Atavismos históricos


Uno de los siete temas típicos de las películas de vaqueros fue el de la lucha entre indígenas y colonos, dentro del género llamado “western” y que tuvo sus inicios prácticamente con el cine. Con el paso de los años, este tipo de producciones llevaba siempre al espectador a ponerse del lado de los vaqueros y en contra de los apaches, asunto de lo más absurdo, ya que los vaqueros eran invasores despiadados, mientras que los indígenas no hacían sino defender sus territorios ancestrales. Pero la magia del cine producía exactamente el tipo de lealtades que pretendía, convirtiendo al villano en héroe y a la víctima en villano, así que cuando los vaqueros finalmente masacraban a los indígenas, todo mundo aplaudía, sin que a nadie se le ocurriera cuestionar los hechos que veían en tan repetitivas películas.

Esta vena profunda de la idiosincrasia yanki nunca ha sido del todo superada, solo se va adecuando a los nuevos tiempos, dando el rol de “villano” a los nuevos enemigos reales, imaginarios o convenientes, dentro o fuera de su territorio: así los africanos, los latinos, los asiáticos, o ya con nuevos aires, los migrantes, los talibanes, los chinos, los traficantes, los terroristas y todos los que históricamente han “abusado” de Estados Unidos, incluida la Unión Europea.

En consecuencia, vemos con impotencia el modo en que los océanos se han convertido en los nuevos campos de caza de Norteamérica; ya no es el viejo oeste con sus infinitas praderas pobladas de pieles rojas sedientos de cabelleras, sino los mares de América rebosantes de narcoterroristas que están matando a los virtuosos vecinos del norte. ¿Narcos a los que hay que eliminar? ¿Y los elimina? No sabemos ni sabremos, porque se trata de justicia sumaria: ellos determinan qué embarcación hundir y la hunden. ¿Todos los tripulantes eran narcos y además terroristas? ¿Se les dio la oportunidad legal de defenderse y, en su caso, corregirse? ¿Se les ejecutó con base en un juicio? ¿Realmente eran culpables? ¿Se les podría haber dado otra oportunidad? ¿Todos merecían la pena de muerte? Nada de eso es ya relevante, porque el terrorismo de Estado no tiene por qué dar cuentas, y la prepotencia estadounidense se arroga el privilegio de juzgar al mundo imponiéndoles a todos su ley, la eterna “ley del oeste”.

El mundo debe entonces aprender que los buenos son los vaqueros, que ellos lo saben todo y pueden decidir a distancia quiénes son los malos y quiénes no. Con base en esto, el mundo debe admitir que la pena de muerte se aplique de manera colectiva y sin previo juicio sobre los señalados, y sin tener que demostrar nada.

Este nuevo deporte recuerda las cacerías de migrantes de los vaqueros tejanos y la lógica conclusión: si han sido capaces de invadir naciones soberanas, bloquear países y matarlos de hambre, fabricar evidencias -como la producción de armas químicas de Husein que jamás encontraron-, llenar de sectas Centroamérica y financiar a la ultraderecha para lanzarla contra cualquier pontífice que dé visos de socialista, asesinar supuestos narcos en las aguas del Caribe acaba siendo un tema menor.

Lo interesante, sin embargo, sigue siendo el manejo mediático, los innumerables recursos de que se valen los informantes para alterar nuestra visión de la realidad y llevarnos a justificar lo injustificable, acostumbrarnos a lo imposible y hacernos creer lo increíble. ¿No es lo que hacen también los comentaristas de TV Azteca para defender la indefendible postura de su líder? ¿O lo que hacen los comentaristas “fifís” o los “chairos” para exaltar o denigrar la variopinta marcha del 15 de noviembre?
 

Cortesía de El Informador



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