Así acabó la sangrienta Guerra de Vietnam: de la Ofensiva del Tet a la caída de Saigón

Aquella guerra había dejado de ser un objetivo para convertirse en una tortura cotidiana. La Casa Blanca no sabía cómo salir del atolladero en el que su arrogancia la había metido. El freno a la expansión comunista que se había planteado en la Guerra de Vietnam era ahora un hierro candente para el pie que lo pisaba.

La superioridad técnica y armamentística que exhibía el ejército americano se enfrentaba a la voluntad y la entrega de un pueblo valiente, organizado e imaginativo, que además recibía la necesaria ayuda de Rusia y China. El soldado estadounidense que se internaba en aquella selva hostil, llena de trampas y ojos enemigos, no estaba seguro del motivo de su lucha. Su enemigo, en cambio, lo tenía muy claro: el motivo era la supervivencia. E iba ganando.

Soldados estadounidenses en plena Operación Pegasus, en Vietnam del Sur. Tuvo lugar en 1968, un año de batallas sangrientas, en el que aumentó decisivamente el número de americanos descontentos con la guerra. Foto: Getty.

‘Vietnamización’ del conflicto

En 1968, tras la Ofensiva del Tet, el número de los americanos descontentos con la guerra superó por primera vez al de los convencidos de su necesidad, y desde entonces no pararía de crecer –en 1970, superaría el 65%–; lo cual, junto al grave asunto interno de los derechos civiles de los afroamericanos y la poca fe que le profesaba su propio partido, ayudó a que Lyndon B. Johnson renunciara a presentarse para un segundo mandato.

Hasta ese momento habían perdido la vida en Vietnam 30.000 estadounidenses (la mitad de los caídos durante toda la guerra) y en las elecciones de aquel año, celebradas ocho meses después de que se produjera la matanza de My Lai, quedó claro que todos los candidatos proponían acabar con la contienda.

Nixon, que salió vencedor y predicaba una “paz con honor”, resucitó la vieja idea de la ‘vietnamización’ del conflicto, que suponía abandonar la guerra progresivamente en manos de los survietnamitas, a los que no se dejaría de aprovisionar con armamento pesado y moderno. Era como decir: “Pagaremos, pero no moriremos”. Así quería contentar a todo el mundo: por un lado a los votantes, y por otro al colosal lobby armamentístico, cuyos manejos e influencia habían sido denunciados ya por Eisenhower.

Superfortalecido ahora tras años de ventas masivas de material bélico, al sector no le importaba gran cosa quién muriese por culpa de sus productos. La historia profunda de la Guerra de Vietnam, opinan algunos expertos, solo se conocerá cuando se aclaren las relaciones de los grandes fabricantes de armas con el estamento político durante aquellos años.

Asesores estadounidenses heridos en la Guerra de Vietnam
Dos asesores estadounidenses, heridos en la Batalla de Loc Ninh, son rescatados por un helicóptero el 8 de abril de 1972. Foto: Getty.

Del fragging a los bombardeos masivos

Después del Tet, la moral de los soldados americanos estaba literalmente por los suelos. En los destacamentos avanzados, los novatos duraban poco si no se endurecían rápido, mientras que los veteranos se habían endurecido tanto que solo aceptaban correr los riesgos imprescindibles. El problema era decidir qué era imprescindible y qué no lo era, así que empezaron a menudear los casos de lo que se conoció como fragging.

Consecuencia directa de la necesaria rotación de los mandos, el fragging solía producirse cuando un oficial novato era destinado a una unidad de veteranos y trataba de imponerse a ellos con órdenes inapropiadas, erróneas o demasiado arriesgadas. En esos casos, podía ocurrir que en el siguiente encuentro con el enemigo el oficial cayese destrozado o quedase fuera de combate por una granada de fragmentación (fragging) lanzada desde sus propias líneas: la metralla, al contrario que las balas, no tiene calibre reconocible.

Entre el 69 y el 72, el ‘extraño fenómeno’ dejó un balance de 100 oficiales reventados y otros 700 heridos, si bien se considera hoy que las cifras fueron drásticamente maquilladas.

En 1972, Richard Nixon obtuvo la reelección y siguió retirando tropas poco a poco. Sin embargo, en aquel año tuvieron lugar las batallas más sangrientas de la guerra, más aún que las de 1968. Y también los bombardeos más duros y sistemáticos, que fueron el recurso de Nixon y su eminencia gris, el secretario de Estado Henry Kissinger, para tratar de reducir a los vietnamitas sin incrementar las bajas propias.

Así, en ese año, los bombarderos norteamericanos se emplearon a fondo para lanzar 150.000 toneladas de bombas que mataron a 100.000 norvietnamitas, de modo que cada enemigo muerto supuso el empleo de 1.500 kilos de explosivos. Eso sí: con poquísimas bajas americanas.

La ofensiva de Pascua

Los norvietnamitas también sabían que, después del sobrehumano esfuerzo del Tet, su victoria era cuestión de tiempo. Pero Le Duan, heredero del poder tras la muerte de Ho Chi Min en 1969, no estaba dispuesto a esperar los acontecimientos; quería precipitarlos, temiendo los nuevos planes de la Casa Blanca fraguados por Kissinger: una aproximación diplomática a Moscú y Pekín. Este acercamiento amenazaba con privarles de los medios necesarios para conseguir la victoria que acariciaban, con lo que la situación militar podría estancarse durante muchos años.

En febrero de 1972, Nixon viajó a China y se entrevistó con Mao Zedong. Al mes siguiente, Le Duan dio a conocer su respuesta desatando la que se llamó Ofensiva de Pascua. Los norteamericanos y los survietnamitas volvieron a revivir la angustia de un ataque masivo en muchos frentes, como en el Tet, y comprobaron que el Vietcong había renovado a fondo su armamento en las fábricas soviéticas y chinas.

Efusivo apretón de manos entre el ya anciano líder chino, Mao Zedong, y el presidente de EE UU, Richard Nixon, durante la visita oficial a China que este realizó del 21 al 28 de febrero de 1972. Foto: Getty.

De la noche a la mañana, aparecieron en escena 600 tanques flamantes y numerosos misiles antiaéreos y anticarro de última generación, guiados por radio. La sorpresa de EE. UU. fue total y encontró a muy pocos mandos en su puesto: el embajador Bunker se hallaba fuera del país por vacaciones y el comandante en jefe Creighton W. Abrams estaba en Tailandia convirtiéndose al catolicismo.

Los ataques de Pascua fueron masivos, en avalancha, y se vieron escenas de terror incluso entre los más veteranos. Cuando Abrams, ya católico, volvió al servicio y percibió la magnitud del caos, dejó escapar una frase que se hizo histórica: “Me parece que aquí se ha estado fumando marihuana a base de bien”. Fue en aquellos días cuando quedó patente el valor y la pericia de los pilotos y tripulantes de helicópteros, que terminaron por convertirse en legendarios.

Creighton W. Abrams
El comandante en jefe de las tropas estadounidenses Creighton W. Abrams –nombrado por Nixon Jefe de Estado Mayor– saluda durante la salida de Vietnam de la última unidad terrestre americana. Foto: Getty.

Verdaderamente, sin ellos ni siquiera hubiera podido intentarse luchar en las condiciones que planteaba Vietnam. Eran el apoyo de la infantería para atacar y el bastión al que retirarse. En total, se perdieron en la guerra cerca de 5.000 helicópteros, lo que no encaja con la fama de seguridad que les había dado la propaganda militar, según la cual la tasa de pérdidas era de un aparato por cada 8.000 incursiones.

La Ofensiva de Pascua demostró la escasa convicción con que luchaban, por lo general, los survietnamitas que debían sustentar la ‘vietnamización nixoniana’ e hizo evidente que el ejercito de Vietnam del Sur no aguantaría los embates del Norte ni provisto del mejor armamento.

Las deserciones masivas y las huidas en combate abandonando a los heridos fueron habituales, a pesar de que los oficiales no vacilaban en usar la pistola en esos casos. Los puentes, las bases avanzadas y los destacamentos se defendieron como pudieron de la furia de los atacantes, bajo el mando supremo del general comunista Giap, toda una leyenda.

Batalla de Dak Can
Esta imagen fue publicada el 28 de abril de 1972 por la agencia oficial de Vietnam del Norte con el título: “Los soldados del ejército de Liberación Popular luchan durante la Batalla de Dak Can”. Los ataques de ambos bandos se volvieron brutales en esa primavera. Foto: Getty.

Se recrudecen los combates

En abril del 72, Henry Kissinger se reunió con el líder soviético Leonid Brézhnev en Moscú y lo encontró deseoso de hablar con Nixon. El primero de mayo, mantuvo asimismo una entrevista en París con Lê Duc Tho, el máximo representante del gobierno de Hanói. En aquel momento parecía claro que, en caso de convenirse un alto el fuego, EE. UU. solo podría aspirar a que se mantuviesen las posiciones que cada bando ocupaba en la fecha del convenio, lo cual lo convertía en una derrota denigrante para Estados Unidos: después de tantos años, dinero y sangre, no había conseguido aplastar al que en principio parecía un enemigo insignificante.

Kissinger y Lê Duc Tho
El representante de EE. UU. (Henry Kissinger) y el de Vietnam del Norte (Lê Duc Tho) se reúnen en Saint-Nom-la- Bretèche (Francia), el 12 de junio de 1973, para negociar la aplicación de los Acuerdos de París. Fueron premiados con el Nobel de la Paz, pero Lê Duc no lo aceptó. Foto: Getty.

Consciente de su posición ventajosa, aquel enemigo exprimió a fondo sus fuerzas militares para obtener las mejores condiciones posibles en un hipotético acuerdo. Así, los combates de mayo en torno a la ciudad de Kon Tum fueron tremendos. El propio general Abrams afirmó: “Se están alcanzando unos niveles de brutalidad en la lucha que no se habían conocido hasta ahora”.

Todos sabían que la superioridad aérea era lo único que los mantenía con vida; el napalm y las bombas de racimo eran su parapeto. De mayo a junio de 1972, la Operación Linebacker –en diciembre vendría la Linebacker II– machacó al Norte con 18.000 operaciones de bombardeo: esto es, un B-52 cargado hasta los topes cada cinco minutos.

Bombardeos de Navidad
‘Bombardeos de Navidad’ fue el nombre informal que recibió la Operación Linebacker II, una serie de bombardeos aéreos masivos puestos en marcha por EE UU del 18 al 29 de diciembre de 1972. En la imagen, baterías de defensa antiaérea del ejército de Vietnam del Norte respondiendo a este ataque. Foto: Gety.

A la vez, llegaron malas noticias para los imprescindibles helicópteros, que tuvieron que contentarse con hacer fuego desde 200 metros de altura para esquivar las nuevas armas recibidas por el Vietcong: misiles tierra-aire portátiles. La Batalla de An Loc, que concluyó el 20 de julio de ese año, fue otra carnicería sin sentido, una demostración de fuerza y resistencia que acabaría en un baño de sangre.

Pese a la victoria táctica del Sur, los del Norte conquistaron territorios de gran valor estratégico para lanzar nuevas ofensivas y llegar así reforzados a la primera reunión negociadora, que se celebró en París en enero de 1973.

París, 1973-Saigón, 1975

Los Acuerdos de París, suscritos el 27 de enero de 1973, fueron la escenificación de la derrota de Estados Unidos, por mucho que Kissinger la maquillara; al final, tuvieron que tragarse su arrogancia. Se comprometían a retirar sus tropas terrestres de Vietnam en un plazo de 60 días, a cambio de lo cual Vietnam del Norte se comprometía a liberar a sus prisioneros. Y nada más. Se intentó, incluso, la hipócrita argucia de evitar llamar ‘guerra’ al conflicto, ya que nunca se había declarado formalmente.

Momento en el que William P. Rogers, secretario de Estado de Nixon (1969-1973), firma los Acuerdos de París el 27 de enero de 1973. Foto: ASC.

Sin embargo, la guerra no terminó entonces. La Casa Blanca necesitaba que transcurriera un tiempo prudencial antes del inevitable desenlace: Kissinger quería disimular el fiasco –otros lo llamaron traición– de dejar en la estacada a una nación después de manipularla a gusto. Así que, mientras Nixon pasaba su propio infierno con el Watergate, Vietnam del Sur continuó luchando lubricado por el apoyo norteamericano, aunque todos sabían que la resistencia era inútil.

Finalmente, el 30 de abril de 1975, Saigón quedó cercada por todas partes excepto por mar, donde aguardaban dos portaviones americanos, y se produjeron las escenas de evacuación en medio del pánico que los noticieros han dejado para la historia. Todos querían huir, y muchos se echaron al mar en pateras y balsas hinchables. Se estima que fue posible evacuar a un total de 22.000 colaboradores vietnamitas. Los demás fueron hechos prisioneros o ejecutados por los vencedores.

Se conoce con exactitud lo que el secretario de Estado y el presidente pensaban sobre la situación debido a la existencia de las famosas cintas de la Casa Blanca requeridas para el caso Watergate. Una de las conversaciones más curiosas es aquella en la que Kissinger le cuenta a Nixon lo que acaba de descubrir: “Señor presidente, he caído en la cuenta de que el régimen de Vietnam del Sur se sostiene por una guerra que mantenemos nosotros, pero ellos no tienen ni idea de cómo plantear la paz. Lo que les asusta no son los comunistas, ¡es la paz!”.

Premio Nobel ¿de la Paz?

Sorprende que una mente tan brillante como la de Henry Kissinger descubriera de pronto la obviedad de un problema en cuyos entresijos había estado metido durante años. Porque si los hechos habían conducido a esa paradoja era a consecuencia de que Vietnam del Sur, inventado e intervenido por los norteamericanos, carecía de proyecto nacional, mientras que Vietnam del Norte lo tenía bien claro. Estados Unidos había contribuido a crear un régimen de cartón piedra sin otro propósito que la mera supervivencia.

Muy en particular, la Administración Nixon había manejado la suerte de Vietnam de acuerdo con sus intereses. Nadie en la Casa Blanca había pensado ni por un momento en el bienestar de los vietnamitas. Kissinger era un maestro en aquella impostura, capaz de dirigirse con una amplia sonrisa a Nguyen Van Thieu, su títere en Saigón, para asegurarle que “Estados Unidos nunca sacrificaría a un amigo” y, dos días después, ya en Washington, revelar en privado: “Lo que de veras me apetece es soltar a los vietnamitas unos contra otros hasta que queden los menos posibles”. En aquella época, se le llamaba a eso realpolitik.

Matrimonio Nixon despidiéndose de la Casa Blanca
Imagen tomada el 9 de agosto de 1974 –desde el interior del helicóptero presidencial– del matrimonio Nixon despidiéndose de los Ford en los jardines de la Casa Blanca. Foto: ASC.

En 1973, como consecuencia de los Acuerdos de París, Kissinger y Lê Duc Tho fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz. Kissinger lo recogió de muy buen grado; Lê Duc renunció al premio recordando que su país no estaba en paz todavía.

Cortesía de Muy Interesante



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