Bélibaste: así fue la persecución y muerte del último perfecto cátaro que, antes de fallecer, lanzó la enigmática ‘profecía del laurel’

Guillaume Bélibaste –Guilhèm Belibasta en occitano–, hijo y nieto de seguidores de la doctrina cátara, nació en 1280 en el seno de una familia de ganaderos de la localidad de Cubières-sur-Cinoble, en la región de Rasez (Aude); una tierra en la que, a pesar de la Cruzada contra los albigenses y los esfuerzos de la Inquisición por erradicar la herejía, esta se había mantenido fuertemente arraigada, si bien en la clandestinidad, gracias a la predicación de los hermanos perfectos Authier.

Apenas hay registros de la infancia y juventud de Bélibaste –se sabe que trabajó como pastor– hasta el hecho decisivo que iba a cambiar su vida para siempre. En 1306, en el calor de una discusión, Guillaume mató a otro pastor, natural de Villerouge-Termènes, dominio del arzobispado de Narbona. La víctima, según los archivos, era un tal Barthélémy Garnier y trabajaba al servicio del arzobispo, Bernard de Farges, llevando sus rebaños como pastor de trashumancia a los pastos estivales de Cubières.

Cubières-sur-Cinoble
En la pequeña localidad de Cubières-sur-Cinoble –en la actualidad cuenta con unos 70 habitantes– del departamento francés del Aude, en Languedoc-Roussillon, vino al mundo en 1280 el que sería el último perfecto cátaro occitano del que ha quedado registro documental: Guillaume Bélibaste. Foto: ASC.

De Farges –que ejercía, además, de señor feudal de Villerouge-Termènes y de Cubières– vio en el crimen la excusa que necesitaba para apropiarse, por vía legal y rápida, de los bienes de una familia que ya había sido señalada como herética. Y así Bélibaste –que, entretanto, había huido y hallado refugio en una de las numerosas comunidades clandestinas de cátaros de la región–, juzgado in absentia, fue declarado culpable, y los bienes de su familia pasaron a ser expropiados por el arzobispo, lo que inflamó los deseos de venganza del joven Guillaume y lo reafirmó en el catarismo.

Una vida de fugitivo

El perfecto Philippe d’Alairac fue su mentor y quien lo ordenó a su vez como perfecto en la villa de Rabastens. Luego, a modo de penitencia por el crimen cometido, Bélibaste se retiró un tiempo a la aldea de Montaillou, donde llevó una vida ascética de ayuno y abstinencia. Pero esta tranquilidad iba a durar bien poco, gracias a un acoso y persecución por parte de la Inquisición que afectaría igualmente a toda su familia.

En 1308, en efecto, D’Alairac y Bélibaste fueron apresados y encarcelados en las terroríficas mazmorras de la Cité de Carcasona, insertas en el recinto conocido como “el Muro”, donde muy pocos de los que entraban volvían a ver la luz del sol. Sin embargo, en 1309, menos de un año después, ambos lograron escapar de aquel infierno con la ayuda de otros cátaros; luego, acompañando a un inmenso rebaño de ovejas camuflados como pastores trashumantes, consiguieron despistar a los tenaces agentes de la Inquisición, cruzaron los Pirineos y se afincaron en las tierras del condado de Ampurias.

Ciudad fortificada de Carcasona
Sobre estas líneas, parte de las murallas de la ciudadela o ciudad fortificada de Carcasona, conocida en francés como la Cité (en occitano, la Ciutat). En sus mazmorras, llamadas “el Muro”, estuvo preso Bélibaste. Foto: Jesús Ávila Granados.

D’Alairac, después de un tiempo en la villa de Torroella de Montgrí, decidió regresar a Occitania. Bélibaste, en cambio, prefirió quedarse en tierras de la Corona de Aragón. El primero no tardaría en ser apresado de nuevo y conducido directamente a la hoguera. Guillaume, enterado en la ciudad de Tortosa del fatal desenlace de su amigo y mentor, decide entonces internarse más hacia el sur.

En Miravet cambia de nombre –ahora se hace llamar Pierre Penchenier, nombre derivado de las cardas de las industrias textiles que maniobra– y de oficio: para ganarse el sustento, trabaja en la fabricación de peines de telar, aunque seguirá ejerciendo ocasionalmente de pastor y también, además, de viticultor y recolector de aceituna en temporada.

Torroella de Montgrí
En Torroella de Montgrí, este municipio del Baix Empordà (Girona), se separaron los caminos de D’Alairac y su discípulo: el primero decidió regresar a Occitania, donde pronto sería apresado y condenado a la hoguera. Foto: ASC.

A lo largo de 1313, reside en la zona de Poblet, en Flix y en la ciudad de Lleida; luego se traslada al Matarraña y, en 1314, se establece en Morella, pero por poco tiempo: a una escasa jornada a caballo de distancia se encuentra la villa de Sant Mateu, un refugio perfecto para Bélibaste por ser una población de tradición comercial, donde es fácil pasar inadvertido, y por albergar además una clandestina comunidad cátara, y el fugitivo se instala en ella.

De Sant Mateu, Bélibaste no salía sino para presidir las reuniones de los creyentes que se concentraban en esa área del Maestrazgo castellonense, siempre acompañado por su buen amigo y correligionario Pierre Maury. La comunidad cátara de Sant Mateu se componía de gentes procedentes en su mayoría de Montaillou y otras aldeas occitanas.

Recordemos, además, que en esta zona del Levante hispano tuvieron una sólida implantación los templarios en diferentes castillos y encomiendas, incluso después de la disolución oficial de la Orden en 1312. Era, por tanto, un lugar de relativa tolerancia religiosa siempre que se actuara con la mayor discreción y respetando al resto de la población (católica, musulmana y judía).

De este modo, durante seis años, Bélibaste vivió en Sant Mateu sus días más felices. Allí entabló amistad, y luego algo más, con la joven Raymonde Piquier, que en 1320 quedó embarazada; dado que ello contravenía el voto de castidad de los perfectos, su amigo Maury hubo de casarse con ella y atribuirse la paternidad de la criatura, lo que, al parecer, disgustó al celoso Bélibaste hasta tal punto que, al poco, deshizo el casamiento que él mismo había oficiado.

Sant Mateu
Entre 1314 y 1320, Bélibaste vivió tranquilo en Sant Mateu (arriba, exterior de su recinto amurallado), liderando con discreción la comunidad cátara local. Foto: Jesús Ávila Granados.

La captura de Bélibaste

Poco tiempo después, la sombra de la Inquisición pontificia se cernió sobre la Corona de Aragón; concretamente, en la ciudad de Alcañiz, los cátaros tuvieron que esconderse en galerías subterráneas para no ser descubiertos por una tupida red de informadores del Santo Oficio llegados hasta allí. El brazo armado de la Iglesia no tardó en alcanzar la villa de Sant Mateu: en septiembre de 1321, camuflado entre un grupo de occitanos, llegó a esta población un tal Arnaud Sicre, oriundo de la localidad languedociana de Ax (l’Ariège).

Sicre era, en realidad, un despiadado agente secreto enviado por el más temible de los inquisidores franceses: el obispo de Pamiers, Jacques Fournier. El recién llegado se hizo pasar por portador de un dramático y angustioso mensaje de la familia de Bélibaste cuyo objetivo era animar al hereje a que regresase al Languedoc, ya que sus padres, según la misiva, se encontraban gravemente enfermos.

Tumba de Benedicto XII
Tumba de Benedicto XII en la catedral de Notre-Damedes- Doms (Aviñón). Antes de su papado (1334-1342), Jacques Fournier fue obispo de Pamiers. Foto: ASC.

Para convencer a Bélibaste de la autenticidad del mensaje y de la nobleza de sus intenciones, Sicre se valió de toda clase de artimañas: le facilitó informaciones veraces sobre sus familiares (obtenidas, claro está, de los archivos del Santo Oficio), le hizo ver lo mucho que sabía acerca de los secretos espirituales del catarismo y le habló del deber que había contraído, como perfecto y como hijo, de conceder el consolamentum a sus pobres padres en el trance de la muerte.

Bélibaste cayó en la trampa y se vio impelido a regresar a Occitania para ver a los suyos, después de casi quince años de forzada ausencia, y poder así administrar el sacramento cátaro a sus progenitores antes de que fuese demasiado tarde. Sicre, tras ganar pues la confianza plena de Bélibaste, se ofreció como compañero de viaje en el largo trayecto que les separaba del Languedoc, a lo que Bélibaste no dudó en acceder.

En octubre, ya en ruta, tras pasar cerca de la villa de Agramunt y evitar entrar en otras poblaciones de la actual provincia de Lleida utilizando parte del “Camí dels bons homes” en su tramo inicial, tan pronto como alcanzaron la villa de Tírvia, perteneciente a la diócesis de Urgel pero también a los dominios del conde de Foix, Sicre, que había estado esperando con ansia aquel momento durante mucho tiempo, se presentó ante el corregidor del conde y, después de revelar su identidad como miembro de la Inquisición, hizo que este llamara a los soldados para que apresaran a su acompañante.

Bélibaste no tardó en ser reducido y conducido a la cercana fortaleza de Castellbó, donde fue encerrado en las siniestras mazmorras. Durante aquella interminable noche, reclamó a la guardia en varias ocasiones, todas en vano, la presencia de Sicre –a quien aún creía un cátaro leal– para que este le administrara el consolamentum y poder después suicidarse.

El delator, obviamente, no apareció por allí; sí, en cambio, los esbirros expertos en producir el más atroz de los dolores a los seres humanos, pero evitando romper el hilo de la vida. Tras una noche de horrendas torturas, que ocasionaron a Bélibaste los más desgarradores sufrimientos, a la mañana siguiente, con la espalda ensangrentada y medio moribundo, partió cargado de cadenas hacia la Cité de Carcasona, en donde se encontraba entonces el poder supremo del Santo Oficio en el sur de Francia.

Castellbó
Hoy pertenece a la comarca leridana del Alt Urgell. En 1321 estaba bajo el dominio del conde de Foix, que mandó apresar al fugitivo en Tírvia e hizo que fuera encerrado en la fortaleza de Castellbó, donde sufrió atroces torturas. Foto: ASC.

Las más poderosas autoridades de la Iglesia y la Inquisición pontificia en la zona estaban esperando al desdichado. Al frente de aquel severo tribunal se hallaba el obispo de Pamiers, Jacques Fournier. Siguiendo los deseos de Bernard de Farges, arzobispo de Narbona, Bélibaste fue nuevamente juzgado y, esta vez, condenado a morir quemado vivo en la hoguera; la pira debería disponerse en el patio de armas del Castillo de Villerouge-Termènes, donde el arzobispo tenía su residencia, para que, desde sus aposentos, pudiese disfrutar del macabro espectáculo.

Fournier, uno de los hombres más poderosos de la Francia de su tiempo, era también conocido y odiado por su crueldad como responsable máximo de la Inquisición en Occitania; más tarde –entre 1334 y 1342–, llegaría a ocupar el trono del pontificado, bajo el nombre de Benedicto XII, en la sede de Aviñón.

Conducido pues a Villerouge-Termènes a la mañana siguiente, Bélibaste murió abrasado por las llamas; era el 24 de octubre de 1321. Desde las ventanas del castillo, el arzobispo de Narbona observó al detalle la muerte del último perfecto cátaro de Occitania del que se tiene registro histórico; según las crónicas, el condenado, antes de ser devorado por el fuego, tuvo tiempo de lanzar al aire la siguiente y enigmática profecía: «Al cabo de setecientos años, el laurel reverdecerá».

La justificación de la Iglesia

Para justificar la labor realizada por el agente Sicre, la Iglesia redactó una serie de cartas conservadas en el arzobispado de Narbona y firmadas por Rainaud Jabbaud, clérigo de Toulouse y jurado en materia de Inquisición, por orden de monseñor el obispo de Mirepoix. Fechadas el 14 de enero de 1322, en cada una de ellas se corrobora el plan meticulosamente diseñado por la Iglesia para proceder a la captura de Bélibaste, como se desprende de su lectura:

Placa del paso por Sant Mateu de Bélibaste
Placa evocadora del paso por Sant Mateu del cátaro Bélibaste, muerto en Villerouge- Termenès en 1321. Foto: Jesús Ávila Granados.

«A todos los fieles de Cristo a los que lleguen estas cartas. Que se sepa, a tenor de los presentes, que Jacques [referido al obispo de Pamiers, Jacques Fournier], por gracia de Dios, y el hermano Bernard Gui y el hermano Jean de Beaune, de la Orden de los Predicadores, inquisidores de la depravación herética en el reino de Francia delegados por la Sede Apostólica y, especialmente, en la región tolosana de Carcasona y circunvecinas, considerando que los dogmas pestilentes de los herejes y su doctrina envenenada, así como su sociedad contagiosa y sus frecuentaciones virulentas, afectan en demasía la manada de Dios y la pureza de la Fe, y que su captura y arresto son, además, fructuosos, pues de ese modo se corta el camino de sus desplazamientos en todos los sentidos y se les quita la facultad de corromper al prójimo, a partir del momento en que son conducidos a las manos de la Iglesia espontáneamente o contra su voluntad; (ellos, quienes, como hemos sabido por experiencia, no pueden ser descubiertos fácilmente, ellos que se esconden en los recovecos y se desplazan en las tinieblas, hijos de las tinieblas, a menos que se les detecte por medio de sus cómplices o por gentes que de otro modo conocen sus retorcidas vías)[…]

Por esta razón, nos susodicho obispo, hemos enviado ya en el año 1321 a Arnaud Sicre, alias Baille, de Ax, en nuestra diócesis, a Cataluña y al Reino de Aragón, para descubrir y buscar con precaución, discreción y cuidado, a los fugitivos por herejía y herejes de esas regiones, desconocidos y disimulados, y para que pudiera tanto más eficientemente hallar, arrestar y aprehender a ellos a quienes buscaba y pudiera aparecer bajo el manto de uno de sus familiares, puesto que son astutos y retorcidos, hemos permitido al mencionado Arnaud que fingiera y que simulara exteriormente ser como ellos en sus prácticas, en participar ante uno o varios herejes (puesto que de otra manera no se confiarían a él), a condición, no obstante, de que no creyera de corazón en sus errores y a los mismos no cediera, el cual Arnaud, abusando del hereje perfecto Guillaume Bélibaste por medio de ese fraude piadoso y simulado ser su amigo, lo trajo de allí con astucia y lo condujo hasta el territorio del vizcondado de Castellbó, bajo la soberanía del conde de Foix, donde lo hizo arrestar y detener para que fuese llevado al poder de la Iglesia, lo cual era el cometido inicial; y este hereje, así arrestado gracias a su trabajo y diligencia, fue llevado al “Muro” y calabozo de los inquisidores de Carcasona, de donde antaño se había escapado […]

Por estos motivos, nos, obispo e inquisidores susodichos, a tenor de los presentes, absolvemos plenamente y consideramos quito al dicho Arnaud de todo lo que pudiere, con dicho hereje u otros fugitivos por herejía, haber dicho, hecho y puesto en obra por dicha causa, sin agregarle fe ni plegaria, y decimos que el dicho Arnaud ha merecido de nosotros y de nuestros sucesores, por la captura de dicho hereje conseguida por obra suya, gracia y favor especiales, en testimonio y en apoyo de los cuales le hemos acordado las presentes cartas que llevan estampados nuestros sellos».

En cuanto al sentido de las supuestas últimas palabras del perfecto cátaro –también hay quienes las atribuyen a Guilhabert de Castres, uno de los perfectos ejecutados el 16 de marzo de 1244 en Montségur–, el laurel era para el catarismo símbolo del amor puro, pero la alusión a 700 años sigue siendo un enigma. Lo cierto es que, tras la muerte de Bélibaste, las comunidades cátaras de la Corona de Aragón se fueron extinguiendo; la de Sant Mateu sobrevivió hasta 1324.

Los heréticos de Montségur
El 16 de marzo de 1244, 225 cátaros fueron quemados en Montségur (en la imagen, el grabado Los heréticos de Montségur), pero la herejía sobrevivió en la clandestinidad hasta la ejecución de Bélibaste, el 24 de octubre de 1321. Foto: AGE.

Para saber más sobre la historia de Bélibaste, un libro de referencia (todo un clásico de la historia social medieval) es Montaillou, aldea occitana. De 1294 a 1324, de Emmanuel Le Roy Ladurie (Taurus, 2019).

Cortesía de Muy Interesante



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