El cosmos sigue recordándonos que, aunque dominamos el planeta, apenas estamos empezando a entender los peligros que nos acechan más allá de la atmósfera. Uno de ellos ha vuelto a los titulares: el asteroide 2024 YR4, apodado por algunos como “destructor de ciudades” por su potencial devastador, acaba de ver aumentadas sus probabilidades de impactar… no contra la Tierra, sino contra la Luna.
Este fragmento rocoso del espacio mide entre 53 y 67 metros, un tamaño similar al del cuerpo celeste que arrasó un área de más de 2.000 km² en la región de Tunguska, Siberia, en 1908. Aunque ya no representa una amenaza directa para nuestro planeta, las nuevas observaciones han elevado al 4,3% la probabilidad de que choque contra la Luna el 22 de diciembre de 2032. Y eso, aunque parezca poco, es más que suficiente para entusiasmar —y poner en alerta— a la comunidad científica.
Un visitante inesperado con trayectoria cambiante
Descubierto en 2024, YR4 generó alarma cuando los primeros cálculos indicaban una posibilidad real —aunque remota— de que impactara contra la Tierra. La probabilidad se estimó entonces en un 3,1%, una cifra muy por encima del umbral habitual que lleva a activar protocolos de observación intensiva.
Gracias a los datos recopilados por el telescopio espacial James Webb (JWST) en mayo de 2025, los astrónomos han podido refinar su trayectoria. Si bien la amenaza terrestre se ha desvanecido —con una probabilidad casi nula de impacto—, el riesgo lunar ha aumentado. Actualmente, la NASA calcula que hay un 4,3% de posibilidades de que esta roca colisione con nuestro satélite. Para entender el contexto: en ciencia planetaria, una probabilidad superior al 1% en una predicción a tantos años vista ya se considera digna de estudio.
¿Y si impacta contra la Luna? ¿Qué podría ocurrir?
Un impacto no sería en absoluto catastrófico para la Luna. No alteraría su órbita ni cambiaría el curso de las mareas. Pero sí podría ofrecer un espectáculo astronómico sin precedentes. Dependiendo del lugar de impacto y la energía liberada, el evento podría generar un nuevo cráter de decenas de metros de diámetro, visible desde la Tierra con telescopios de aficionados.
Más allá del espectáculo, los científicos están particularmente interesados en lo que podrían aprender del suceso. Ver en directo la formación de un cráter de esta magnitud permitiría validar y ajustar muchos modelos teóricos sobre impactos espaciales, estructuras geológicas lunares y proyecciones de dispersión de escombros.

Además, este tipo de colisiones pueden exponer materiales que yacen bajo la superficie lunar, abriendo una ventana inédita a su composición profunda, algo de gran interés para futuras misiones de exploración, incluidas las iniciativas internacionales que buscan establecer bases permanentes en la Luna.
La expectación por 2024 YR4 remite inevitablemente a otros momentos recientes donde asteroides captaron la atención del mundo. En 2022, la misión DART de la NASA logró desviar ligeramente la trayectoria del asteroide Dimorphos tras estrellar deliberadamente una nave contra él. Fue una prueba exitosa de defensa planetaria, pero también una lección de humildad: estos cuerpos errantes, aunque pequeños, pueden causar estragos.
En el caso de 2024 YR4, el riesgo para la Tierra fue inicialmente lo bastante alto como para encender alarmas. Afortunadamente, con cada observación, la comunidad científica ha podido afinar su trayectoria hasta descartar un impacto terrestre. No obstante, la Luna sigue en la línea de fuego, y eso tiene implicaciones científicas igual de relevantes.
Hay que tener en cuenta que la Luna, al carecer de atmósfera, actúa como un registro fósil de los impactos sufridos por el sistema solar interior. Su superficie está plagada de cráteres, muchos de los cuales tienen miles de millones de años. Cada uno de ellos cuenta una historia de colisiones pasadas que podrían haber sido igualmente catastróficas si hubieran ocurrido en la Tierra.
Pero, a diferencia de esos cráteres antiguos, un impacto en vivo y en directo permitiría documentar todos los aspectos del evento: desde el destello inicial hasta la forma del cráter, pasando por la dispersión de materiales y su interacción con la superficie lunar. Equipos científicos de todo el mundo ya están planeando cómo observarlo, en caso de que se produzca.
Lo que sigue: una cita con el destino en 2028
2024 YR4 solo pasa cerca de la Tierra cada cuatro años. La próxima oportunidad para observarlo será en diciembre de 2028. Esa ventana será crucial para refinar aún más su órbita y confirmar si, en efecto, su destino está sellado con la Luna o si, como tantas veces ocurre con estos cuerpos, una pequeña perturbación gravitacional cambiará de nuevo su curso.
Hasta entonces, los astrónomos seguirán usando herramientas como el JWST, el radar planetario de Arecibo (si se reconstruye), y la futura misión NEO Surveyor, prevista para 2027, que está diseñada para identificar y rastrear objetos cercanos a la Tierra de manera más eficiente que nunca.

¿Una amenaza futura para la Tierra?
Aunque 2024 YR4 parece haber dejado de ser una amenaza directa, su caso es un recordatorio de cuán cambiante y dinámica es la situación espacial. Muchos asteroides siguen sin ser detectados, y otros podrían modificar su órbita con el tiempo debido a efectos como el empuje térmico (efecto Yarkovsky) o encuentros gravitacionales con otros cuerpos.
Por eso, la comunidad científica insiste en que la vigilancia debe continuar. No se trata solo de evitar catástrofes, sino también de aprovechar las oportunidades únicas que ofrece el espacio para avanzar en nuestro conocimiento y preparación ante lo desconocido.
Cortesía de Muy Interesante
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