Así se produjo la complicada ‘desnazificación’ de Alemania: de los Juicios de Núremberg a la Guerra Fría

Quien siembra vientos recoge tempestades, dice el refrán. Los alemanes de 1945 eran conscientes de los vientos que el nazismo había sembrado –aunque aún no lo sabían todo– y ahora se preparaban para la tempestad. De hecho, ya habían sufrido la primera parte de esta: los bombardeos.

La potencia industrial americana barrió sus principales ciudades con fósforo y dinamita hasta pulverizarlas, pero aún no se había producido el temido encuentro de los civiles con las tropas foráneas, el espantoso cuerpo a cuerpo que, en todos los sentidos, supondría la invasión. Así que, cuando el enemigo atravesó la frontera, entre la población alemana corrió una frase desalentadora: “Ahora los judíos seremos nosotros”.

Por suerte para la humanidad, no fue exactamente así, aunque al principio lo pareciera: Stalin dio rienda suelta a sus tropas en Alemania del mismo modo que lo hiciera Hitler con las suyas en la URSS unos cuantos años antes. No obstante, en medio de los abusos se vieron casos heroicos, como el del intelectual Lev Kópelev, que merecería ser recordado aunque no hubiera escrito nada.

Lev Kópelev
El escritor y disidente soviético Lev Kópelev (1912-1997), encarcelado por oponerse a las violaciones de mujeres alemanas. Foto: Getty.

Dignidad frente al abuso

Kópelev se enroló como voluntario en el Ejército Rojo en 1941; catedrático de alemán, acompañó en calidad de traductor a las primeras tropas que entraron en Prusia. Un día trató de impedir una violación brutal y, por interponerse entre los soldados y la joven víctima alemana, aquel hombre digno fue acusado formalmente de humanista burgués; un delito en toda regla que la justicia soviética castigó con diez años en un campo de trabajo, donde trabaría amistad con el futuro Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn.

Sin embargo, hay que decir que la actitud de los mandos soviéticos no fue igual en todas partes. En Breslau, por ejemplo, los soldados seleccionaron a treinta mujeres, las llevaron a una nave industrial y las violaron. Como una de ellas se resistiera bravamente, la mataron de un tiro. Cuando el oficial soviético al mando lo supo, se dirigió al lugar de los hechos y allí mismo fusiló a cuatro de sus hombres.

Dos soldados del Ejército Rojo acosando sexualmente a una joven
Dos soldados del Ejército Rojo acosando sexualmente a una joven. Foto: ASC.

Hubo también violaciones por parte de los aliados occidentales, sobre todo EE. UU., lo que dio lugar a una generación de “niños de la guerra” fruto de ellas: Bankerte (bastardos), Negermischlinge (mestizos negros), etc. Pero la violencia sexual solo fue uno de los aspectos aterradores de la invasión: cuando los soviéticos entraron en Danzig, hallaron 40.000 cadáveres tirados por las calles. Una hambruna feroz se alió con la disentería, el tifus y la falta de cobijo en el gélido invierno del 45, mientras medio país se dirigía al oeste en busca de los sectores americano y británico.

Los peor parados fueron los prisioneros que los nazis sacaron de sus mazmorras para enviarlos al interior de Alemania. Solo con los de Prusia se organizaron medio centenar de marchas a pie que pusieron en camino a 70.000 hombres y mujeres, de los que llegaron a su destino menos de 30.000; la mayoría tan debilitados y exhaustos, que solo aguantaron con vida unas pocas semanas.

Asumir el horror y la culpa

Por otra parte, el descubrimiento de los miles de campos de concentración de todas clases no ayudó precisamente a mejorar la opinión sobre el nazismo. La dignidad misma del género humano exigía el castigo de aquellas indecibles monstruosidades y la erradicación de la política que las produjo.

Supervivientes de Auschwitz tras su liberación en febrero de 1945
En la imagen, los supervivientes de Auschwitz salen del campo de exterminio tras su liberación, en febrero de 1945. Foto: Getty.

Cuando la Conferencia de Potsdam (julio-agosto de 1945) dividió Alemania en cuatro sectores, se vio la necesidad de reducir a polvo los pilares que había construido el nazismo para su “Reich de mil años”. Algunos corresponsales occidentales decían que los alemanes seguían siendo nazis sin saberlo, y a veces hasta sin quererlo, así que se les hizo conocer en toda su crudeza la verdad que algunos ignoraban y otros habían preferido ignorar: se les obligó a visitar los campos.

Aquellas imágenes de cadáveres apilados entre los que se movían unos civiles alemanes atónitos y con un pañuelo en la boca fueron las primeras muestras que conoció el mundo de lo que llamaron los aliados “desnazificación”.

Ciudadanos obligados a visitar un campo de concentración
En la imagen, ciudadanos de la localidad de Ludwigslust obligados a visitar un cercano campo de concentración, el 6 de mayo de 1945, desfilan horrorizados entre los montones de cadáveres. Foto: Getty.

Aceptado el hecho obvio de que no todos los alemanes habían participado del sistema en la misma medida, hubo que empezar a discriminar y se hizo presente la noción de responsabilidad individual. Puesto que en los campos de prisioneros seguía funcionando el orden jerárquico nazi, se procuró descubrir a los mantenedores de ese orden y enviarlos a campos especiales. Todo esto debía hacerse a la vez que se nombraba a las nuevas autoridades locales y se restablecían las comunicaciones terrestres, la agricultura, los puentes, las fábricas, las estaciones eléctricas…

Entonces surgió la paradoja de que los únicos que podían llevarlo a cabo con rapidez y eficacia eran los mismos que habían tenido el control con los nazis. Así se explica la frase del general Patton: “Si utilizo a antiguos nazis, es porque son los más capacitados”. Sus puntos de vista sobre este asunto hicieron que Eisenhower lo relevara del mando un poco antes de su muerte accidental.

El perdón (selectivo) de los pecados

Así, los más útiles para los vencedores, aquellos científicos y técnicos que habían impulsado los avances nazis –especialmente los expertos en balística, medicina de guerra y física nuclear–, recibieron un trato especial. Las potencias aliadas los consideraron parte de su botín y procuraron reunirlos en pequeños oasis y ofrecerles contratos de trabajo en sus países. Cuando se consintió en que llevaran con ellos a sus familias, todos aceptaron. Los americanos llamaron a esta jugada Operación Paperclip. Se les ofrecía una vida nueva y el olvido de sus crímenes de guerra (ninguno era inocente).

Operación Paperclip
Wernher von Braun y otros 103 científicos aeronáuticos alemanes posan en Fort Bliss, Texas, en 1946, después de ser exonerados y captados por Estados Unidos. Foto: ASC.

En Peenemünde, por ejemplo, los físicos y matemáticos que trabajaron en los proyectiles V-1 y V-2 bajo la dirección de Wernher von Braun fueron testigos del trato que se daba a los trabajadores esclavos que tenían a su disposición. Diariamente se ahorcaba a una docena por cualquier pequeña falta, o por enfermedad, y quedaban colgando de las horcas para escarmiento del resto. Los científicos pasaban ante ellos ignorándolos o incluso haciendo algún comentario jocoso, si es que estaban de buen humor aquella mañana.

Von Braun, por el que Hitler sentía gran admiración y al que visitó personalmente en Peenemünde, sería más tarde el gran héroe de la carrera espacial americana. Por su parte, el doctor Hubertus Strughold, que había llevado a cabo atroces experimentos con los efectos de la presión sobre un centenar de seres humanos servidos expresamente desde Dachau, fue saludado luego en EE. UU. como el autor de la exitosa salida al espacio de John Glenn, cuyo traje había diseñado. Así que la conquista del espacio nació con su propio pecado original.

Los soviéticos tampoco se anduvieron por las ramas a la hora de apoderarse de científicos alemanes (Proyecto Alsos) y, sencillamente, secuestraron a los que no se avinieron a trabajar en la URSS. Docenas de ellos, entre los que se encontraban el Nobel Gustav Hertz, Döpel, Riehl y Von Ardenne, quedaron a disposición del siniestro Lavrenti Beria, mano derecha de Stalin, para desarrollar la carrera atómica rusa.

Los Juicios de Núremberg

El castigo internacional a los nazis se escenificó en el gran proceso que tuvo lugar en Núremberg entre noviembre de 1945 y octubre de 1946. En el banquillo se sentaban los principales jerarcas a los que se había conseguido detener.

Faltaban piezas fundamentales que escaparon o se suicidaron, pero también había tipos de mucho peso en el régimen, tanto civiles como militares: individuos odiosos como Alfred Rosenberg, quien, nacido de alemanes bálticos exiliados por los soviéticos, reunía todas las papeletas para ser a la vez un ideólogo del racismo y un anticomunista acérrimo. En 1941, Hitler lo puso a cargo de los territorios orientales ocupados por los nazis y fue responsable de las monstruosas violencias que se ejercieron sobre aquellas poblaciones. Rosenberg fue condenado y ahorcado.

Alfred Rosenberg
El teórico de la lucha de razas y el Lebensraum, también jefe de Relaciones Exteriores del NSDAP y ministro para los Territorios Ocupados del Este, pasa revista, en 1941, a jóvenes nazis en Kiev, Ucrania. Foto: Getty.

Otro de los acusados sería Joachim von Ribbentrop, un comerciante de éxito que se ofreció a Hitler en los primeros momentos alegando sus contactos comerciales internacionales. Pese a que se le consideraba un advenedizo por los diplomáticos profesionales, Hitler lo nombró su ministro de Asuntos Exteriores a principios de 1938 y fue el encargado de firmar el acuerdo de paz con Stalin al año siguiente. Se le juzgó, entre otros cargos, como responsable de la entrega de los judíos de los territorios ocupados, lo que constituyó la primera fase del Holocausto. Von Ribbentrop murió asimismo en la horca.

Los dos casos que más atrajeron la atención fueron los de Hermann Göring y Albert Speer. El gordo Göring era la figura más popular del nazismo después del Führer y el primer nombre de la lista de reos en Núremberg. Su detención y encarcelamiento lo habían favorecido físicamente: perdió tanto peso que el escritor americano John Dos Passos, uno de los cronistas de los juicios, lo retrató como un globo desinflado.

Göring durante los Juicios de Núremberg
El exmariscal Hermann Göring en el banquillo de los acusados durante los Juicios de Núremberg. Foto: ASC.

Además, la abstinencia forzada le había curado de su sempiterna adicción a la morfina. La altivez y rotundidad con las que contestó a sus jueces hicieron temer que volviera el proceso contra los acusadores, porque el exmariscal del Reich estuvo tan brillante en el comienzo del juicio que la prensa americana consideró que había ganado el primer asalto. Pero su arrogancia fue decayendo conforme eran presentadas las pruebas, y al final del juicio era una sombra de sí mismo. Entonces dijo: “Si no hubiera sido por el maldito Auschwitz, habríamos podido defendernos”. Fue condenado a la horca, pero se las arregló para suicidarse la víspera con una cápsula de cianuro que increíblemente había conseguido esconder todo aquel tiempo.

La actitud del arquitecto Speer –un hombre con inmensas dotes de organización a quien Hitler, que lo admiraba, hizo responsable de la producción de guerra– fue completamente distinta. Y también su suerte en el juicio. Era un tipo muy inteligente que durante el proceso se mostró sinceramente arrepentido, pero digno. Por la acusación de emplear mano de obra esclava recibió una pena de 20 años de cárcel, que cumplió en su totalidad. Una vez libre, publicó tres libros esenciales para la comprensión del nazismo en los que mantuvo la misma actitud arrepentida que mostrara en el juicio.

Empieza la Guerra Fría

El balance final de Núremberg fue de diez ejecuciones en la horca, tres cadenas perpetuas, cuatro condenas de entre 10 y 20 años, tres absoluciones, dos suicidios y una suspensión de condena, la del gran industrial Krupp, por causa de su estado senil. Pero no fueron los únicos juicios llevados a cabo. Después hubo otros doce procesos en los que se depuró a los médicos y a los jueces, más los que se celebraron asimismo en los países ocupados. Y también hay que incluir al millar de criminales de guerra que Simon Wiesenthal, un arquitecto judío superviviente de Mauthausen, logró conducir a los tribunales a lo largo de su dilatada vida.

Simon Wiesenthal
Simon Wiesenthal. Foto: Getty.

En 1947, los aliados liberaron a la mayoría de los detenidos ‘reeducados’, y por entonces la población alemana empezó a tomar conciencia real de la magnitud de lo ocurrido. A la derrota vinieron a sumarse la losa de la culpa y las dificultades para desarrollar una sociedad nueva que borrase aquellos estigmas.

Pero el efecto histórico más importante de la ocupación y el reparto de Alemania iba a ser la Guerra Fría. La cohabitación de las potencias se hizo imposible, y cuando apareció el Plan Marshall los soviéticos lo consideraron una trampa imperialista para comprar Europa. En la primavera de 1948, la Segunda Conferencia de Londres planteó la unificación de las zonas ocupadas por Francia, Gran Bretaña y EE. UU. y la creación de un nuevo Estado alemán con su propia moneda.

La actitud de Stalin se endureció. Aisló a la capital, que estaba en su zona, y los americanos respondieron con el famoso Puente Aéreo que abasteció por aire a la ciudad durante un año. Los soviéticos abandonaron el bloqueo de Berlín, pero corrieron el telón de acero sobre la mitad oriental de Europa, que permanecería en su poder hasta el derrumbe de la URSS.

Del 24 de junio de 1948 al 12 de mayo de 1949, la URSS cerró el acceso por tierra a la capital alemana, en lo que se conoció como bloqueo de Berlín. La respuesta de EE UU fue el Puente Aéreo: aviones como el de la foto que abastecieron a los berlineses desde el aire. Foto: Getty.

La desnazificación en el lado occidental se dio por concluida en marzo de 1948 con un resultado final de 100.000 detenidos, de los que 6.000 fueron juzgados y 800 ejecutados (en la URSS, se liberó y repatrió a los últimos prisioneros de guerra alemanes, de un total de unos dos millones, en 1955). Solo cuatro años después de su derrota, los germanos del oeste eligieron canciller a Konrad Adenauer, que durante 14 años capitaneó el milagro de la reconstrucción alemana. Un milagro que ha conducido a su potencia actual… y a los recelos que esta suscita en sus socios europeos.

Konrad Adenauer, canciller de la RFA
Konrad Adenauer, canciller de la RFA desde su fundación hasta 1963, fue el padre del “milagro alemán”, cuya contraimagen sería el Muro de Berlín. Foto: Getty.

Cortesía de Muy Interesante



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