Durante años se pensó que ciertos manjares, como los pequeños zorzales cantores, eran exclusivos de las mesas opulentas de la élite romana. Sin embargo, un hallazgo reciente en la antigua ciudad de Pollentia, en la isla de Mallorca, ha roto ese esquema. La investigación, liderada por el arqueólogo Alejandro Valenzuela y publicada en el International Journal of Osteoarchaeology, demuestra que estas aves no eran un lujo reservado a banquetes aristocráticos, sino que se ofrecían como comida rápida para el ciudadano común en tabernas del foro.
La clave del descubrimiento se halló en lo más bajo —literalmente— de la ciudad: un pozo de basura conectado a una pequeña taberna, enterrado bajo capas de sedimento desde tiempos del emperador Augusto. En ese vertedero, utilizado entre el 10 a.C. y el 30 d.C., aparecieron miles de restos óseos de animales, entre ellos una sorprendente cantidad de huesos de zorzales, revelando una historia culinaria que desafía las ideas establecidas sobre el consumo alimentario en el mundo romano.
Un menú inesperado en la Mallorca romana
Pollentia fue una de las primeras ciudades romanas fundadas en Baleares tras la conquista de la isla por Quinto Cecilio Metelo. Estratégicamente ubicada entre dos bahías en el norte de Mallorca, la urbe creció rápidamente como puerto comercial. Entre sus estructuras más destacadas —templos, termas, un teatro y un foro— se desplegaban también pequeñas tabernae: locales con mostradores empotrados que ofrecían vino, comida caliente y conversación.
Fue precisamente en una de estas tabernae, llamada por los arqueólogos “Habitación Z”, donde surgió la prueba de un tipo de “comida callejera” romana que recuerda inquietantemente a los pinchos o tapas actuales. El zorzal común (Turdus philomelos), un ave migratoria que sigue llegando a Mallorca en invierno, era capturado, preparado y probablemente frito entero para ser consumido al momento.
Los huesos encontrados cuentan la historia: hay abundancia de cráneos, esternones y huesos distales de alas y patas —partes poco carnosas—, pero casi ninguna traza de los segmentos más suculentos, como los fémures o húmeros. Esto sugiere que las aves eran limpiadas, abiertas por el pecho y aplanadas —una técnica aún empleada para freír pequeñas aves— y que la parte carnosa era separada antes de servirse, o incluso comida directamente por el consumidor.

Fast food del siglo I
A diferencia de las cenas fastuosas descritas por Plinio o Apicio, donde los zorzales eran engordados con pasteles de harina y servidos con especias exóticas, lo que se consumía en Pollentia era comida rápida, asequible y probablemente sabrosa. La técnica de abrir las aves y freírlas rápidamente respondía a la necesidad de atender a clientes con poco tiempo y apetito voraz, muy al estilo de los modernos locales de comida callejera.
En la zona del mostrador de la taberna se documentaron seis ánforas empotradas, utilizadas como recipientes para líquidos o productos conservados, lo que refuerza la idea de que el local funcionaba como un lugar de servicio y consumo inmediato. Justo delante, bajo el porche, una canalización de desechos desembocaba en el pozo de basura (E-107) que, al clausurarse a comienzos del siglo I d.C., conservó los restos orgánicos que ahora permiten reconstruir la escena.
La idea de que aves tan pequeñas como los zorzales formaran parte de menús populares es, según los especialistas, una muestra de cómo las economías urbanas romanas sabían adaptarse al ciclo estacional y a la oferta disponible. Los zorzales llegaban en invierno a Mallorca, y su caza era sencilla gracias a técnicas como las redes, los lazos pegajosos o trampas descritas desde la antigüedad.
Una comida de temporada al alcance de todos
En lugar de ser criados en lujosos aviarios, estos zorzales eran probablemente capturados en la naturaleza por cazadores locales o pequeños proveedores rurales que abastecían el mercado urbano. La oferta de estas aves en la taberna sugiere que los comerciantes supieron aprovechar la temporada invernal para diversificar sus productos y captar a una clientela amplia, desde jornaleros a pequeños comerciantes.
La estacionalidad del producto es clave: mientras los ricos podían permitirse consumir zorzales criados artificialmente durante todo el año, el común de los ciudadanos accedía a ellos sólo en los meses fríos, cuando la caza era más fácil y abundante. Esta diferencia ayuda a comprender cómo un mismo alimento podía tener significados sociales tan distintos según el contexto.
El hallazgo en Pollentia revela, por tanto, una economía alimentaria romana mucho más diversa y menos jerarquizada de lo que se pensaba. En la práctica, los alimentos asociados al lujo podían transformarse en productos de consumo generalizado según el lugar, la época y las circunstancias de mercado.

Los huesos que contaron la historia
El estudio liderado por Valenzuela aplicó métodos de osteometría comparativa para confirmar que la especie predominante entre las aves halladas era el zorzal común. La alta concentración de sus restos en las capas medias del pozo, junto con las fracturas específicas observadas en algunos huesos, refuerza la idea de una preparación sistemática con fines culinarios.
Además, la ausencia de señales de depredación por carnívoros o aves rapaces, así como la homogeneidad del sedimento y el entorno controlado del vertedero, permite descartar causas naturales o aleatorias para la acumulación ósea. Se trataba claramente de residuos de cocina, desechos generados por el día a día de una taberna romana.
La interpretación del equipo de investigación va más allá de la simple descripción osteológica: es una reconstrucción del consumo popular, del tráfico de alimentos en las calles romanas y de los gustos de los habitantes anónimos de una ciudad portuaria en el confín occidental del Imperio.

Más allá del banquete: la historia desde abajo
Este descubrimiento obliga a repensar cómo interpretamos la cultura alimentaria en la antigüedad. Durante mucho tiempo, el estudio de la gastronomía romana se centró en los menús de las villas aristocráticas o las recetas conservadas en tratados culinarios. Pero los restos de Pollentia, enterrados bajo un suelo de uso cotidiano, aportan una perspectiva completamente diferente: la del romano común, que comía rápido, de pie, y posiblemente con las manos, disfrutando del crujiente sabor de un zorzal frito.
El hallazgo de Mallorca ha despertado un interés renovado en la arqueología del consumo urbano, en especial en contextos de clase media y baja. En estos detalles aparentemente menores se esconde una historia mayor: la de cómo se vivía realmente en las ciudades romanas.
Porque a veces, los huesos olvidados en un basurero nos cuentan más sobre la vida real de una sociedad que las crónicas de sus grandes hombres.
El estudio ha sido publicado en el International Journal of Osteoarchaeology.
Cortesía de Muy Interesante
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