La invasión de Polonia, que hizo estallar la Segunda Guerra Mundial y acabó con la Segunda República Polaca, fue poco menos que un paseíllo para Hitler. Sin ayuda efectiva –esto es, militar– de sus aliados sobre el papel –el papel mojado de los acuerdos de mutua protección–, Francia y el Reino Unido, el ejército polaco fue fácilmente derrotado al no poder hacer frente a las superiores tropas germanas y su táctica de la Blitzkrieg (guerra relámpago), basada en el movimiento rápido e independiente de los carros blindados y la máxima potencia de fuego aplicada de forma incesante, A la celeridad de esta caída también contribuyó enormemente la casi simultánea ocupación –17 de septiembre– de la zona oriental del país por parte de la Unión Soviética.
Todo a punto para el ataque
Como ya se ha dicho, la invasión llevaba meses gestándose con germánica minuciosidad: nada se dejó al azar o la improvisación. En julio, se aprovecharon unas pretendidas maniobras de verano para concentrar tropas en la frontera polaca sin levantar sospechas; a lo largo de agosto, asimismo, numerosas unidades fueron enviadas a Prusia Oriental, esta vez con la excusa de preparar el 25.º Aniversario de la Batalla de Tannenberg (26-30 de agosto de 1914). De este modo, para finales de agosto, nada menos que 54 divisiones de la Wehrmacht se acantonaban en las inmediaciones de Polonia. La periodista británica Clare Hollingworth, corresponsal de The Daily Telegraph, las vio mientras conducía a lo largo de la frontera germano-polaca el 28 de agosto y fue la primera en dar la voz de alarma: el ataque era inminente.
En efecto, el 31 de agosto, Hitler firmó la Directiva de Guerra 1 –la primera de un total de 74 hasta el final de la contienda mundial– en la que se detallaban las órdenes para la agresión, así como se fijaban la fecha y la hora previstas de la misma. Dichas órdenes fueron entregadas en mano a los responsables del operativo con solo doce horas de antelación.
En ellas, conforme al Plan Blanco (Fall Weiss), se establecía que el IV Ejército debía atacar el corredor de Danzig al tiempo que el III Ejército atacaba el este de Polonia desde sus bases en Prusia Oriental; una vez ambos confluyesen, irían en dirección sur hacia Varsovia. Entretanto, el Grupo de Ejércitos Sur atacaría desde Silesia y Eslovaquia y el X Ejército, el más poderoso, se dirigiría directamente a Varsovia para desarticular las defensas polacas en el menor tiempo posible.
Ya solo restaba el casus belli: un pretexto para la invasión. Meses antes, a finales de mayo, el Führer había pronunciado ante varios generales estas enigmáticas palabras: “Proporcionaré un motivo de guerra propagandístico. No importa que sea o no verosímil: al vencedor no se le cuestiona la credibilidad”. Sus interlocutores no sabían aún a qué se estaba refiriendo, salvo, claro, algunos de los más allegados.
Incidente en Gliwice
Concretamente, quienes estaban en el ajo eran Himmler, Heydrich, Canaris, el jefe de la Gestapo Heinrich Müller y el inevitable Goebbels. Los cuatro primeros se encargaron de montar la patraña; el último, con sus dotes para la intoxicación, de difundirla y amplificar al máximo su eco. Fue el paso previo a la guerra, una operación de bandera falsa que se conoce como Provocación de Gleiwitz (nombre alemán de la localidad en que sucedió) o Incidente de Gliwice (nombre polaco) y cuyos detalles no se supieron hasta que los confesó en los Juicios de Núremberg el oficial de las SS Alfred Naujocks, ejecutor del plan por orden de Heydrich.
Este consistió en lo siguiente: la noche del 31 de agosto, víspera de la invasión, un grupo de agentes alemanes al mando de Naujocks, vestidos con uniformes polacos, atacaron la emisora de radio alemana fronteriza conocida como torre de comunicaciones de Gliwice, emitieron un mensaje en el que se animaba a la minoría polaca de Silesia a alzarse en armas contra Alemania y dejaron un reguero de cadáveres tras de sí, supuestamente víctimas de los “saboteadores polacos” (en realidad, prisioneros de Dachau fusilados por los nazis y con los rostros convenientemente desfigurados para imposibilitar su identificación).
Ciertamente, muy verosímil no era –ni la prensa ni la opinión pública internacional se lo tragaron–, pero, unido a otros varios episodios provocados por los nazis en esos días a lo largo de la frontera (una serie de incendios en el corredor, lanzamientos de propaganda antialemana) y ampliamente publicitados por Goebbels, fue excusa suficiente para que Hitler justificara la ofensiva y la lanzara ya sin demora. Y así, en la madrugada del 1 de septiembre de 1939 y sin declaración formal de guerra, el ejército alemán comenzó a ejecutar punto por punto las órdenes de la Directiva del Führer.
La guerra empieza por el aire
Las dos primeras acciones de la invasión –y, por tanto, de la Segunda Guerra Mundial– fueron aéreas. De hecho, sin desdeñar todos los demás factores, la abrumadora superioridad de la Luftwaffe frente a la Fuerza Aérea Polaca sería decisiva en el desarrollo de las hostilidades. En la campaña polaca, Alemania empleó 1.580 aviones, entre ellos Junkers Ju 87 (los famosos Stukas), Messerschmitts, Dorniers y Heinkels He 11.
El más importante paso fronterizo entre Polonia y Prusia Oriental eran los puentes sobre el río Vístula a la altura de Dirschau (hoy Tczew), a cuyas pilastras habían adosado los polacos cargas explosivas, unidas por un largo cable tendido entre los puentes, que debían ser detonadas llegado el caso para impedir el avance de los alemanes.
Exactamente a las 4:26 horas, una escuadrilla de la Luftwaffe compuesta por tres Stukas descargó en picado y luego en vuelo rasante las primeras bombas de la guerra sobre el susodicho cable, para evitar la destrucción de los puentes y asegurar así el paso a los convoys de blindados e infantería que ya aguardaban en la estación de Dirschau. Sin embargo, contra todo pronóstico, los ingenieros polacos consiguieron volver a empalmar el cable con el detonador e hicieron saltar por los aires las estructuras.
Tras este contratiempo, a las 4:40 los Stukas lanzaron su segunda descarga –esta vez mortífera– sobre la ciudad de Wielum. Minutos después, a las 4:47, al ataque aéreo se sumaban los cañonazos desde el mar, provistos por el acorazado SMS Schleswig-Holstein atracado en el Báltico. Los bombardeos continuaron: a las 5:30 sobre Dirschau y a las 6:00 sobre la misma Varsovia. Y antes del amanecer, allanado así su camino, las tropas de la Wehrmacht cruzaron por distintos puntos la frontera e iniciaron la ocupación de Polonia.
En pocas horas, les siguió un auténtico torrente de efectivos. La clave del plan germano, como se vio, estribaba en la velocidad y, en aras de dicho objetivo, el Alto Mando alemán movilizó a todas sus mejores unidades, dejando prácticamente desguarnecida la frontera con Francia; un motivo más para que las operaciones en Polonia terminasen cuanto antes, pues Alemania en ese momento temía todavía un contraataque francés y británico (contraataque que, como se verá, no se daría, pese a que el 3 de septiembre Francia y el Reino Unido le declararon la guerra a Hitler convirtiendo sobre el papel, aunque aún no de facto, el ataque a Polonia en la Segunda Guerra Mundial).
Viejos y nuevos usos
Dos factores favorecieron la rapidez del despliegue: la orografía polaca, sin obstáculos naturales insalvables excepto los ríos Vístula, Narew, Bug y San, y la mencionada Blitzkrieg. No obstante, no todo fue “relámpago” en Polonia, ni mucho menos: las fuerzas germanas no incorporaron al 100% esta nueva doctrina, como sí harían más tarde en la Batalla de Francia. De hecho, tuvieron dificultades para desplazar sus camiones, dada la escasez de grandes carreteras, lo que motivó que se utilizaran aún los servicios de la caballería para tareas de reconocimiento e incursiones en la retaguardia enemiga.
Tampoco se abandonó del todo la táctica del asedio, como sucedió en la fortaleza de Modlin, doblegada tras varios días de fuego artillero en vez de rápidamente batida con un masivo bombardeo aéreo. Asimismo, las divisiones Panzer se siguieron empleando en general más como complemento de la infantería convencional que en operaciones autónomas.
Las fuerzas polacas, agrupadas en siete cuerpos de ejército, eran claramente inferiores tanto numérica como tecnológicamente –433 aviones, muy escasos tanques– e intentaron resistir a la invasión a base de determinación y coraje, a la espera de ese refuerzo francobritánico que nunca llegaría. La vieja caballería seguía teniendo un notable peso específico en las armas polacas, por lo que protagonizó varias valerosas y, a la postre, inútiles cargas, las últimas de la historia de Europa, alguna tan mitificada como la de la Brigada Pomorska.
Polonia, de derrota en derrota
En semejantes circunstancias, el desarrollo de los combates empezó siendo desastroso para Polonia. Del 1 al 3 de septiembre, tuvo lugar la Batalla de la Frontera entre Mlawa, Mokra y Pomerania. En algunos sectores se logró detener el avance alemán, pero la flexibilidad, calidad y movilidad de sus divisiones, unidas al control del aire –con la Luftwaffe bombardeando sin parar las concentraciones de tropas y las comunicaciones polacas–, hicieron que la balanza se decantase siempre al final del lado de los ejércitos del Reich. Por ejemplo, Westerplatte, guarnición costera atacada por los alemanes en la península del mismo nombre, resistió ferozmente una semana de bombardeos desde el mar y el aire, pero acabaría por capitular.
Una vez rotas las defensas de la frontera, las unidades acorazadas móviles alemanas (las divisiones Panzer) se internaron profundamente en territorio enemigo. El ejército polaco, siguiendo su plan operativo, intentó replegarse hacia el interior confiando en la inminencia de un contraataque aliado, pero su retirada fue todo menos ordenada. El caos se adueñó del Alto Mando polaco ante la contundencia del avance alemán: tropas provenientes del centro de Alemania enlazaron con las de Prusia Oriental a través del corredor el 4 de septiembre. Entre el 5 y el 6, se produjo la ruptura en el frente sur. En el centro, el día 8, las vanguardias alemanas llegaron a los alrededores de Varsovia; sin embargo, el asalto inicial a la capital (sometida a bombardeo desde el primer día, como se dijo) fue detenido.
Solo la fuerza que otorga la desesperación explica el vuelco –efímero, pero real– que dieron entonces los acontecimientos. En efecto, los polacos, a pesar del terrible impacto militar y psicológico de la Blitzkrieg, empezaron a luchar con tal determinación en varios frentes que, por un momento, pareció que podían ganar la partida.
Tres batallas heroicas
El primero de estos espejismos fue la Batalla de Wizna, librada en una pequeña área fortificada de esta ciudad fluvial entre el 7 y el 10 de septiembre, que ha sido llamada “la Batalla de las Termópilas polaca” por la increíble resistencia que plantearon 700 polacos provistos de ametralladoras y algunas armas antitanque frente a 42.200 alemanes con 350 carros blindados. Tras varios e infructuosos intentos de tomar la posición, que se saldaron con casi 1.000 bajas alemanas, hubo de intervenir el mismísimo general Heinz Guderian, que intentó persuadir utilizando panfletos y comunicados al capitán Wladyslaw Raginis –“el Leónidas del río Narew”–, al mando de la guarnición, para que se rindiera. Raginis rechazó la oferta y siguió peleando hasta el (previsible) final: solo 40 de sus hombres sobrevivieron, y fueron hechos prisioneros.
El 9 de septiembre, a su vez, tuvo lugar la contraofensiva polaca de Bzura, que cogió completamente por sorpresa a la Wehrmacht y fue tal vez la batalla más importante de toda la campaña de Polonia. Librada junto al río de dicho nombre, al oeste de Varsovia, en ella dos de los ejércitos polacos, el de Pomorze y el de Poznan, hicieron retroceder inicialmente a varias divisiones alemanas y destruyeron 50 de sus tanques, otros 100 vehículos y numerosas piezas de artillería. No obstante, el día 22, ante la falta de suministros y la llegada de ingentes refuerzos alemanes, los en principio victoriosos polacos tuvieron que emprender la retirada para evitar quedar cercados, con lo que se perdió toda la ventaja conseguida.
Finalmente, como se vio, el primer asalto nazi a la capital, Varsovia, lanzado el día 8, fue asimismo repelido heroicamente por las defensas polacas el 24 de septiembre. Pero el asedio se reanudó al día siguiente, esta vez con un bombardeo aeroterrestre sin precedentes, y Varsovia acabaría capitulando a finales de mes.
Cortesía de Muy Interesante
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