Art nouveau en CDMX: El estilo de la modernidad

Francia se vuelve una de las principales potencias culturales a finales del siglo XIX y su impronta, marcada por el recientemente consolidado estilo del art nouveau (arte nuevo), un referente a seguir.

En la medida que el movimiento –que se consolida entre 1890 y 1910 con la intención de crear una visualidad transversal a todas las artes que hiciera alarde de los avances de la industrialización y la modernidad– se empieza a implementar en el resto de Europa y Estados Unidos, aquí en México, Porfirio Díaz aspira a divulgarlo lo más posible, como señal de progreso y cercanía al resto del mundo.

Y eso se puede ver hasta el día de hoy en varias colonias de la ciudad, entre ellas la Roma Norte, donde en 1916 se construyó la Casa Prunes, emblema del estilo.

Y es que su fachada es de las más representativas de la corriente; fuera de los barrotes verticales, todo lo demás está proyectado en líneas sinuosas, curvas y onduladas, aludiendo a las formas propias de la naturaleza. Así se puede ver en los marcos de las puertas y las ventanas, unas molduras de piedra ondulada que carecen completamente de líneas rectas.

Así también en los elementos orgánicos, las plantas y las flores que decoran la fachada y en el uso de formas asimétricas para la composición general. Muy distintas, por lo demás, a las formas de las edificaciones neoclásicas vecinas, y a las estructuras, simetrías y linealidades tan aplicadas en las corrientes racionalistas que surgieron después, en el periodo de postguerra.

Esta casa, que fue remodelada en el 2006, hoy alberga el restaurante y bar Casa Prunes.

Foto: Enrique Medina

Elementos del art nouveau en CDMX

Heredera del barroco y del romanticismo, la base del diseño de esta corriente es la línea curva, las figuras asimétricas y el alarde decorativo. Así mismo, el uso de recursos artísticos aplicados a la arquitectura, tales como la herrería, el aplanado de superficies para obtener un acabado uniforme, la carpintería en elementos decorativos y el uso de mosaicos.

Foto: Enrique Medina

Periodo entreguerras: del art nouveau al art déco

Uno de los edificios representativos de esta transición es el Palacio de Bellas Artes, en el Centro Histórico de la ciudad, cuya construcción empezó en 1904 a cargo del arquitecto italiano Adamo Boari, uno de los predilectos de Porfirio Díaz.

En un principio, Boari diseñó la estructura y el exterior siguiendo los lineamientos del art nouveau; el diseño de las herrerías y los elementos decorativos de los arcos, esculpidos en mármol importado de Carrara, Italia, son un claro ejemplo. Pero la construcción fue interrumpida por la Revolución y se retomó recién en la década de los años 1930, liderada esta vez por el arquitecto mexicano Federico Mariscal, quien terminó el interior priorizando un estilo sobrio –menos recargado que la fachada–, de líneas rectas y mármoles de distintas canteras locales.

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Foto: Museo del Palacio de Bellas Artes

Es esto lo que marca la diferencia; en un periodo de postguerra, el ostento y la estética recargada del art nouveau, junto a sus líneas onduladas y formas asimétricas, se ven desplazadas por una tendencia hacia lo austero y lo funcional, muy propia del art déco.

Y es que, mientras el art nouveau se basaba en un ostento y exceso decorativo para hacer alarde de los avances de la modernidad, el estilo predominante después de la Primera Guerra Mundial se vuelca a lo práctico, a lo sobrio y lo racional.

“Mariscal promulgaba el estilo neocolonial, pero estos arquitectos no estaban peleados con los estilos, experimentaron con varios al mismo tiempo. El interior del Bellas Artes es un claro ejemplo del art déco, pero a su vez, dentro del teatro hay un vitral que parece de la escuela de la Secesión Vienesa y un telón que se hizo en la Casa Tiffany de Nueva York. Todas estas influencias conviven”, explica Vides.

Cortesía de Chilango



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