Se trata de uno de los mayores misterios de la mente humana, y por ello no resulta extraño que cada vez sean más numerosos los estudios científicos destinados a poner al descubierto los entresijos de esta fascinante capacidad cognitiva: la imaginación. Los neurólogos han empezado a describir de dónde surge y qué mecanismos cerebrales rigen el funcionamiento de esta poderosa arma que nos permitió evolucionar como especie.
La imaginación: el motor de la evolución humana
Que Wiener fuera al mismo tiempo imaginativo y despistado no es una casualidad. La ciencia ha empezado a desvelar los entresijos de las conexiones cerebrales que hacen posible la imaginación, y lapsus como el de este estadounidense, habituales en las biografías de eminentes científicos y artistas, pueden tener su base en un mecanismo de nuestra materia gris que potencia los pensamientos abstractos en detrimento de las informaciones que reciben nuestros órganos sensoriales. Una parte de nuestro encéfalo, la corteza prefrontal, nos ayudaría a dejar aparte esos estímulos que nos llegan constantemente a través de los cinco sentidos y a aislarnos en compañía de nuestros pensamientos imaginativos.
Procesos abstractos activos
“Nuestra memoria a corto plazo permite mantener los procesos abstractos activos, creando para ello una especie de búfer en el que integra informaciones diversas, tanto recientes como de más largo plazo, mientras filtra la información sensorial exterior. Así se forma una cápsula en la que se encierran nuestros pensamientos”, nos explica desde Canadá el doctor Julio Martínez- Trujillo, profesor de la Universidad de Ontario Occidental. Los trabajos de este científico cubano afincado en tierras norteamericanas destacan el papel de la llamada memoria de trabajo, que recuerda a la RAM de un ordenador y que sería una de las fuentes de alimentación de la imaginación.
![Así florece nuestra imaginación como la más potente fábrica de crear ideas.](https://jlanoticias.com/wp-content/uploads/Imaginacion-3.jpg)
Este hallazgo forma parte del progresivo acercamiento de los neurólogos a las claves que rigen los mecanismos de esta capacidad cognitiva y que antaño nos parecían inexplicables. Desde que el científico catalán Joaquín Fuster descubriera en 1971 el papel protagonista que desempeña la corteza prefrontal en el pensamiento abstracto, se ha progresado mucho en este ámbito.
Fuster explica a MUY, desde la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), que la imaginación es “la capacidad mental de suscitar interiormente una experiencia novedosa e insólita a partir de la memoria o del contexto sensorial actual”. Porque, como subraya, “esta facultad se basa hasta cierto punto en la experiencia. No hay nada nunca totalmente nuevo bajo el sol. Imaginación y creatividad son memoria del futuro que se sustenta en el pasado”.
La chispa de la evolución: cómo la imaginación nos hizo humanos
En este sentido, ¿somos diferentes del resto de primates? La imaginación reside, en buena parte, en las redes neuronales que se activan en la corteza prefrontal, involucrada en la planificación de comportamientos cognitivamente complejos. Esta región, en el caso de los humanos, ocupa aproximadamente un 30 % del casquete pensante –tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales–, pero, en el caso de los chimpancés, nuestros primos más cercanos en este aspecto, solo alcanza el 19 % o el 20 %, mientras que la proporción desciende aún más si nos referimos a los macacos –hasta el 11 %–. Y más improbable todavía es que gocen de capacidad imaginativa otro tipo de mamíferos, como, por ejemplo, los roedores.
En las ratas, la corteza prefrontal es casi inexistente: su porcentaje no llega al 5 %. Sobre este punto, Fuster opina que “la capacidad de imaginar, en el sentido ejecutivo, nos diferencia cuanto menos de forma cuantitativa –y tal vez también cualitativamente– del resto de los primates superiores. En ella se basa la creatividad”.
Por su parte, Martínez-Trujillo matiza: “Aun así, pienso que los primates no humanos también tienen imaginación, ya que quizá desde el punto de vista evolutivo la han necesitado, por ejemplo, para reconocer y distinguir los alimentos, ya que ellos carecen de un lenguaje con el que nombrarlos”.
Los secretos de la mente creativa: un viaje por el cerebro imaginativo
Además de la corteza prefrontal, existen otras regiones del encéfalo que participan en la tarea de imaginar. Es el caso de las cortezas parietal y temporal, así como, probablemente, más áreas asociativas que integran información sensorial mientras procesan este tipo de memoria a corto plazo. “Se trata de cortezas afines”, explica Fuster.
“Ahora bien, nosotros pensamos que la corteza prefrontal puede jugar un papel prominente, porque es la que lleva a cabo la integración de toda esta información, procedente de muchas partes del cerebro, con aquella otra sobre motivaciones que tenga el individuo, así como con la auditiva y la visual”, afirma por su parte Martínez–Trujillo.
Precisamente su equipo ha publicado no hace mucho un artículo que analiza qué neuronas se encienden en el momento de imaginar. “Lo que hemos encontrado es que hay un grupo de ellas que se activan cuando el sujeto tiene una imagen ante sí; un segundo grupo que lo hace cuando la imagen desaparece y la retiene en su memoria; y un tercer grupo que permanece activo en ambos casos”, explica.
Cuando la imaginación se activa en momentos inadecuados
La hipótesis surgida a partir de esta constatación es que la segregación de diferentes paquetes neuronales es importante para la distinción entre la realidad y la imaginación. Por ejemplo, para explicar la esquizofrenia, podría argumentarse que las neuronas de la imaginación se activan en un momento equivocado, cuando deberían hacerlo neuronas vinculadas a los fenómenos de la percepción real, y por eso los que sufren esta enfermedad verían imágenes ilusorias.
Esto podría ayudar a explicar los resultados de muchos estudios de resonancia magnética funcional en los que se ha observado que la corteza prefrontal es disfuncional en los esquizofrénicos. Si esta línea de investigación se confirmase, abriría una vía a nuevos tratamientos para controlar las alucinaciones, verdaderos ataques de imaginación en las personas con este trastorno mental.
Desde hace años, los científicos vienen señalando el rol que juega en la imaginación un mecanismo cerebral conocido como la red neuronal por defecto (RDN). Esta mantiene activo nuestro órgano pensante incluso en los momentos en que la mente se encuentra en reposo, ya que estas regiones encefálicas, como han descubierto los neurólogos, nunca descansan del todo, ni siquiera cuando dormimos.
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Redes cerebrales y escenarios futuros
Hace cuatro años, científicos de las universidades de Harvard y Cornell, liderados por la psicóloga Kathy D. Gerlach, publicaron un estudio que muestra cómo la red neuronal por defecto se acopla con otra llamada red de control frontoparietal y con las regiones cerebrales encargadas de ofrecer las recompensas y satisfacciones neuronales que nos provoca la realización de determinadas actividades positivas para el organismo.
Uno de los aspectos interesantes de esta investigación es que analizaba cómo esas redes cerebrales trabajan al imaginar escenarios de futuro relacionados con nuestros planes y objetivos personales. Previamente se había investigado bastante sobre los procedimientos que sigue nuestra sesera para planear tareas concretas, pero el área de la imaginación de aspectos más personales resultaba menos conocida.
Una de las pocas excepciones era una investigación de 1999 liderada por Shelley Taylor y Lien B. Pham, de la UCLA, en la que habían analizado los pensamientos imaginativos de los estudiantes universitarios que afrontaban sus exámenes y trabajos para graduarse. Encontraron que aquellos que imaginaban los pasos concretos necesarios para alcanzar sus objetivos se revelaban más eficaces a la hora de conseguirlos que quienes fantaseaban sobre los resultados finales y sus agradables consecuencias (graduarse con una buena nota, sentirse feliz, lograr un trabajo…).
El amigo imaginario
Otros estudios han puesto en valor la antaño denostada figura del amigo imaginario. En 2005 y 2010, sendas investigaciones de la Universidad de Oregón y de la Universidad Nacional Australiana demostraron que personas con amigos imaginarios obtenían mejores resultados en pruebas de creatividad que los que no los tenían. Esto contradice una idea extendida hasta no hace tanto tiempo que consideraba que entablar amistad con personajes ficticios implicaba que el niño sufría algún tipo de problema psicológico.
Agatha Christie y sus amigos imaginarios
Hay ejemplos notables de grandes fabuladores que cultivaron al máximo la compañía de los amigos invisibles. El caso más extremo es el de la escritora Agatha Christie (1890-1976), que incluso con setenta años dialogaba con uno femenino. Desde su más tierna infancia, la famosa novelista construyó una cohorte de personajes a su alrededor: primero, unos gatitos; luego, una señora con cien hijos que la acompañaban en sus aventuras por el jardín de casa; y, cuando llegó a los nueve años, se inventó un colegio con un grupo de siete chicas –a las que llamaba The Girls– con las que vivía todo tipo de situaciones.
Esta variedad permitía que entre estos seres invisibles hubiera tanto amigas –Annie Gray, una niña sensible de su misma edad, que lloraba con facilidad– como otras que eran casi enemigas imaginarias –era el caso de Isabella Sullivan, con ricitos de oro e ínfulas de grandeza–.
Hoy, se considera que estos personajes nacidos de la imaginación infantil satisfacen la necesidad de los chavales de sentirse acompañados, les permiten expresar sus sentimientos a través de una persona interpuesta y los ayudan a construir experiencias importantes para su desarrollo.
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¿Cuándo empezamos a imaginar?
En la última década se ha comenzado a abordar a fondo el problema de cuándo empezó el ser humano a ser capaz de imaginar. La opinión más generalizada es que el pensamiento imaginativo fue cristalizando a lo largo de miles de años durante la evolución de nuestros cerebros, de la misma forma que sabemos que ocurrió con nuestras capacidades biológicas y rasgos físicos distintivos.
Según Steven Mithen, autor de conocidos libros sobre la materia, como “Arqueología de la mente” y “Los neandertales cantaban rap”, ya en la etapa que va de los australopitecos al Homo habilis –este vivió en África hace dos millones y medio de años– habría surgido la conciencia entre estos homínidos de que sus congéneres tenían pensamientos distintos. Más adelante vendría el hito del mayor crecimiento del cerebro, vinculado al bipedismo. Pero no fue hasta después de la salida de África del Homo sapiens cuando aparecieron identificadas con nitidez las prácticas culturales y los primeros intentos de organización social, en un periodo que sitúan entre 30.000 y 10.000 años atrás.
Ese salto cualitativo realizado entonces por el Homo sapiens ha llevado a algunos antropólogos a proponer que fue precisamente la imaginación el factor diferencial que permitió a los humanos dominar el mundo. Gracias a esta capacidad, se habrían organizado las tribus –antepasadas de nuestros actuales Estados–, dictado leyes para regular la convivencia entre sus miembros y concebido explicaciones religiosas a los fenómenos observados en la naturaleza. Nación, ley o religión tienen en común su condición de ser conceptos muy abstractos y, como tales, no podrían haberse definido sin la ayuda de la imaginación.
Cortesía de Muy Interesante
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