A primera vista, parece una escena digna de una leyenda fluvial: soldados cruzando un caudaloso río sin puente, sin botes visibles, aferrados a lo que parecen ser sacos hinchados mientras arrastran caballos a nado. Pero no es una fábula, ni una invención moderna. Es un bajorrelieve asirio de hace casi tres milenios, tallado con precisión y poder narrativo, que muestra cómo los ejércitos del rey Ashurnasirpal II se las ingeniaban para atravesar ríos sin perder tiempo en construir estructuras o buscar desvíos.
Descubierto en las ruinas del palacio real de Nimrud, en el actual norte de Irak, este fragmento de mural no solo refleja el poderío y la ambición del Imperio asirio en su apogeo, sino también una creatividad militar que pocos esperaban encontrar en una cultura conocida más por sus campañas despiadadas que por su ingeniería práctica. La escena es hoy uno de los ejemplos más comentados de cómo la arqueología puede revelar aspectos inesperados de la vida cotidiana —y militar— de civilizaciones antiguas.
El arte de nadar con pieles infladas
La técnica retratada no es una ficción artística. Los soldados aparecen aferrándose a odres inflados, probablemente hechos con pieles de cabra o de cerdo. Estos improvisados flotadores les permitían cruzar ríos anchos como el Tigris o el Éufrates con mayor seguridad, sin mojar sus armas y, lo que es más importante, sin detener la marcha del ejército. En algunas versiones del relieve también aparecen pequeñas embarcaciones, pero los nadadores con odres son los verdaderos protagonistas de esta escena.
Este tipo de transporte no era solo una cuestión de supervivencia: también ofrecía ventajas tácticas. Una tropa capaz de cruzar ríos rápidamente podía sorprender al enemigo por la retaguardia, evitar emboscadas o alcanzar puntos estratégicos sin ser detectada. En un tiempo en el que los puentes eran escasos y los barcos lentos, una solución tan simple como una piel inflada podía marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.

Una campaña inmortalizada en piedra
El mural en cuestión formaba parte de un programa decorativo más amplio en el palacio del rey Ashurnasirpal II, uno de los monarcas más notorios de la historia asiria. Su gobierno, entre 883 y 859 a.C., estuvo marcado por una intensa actividad bélica y por la construcción de nuevos centros administrativos, entre ellos la monumental Nimrud, levantada junto al Tigris.
Los relieves que adornaban las paredes de su palacio no eran simples decoraciones. Eran propaganda visual, relatos oficiales del poder del rey, de su piedad ante los dioses y de sus victorias en el campo de batalla. Cada escena estaba pensada para impresionar: desde la caza de leones hasta los desfiles militares, pasando por rituales religiosos y, por supuesto, hazañas logísticas como la del cruce de ríos. En una época sin prensa ni televisión, las paredes hablaban.
En la escena fluvial, los caballos nadan junto a sus jinetes, guiados con cuerdas. Algunos soldados remar en pequeñas barcas, mientras otros, los más audaces, se lanzan al agua con su equipaje atado a los flotadores. La perspectiva, típica del arte asirio, representa las figuras de perfil, pero con detalles que permiten identificar armas, ropajes y expresiones. El conjunto transmite acción, decisión y, sobre todo, dominio del medio.
Tecnología simple, eficacia absoluta
Aunque hoy pueda parecer rudimentario, el uso de odres como flotadores demuestra una comprensión empírica del cuerpo humano, de la flotabilidad y del uso del entorno natural para fines militares. Los soldados no necesitaban madera, clavos ni herramientas especiales. Solo pieles bien curtidas, aire y habilidad para nadar. En campañas donde la movilidad lo era todo, esta tecnología era una bendición.
Curiosamente, otros pueblos de la Antigüedad también usaron variantes de esta técnica. En algunas regiones del Cáucaso y Asia Central, los pastores cruzaban ríos sobre balsas hechas con pieles hinchadas, y en ciertas zonas del Indo también se conocen representaciones similares. Pero en el caso asirio, lo que sorprende es la escala: se trataba de maniobras de ejército, no de aventuras individuales. Y eso eleva esta práctica a otro nivel.
Además, se cree que los odres también servían para proteger armamento, suministros e incluso documentos de campaña. Todo lo que debía llegar seco al otro lado del río podía envolverse en piel y flotar. No hay registro de cuántas veces se utilizó esta táctica, pero los relieves de Nimrud sugieren que no era una anécdota aislada, sino parte de una estrategia militar consolidada.

El legado de una civilización audaz
Los asirios fueron temidos por su brutalidad, pero también admirados por su eficacia. Su imperio, que abarcó buena parte del actual Irak, Siria y más allá, no habría durado tanto sin una capacidad logística extraordinaria. La escena del cruce del río con flotadores es solo una muestra de esa habilidad para adaptarse, resolver y conquistar.
Nimrud, saqueada y abandonada siglos después, ha sido víctima del tiempo y de conflictos más recientes. Sin embargo, los relieves sobrevivieron. Muchos están hoy en museos como el Británico de Londres, donde aún impresionan por su fuerza visual. Frente a estas piedras, uno no solo observa el pasado: lo siente.
A menudo pensamos en la historia antigua como un mundo de estatuas, jeroglíficos y templos inmóviles. Pero escenas como esta nos recuerdan que hubo ingenio, movimiento y creatividad. Que una piel de cabra podía ser una herramienta tan decisiva como una espada. Y que, en el silencio de la piedra, aún resuena el chapoteo de aquellos soldados asirios desafiando el curso del río con nada más que su ingenio… y un buen flotador.
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: