En el paisaje aparentemente tranquilo del sur de Inglaterra, unas modestas colinas cubiertas de hierba esconden secretos que están transformando nuestra comprensión del final de la Edad del Bronce. Durante décadas, los arqueólogos sabían que estas colinas —conocidas como middens— eran antiguos vertederos, acumulaciones de residuos generados por comunidades prehistóricas. Pero lo que hasta hace poco se intuía ahora ha sido confirmado con contundencia: estos lugares fueron el epicentro de enormes festivales de comida, tan multitudinarios como organizados, que conectaban comunidades separadas por cientos de kilómetros.
Gracias al estudio publicado recientemente en la revista iScience y liderado por investigadores de la Universidad de Cardiff y la Universidad de Bolonia, se ha realizado el mayor análisis isotópico de restos animales jamás llevado a cabo en contextos arqueológicos europeos. Este trabajo científico ha permitido rastrear el origen geográfico de los animales sacrificados en seis yacimientos diferentes del sur de Inglaterra. Lo revelado por estos huesos va más allá de una simple reconstrucción dietética: se trata de una nueva lectura sobre las redes sociales, económicas y culturales de una civilización que vivió en un tiempo de profunda transformación.
Una era marcada por el cambio climático y el colapso económico
La investigación se centra en el periodo comprendido entre el 900 y el 500 a.C., una etapa de transición crucial entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. En ese momento, las redes comerciales que habían sustentado la economía del bronce —basadas en la circulación de metales y objetos de prestigio— comenzaron a desmoronarse. El valor del bronce cayó abruptamente, lo que obligó a las comunidades a reinventarse. Paralelamente, el clima se volvió más húmedo e inestable, afectando la producción agrícola y dificultando la supervivencia de las comunidades más vulnerables.
En este contexto de crisis, los investigadores proponen una hipótesis que parece sacada de un guion inesperado: lejos de retraerse, estas sociedades apostaron por la celebración masiva. Estos yacimientos de restos, lejos de ser simples basureros, eran los escenarios donde se celebraban fastuosos banquetes comunitarios. Estas reuniones, que implicaban una organización logística compleja, servían como válvula de cohesión social y como estrategia de resiliencia frente a la inestabilidad.

Restos que hablan: lo que los huesos revelan
En sitios como Potterne (Wiltshire), East Chisenbury o Runnymede (Surrey), los arqueólogos han identificado millones de fragmentos óseos pertenecientes a cerdos, ovejas, cabras y vacas. Pero lo que hace especial este estudio es el uso de análisis multi-isotópico: una técnica que permite detectar, a través de la composición química de los huesos, el lugar donde vivió y fue alimentado cada animal.
Los resultados son impresionantes. En Potterne, el mayor de los yacimientos estudiados (equivalente a cinco campos de fútbol), los restos de cerdo son abrumadores. Estos animales no procedían del entorno inmediato, sino de regiones tan lejanas como el norte de Inglaterra, Gales o incluso Cornualles. En Runnymede, la estrella del banquete era la carne de vacuno, y los bovinos analizados también muestran procedencias remotas. En cambio, East Chisenbury, muy cerca de Stonehenge, se centraba en la cría y consumo de ovejas locales.
Este patrón revela algo fundamental: cada midden desempeñaba un papel diferente dentro de una red interconectada. Algunas comunidades funcionaban como centros productores, otras como núcleos logísticos y otras como grandes escenarios ceremoniales. La especialización regional no solo se basaba en el tipo de animal, sino también en la distancia recorrida por los participantes. Estamos hablando de traslados de animales que implicaban días o semanas de viaje a pie, en caminos sin infraestructura moderna, atravesando paisajes agrestes y ríos. Una proeza de coordinación que sugiere una organización social mucho más compleja de lo que se había asumido para esta época.

Pero, ¿por qué invertir tantos recursos, tiempo y energía en trasladar animales a estos banquetes? La respuesta no es únicamente alimentaria. Estas celebraciones cumplían una función social, política y simbólica. Servían para reforzar alianzas entre grupos, establecer jerarquías, compartir conocimientos y fortalecer identidades comunes. En un tiempo de inestabilidad, comer juntos era una forma de asegurar el futuro colectivo.
Los investigadores no descartan que estas reuniones incluyeran rituales, ofrendas o competiciones, elementos que también estarían detrás del volumen de objetos encontrados junto a los huesos, como cerámicas, utensilios metálicos, ornamentos y herramientas que apuntan a un contexto ceremonial más que doméstico. En cierto sentido, estas celebraciones pueden considerarse los antecesores prehistóricos de los festivales modernos, como Glastonbury o San Fermín, donde la comida, la música y el encuentro humano se convierten en herramientas de cohesión.
El legado de los yacimientos de restos
La importancia de este hallazgo va más allá de la arqueología local. Estos resultados reescriben el papel de las sociedades británicas de finales de la Edad del Bronce. Ya no se las puede reducir a aldeas agrícolas aisladas que apenas sobrevivían. Eran comunidades organizadas, capaces de movilizar recursos a gran escala y de establecer redes de interacción que abarcaban todo el territorio británico.

La idea de una “Edad del Festín”, como la han bautizado los propios autores del estudio, sugiere que la respuesta a una crisis no fue el aislamiento ni la guerra, sino la celebración. En tiempos de dificultad, estas sociedades optaron por reunirse, compartir, y fortalecerse a través de una práctica tan universal como ancestral: comer juntos.
Mientras hoy miramos esos montículos de tierra con aspecto inofensivo, quizás no imaginamos que bajo ellos yacen los restos de algunos de los eventos sociales más significativos del mundo prehistórico. Pero los huesos hablan, y ahora, por fin, estamos aprendiendo a escucharlos.
Cortesía de Muy Interesante
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