de Muy Interesante
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