Benito Pérez Galdós: el excelente cronista del enfrentamiento entre las dos Españas

Cualquier momento es bueno para adentrarnos en la obra de Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920), genial novelista y dramaturgo, además de político y, sin duda, cronista de España por designación del pueblo soberano.

Cientos de personajes procedentes de todos los sectores sociales incorporan, a través de la literatura galdosiana, un retrato fidelísimo de la vida española de su tiempo. Elementos y personajes históricos y de ficción se mezclan en las tramas novelescas bajo el profundo sentido liberal y humano de Galdós.

Desde su primera novela, La fontana de oro, y sobre todo en los Episodios Nacionales, se impone el propósito de estudiar y tratar de comprender los orígenes de la sociedad moderna española a través de las conmociones históricas del siglo XIX. Su lectura es una herramienta clave para entender tensiones y conflictos que llegan hasta hoy.

Publicados de 1873 a 1912, los Episodios Nacionales son una colección de cuarenta y seis novelas históricas divididas en cinco series. Vivencias de personajes ficticios se combinan con la narración de los principales acontecimientos españoles del siglo XIX, desde la Guerra de la Independencia hasta la Restauración borbónica. Foto: ASC.

Desde 1800, nuestro país vivía en una constante agitación provocada por profundos desequilibrios políticos y sociales que no eran exclusivos de España, pero que presentaban características muy peculiares que complicaban su solución. Las ondas expansivas del terremoto que supuso la Revolución Francesa y las primeras ideas ilustradas alcanzaron también a la península. Paradójicamente, la Guerra de la Independencia acrecentó y distorsionó esa influencia. El fenómeno de los ‘afrancesados’ ilustra las dificultades que supuso adherirse a los nuevos vientos de cambio.

Las dos Españas

Si buscamos en las páginas galdosianas el origen de esa lucha fratricida y de lo que se ha llamado ‘las dos Españas’, lo encontramos en boca de Gabriel de Araceli, uno de los principales protagonistas de los Episodios: un hombre sencillo y honrado, héroe de la Guerra de la Independencia. En 1814, Fernando VII ha acabado con la Constitución de Cádiz de 1812 por medio de un auténtico golpe de Estado y ha impuesto el absolutismo más tradicional y retrógrado. Los patriotas gaditanos se encuentran en prisión o detenidos.

El dos de mayo de 1808 en Madrid, de Goya
El dos de mayo de 1808 en Madrid, cuadro también llamado La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol o La lucha con los mamelucos. Pintado en 1814 por Goya, representa una escena del levantamiento de los madrileños contra los franceses que dio comienzo a la Guerra de Independencia (Museo del Prado, Madrid). Foto: ASC.

En palabras de Araceli: “No existe nada más fuera de razón, más inútil, más absurdo que la reacción de 1814; no sucedió a ningún desenfreno demagógico; no sucedió a la guillotina, porque los doceañistas no la establecieron; ni la irreligión, porque los doceañistas proclamaron la unidad católica; ni la persecución de la nobleza, porque los nobles no fueron perseguidos: fue pues una brutalidad semejante a la del hado antiguo, sin lógica, sin sentido común. Nada de aquello venía al caso”.

Además de la persecución de los constitucionalistas, Fernando VII restauró la Inquisición, cerró las universidades, acabó con la prensa libre y restableció la organización gremial. Pese a la feroz represión, la oposición contra el gobierno absolutista fue intensa. Desde 1814 hasta el triunfo liberal de 1820 hubo al menos trece conspiraciones e incluso planes para asesinar al rey.

Fernando VII con uniforme de capitán general, de Vicente López Portaña
Fernando VII con uniforme de capitán general (1814), retrato de Vicente López Portaña (Museo del Prado, Madrid). Foto: ASC.

Galdós, sin embargo, es también muy duro con los liberales que alcanzaron el poder en 1820 y protagonizaron el llamado Trienio Liberal o Constitucional. En el alter ego de Araceli, el escritor canario lo narra así: “Los liberales se presentaron con la rabia del vencedor y la hiel criada en el destierro. ¿Qué les impulsaba en 1812? La ley. ¿Y en 1820? La venganza. Continuaba el vicio, la corrupción, la crueldad”.

Pese a ello, Galdós establece una diferencia: “El absolutismo (…) había sido tan rematadamente malo que en los liberales del trienio famoso podía haber crueldad, ambición, rapacidad, venganza, imprudencia y aun dosis no pequeña de tontería…; podían aquellos benditos avanzar hasta un grado extremo en la escala de estos defectos sin temor de llegar nunca, no digo a superar, pero ni siquiera a igualar a sus antecesores”.

La cuestión religiosa está muy presente en esa pugna entre lo antiguo y lo nuevo, aunque no siempre en sentido crítico. Aun así, Galdós siempre suscitó un fuerte rechazo en los sectores eclesiásticos más reaccionarios. En muchas de sus novelas, las creencias religiosas tienen tanto o más peso que la división de clases. En tres de sus novelas más representativas, Doña Perfecta (1876), Gloria (1876-77) y La familia de León Roch (1878), encontramos una denuncia inequívoca del fanatismo religioso y la intolerancia que acarrea en la sociedad y el individuo.

La familia de León Roch
Escrita en 1878, La familia de León Roch –última del ciclo de ‘novelas de tesis’ tras Doña Perfecta (1876), Gloria (1876-77) y Marianela (1878)– narra un fracaso matrimonial provocado por la intolerancia religiosa: ella, una beata; él, un ateo librepensador. Foto: ASC.

En la mejor de la tres, Doña Perfecta, se muestra la cerrazón religiosa ante el progreso. La dualidad es clara entre los dos protagonistas de la novela: el joven Pepe Rey, krausista, que ha estudiado en el extranjero y afronta las situaciones con un gran sentido crítico, frente a doña Perfecta, representante del fanatismo integrista, la intransigencia y la hipocresía. Sin embargo, Galdós alaba a otros muchos representantes de la Iglesia, como el obispo de Cuenca o el de Jaén, en quienes destaca su cristianismo evangélico y conciliador.

Espíritu conciliador

Otro elemento característico de su mirada y postura hacia la historia del siglo XIX y que lo diferencia del resto de los novelistas de su época, defensores sin matices del tradicionalismo o del liberalismo, es su intento de conciliación y benevolencia hacia los dos bandos. Galdós es capaz de ver elementos positivos como heroísmo, abnegación, dignidad o idealismo en personajes que, por su intransigencia, son incapaces de llegar a un entendimiento con el adversario. Su mirada compasiva muestra un colectivo humano que es objeto de contradicciones y pasiones que no siempre puede controlar. Sin embargo, es siempre hostil con las turbas enfurecidas y fuera de razón, casi siempre manipuladas por oscuros intereses que no quieren dar la cara.

Retrato de Benito Pérez Galdós, por Sorolla
El pintor valenciano Joaquín Sorolla inmortalizó a su contemporáneo canario Pérez Galdós. Sobre estas líneas, el retrato que pintó de él en 1894, cuando el escritor contaba 51 años de edad. Foto: ASC.

En la pareja de protagonistas simbólicos de la segunda serie de los Episodios Nacionales, Salvador Monsalud y Carlos Navarro, Galdós retrata a las dos Españas que se baten en un duelo a muerte. El autor de Tristana ve en Monsalud los intentos de reformar el país, de sacarlo de la barbarie y el atraso, pero no deja de percibir virtudes y cualidades en su oponente, un tradicionalista monárquico a ultranza y, con posterioridad, un beligerante carlista. Unos personajes que no siempre tienen un comportamiento unívoco y que caen en claroscuros y arrepentimientos. Su afán es trazar un fresco de la sociedad plural en el que aparezcan todas las voces.

El desatino carlista y la locura de la guerra

Con respecto al carlismo, a pesar de considerarlo un desatino y un síntoma del fanatismo religioso, no deja de observar la crueldad de los caudillos de ambos bandos. Resultan muy expresivas, en el episodio Vergara, las palabras del combatiente Eustaquio de la Pertusa, desertor de los dos bandos: “Ambos ejércitos eran cuadrillas de locos”.

Tropas francas isabelinas en Miranda de Ebro
Ilustración de 1835 que muestra a las tropas francas isabelinas en Miranda de Ebro. Eran soldados irregulares, llamados ‘peseteros’ por los carlistas porque recibían una paga diaria de una peseta. Foto: ASC.

El patente rechazo del carlismo por parte de Galdós no le impide enaltecer a caudillos carlistas como Zumalacárregui, pero también retratar como bárbaros y crueles a Cabrera y Maroto. En suma, no le resultan condenables todos los que luchan por Dios, la Patria y el Rey. Ve posible y necesario un camino que pueda llegar a compartir tradición y cambio.

El escritor canario trata así de entender y reflejar las motivaciones de ambos bandos, aunque en absoluto se mantenga neutral. Su compromiso es ante todo con las clases populares y su pasión, pero el desprecio es patente hacia los dirigentes carlistas y el pretendiente. Al mismo tiempo, se duele del sufrimiento y de la inutilidad del derramamiento de sangre. Para Galdós, por encima de cualquier bandera, la peor y mayor locura es la guerra.

En palabras de Salvador Monsalud: “Ríos de sangre derramados diariamente entre hombres de una misma nación; clérigos que esgrimen espadas, moribundos que se confiesan con capitanes, villas pobladas por mujeres y chiquillos; cerros erizados de frailes y poblados de hombres lobos, que deliran con la matanza y el pillaje, son incongruencias que repetidas y condensadas en un solo día y lugar pueden hacer perder el juicio a la mejor templada cabeza y hacer dudar de que habitamos un país cristiano y de que el rey de la civilización es el hombre”.

Fotograma de la serie de RTVE Fortunata y Jacinta
María Luisa Ponte y Ana Belén en un fotograma de la serie de RTVE Fortunata y Jacinta (1980). Foto: ASC.

Como ha señalado Ángel del Río en sus Estudios galdosianos, hay una constante preocupación, a partir de Realidad y, en parte, Fortunata y Jacinta, “por señalar la posibilidad de que surja una nueva clase mediante la unión de la aristocracia y el pueblo”. Así lo refleja a través de matrimonios de miembros de la aristocracia con personas de clases inferiores que por méritos han sabido progresar y que, a través del trabajo, pueden incorporar nueva savia y vitalidad a una situación de decadencia.

Sin embargo, esa ideal alianza de la vieja aristocracia y la emergente burguesía no acaba precisamente en la transformación y modernización del país, como podría parecer. En Cánovas, su último Episodio Nacional, Galdós cuenta con amargura la creciente escisión de la España real y la España oficial, dominada por la burguesía, que controla la economía y se ha injertado en el tronco de la vieja aristocracia. El fracaso del liberalismo burgués, rendido al conservadurismo, es total.

Cánovas, de Pérez Galdós
Cánovas es la sexta y última novela de la quinta serie de los Episodios Nacionales. Escrita en 1912, narra lo acontecido entre 1874 y 1880, desde el pronunciamiento del general Martínez Campos hasta el acuerdo de alternancia en el poder de Cánovas y Sagasta. Foto: ASC.

La Tercera España

Lo cierto es que Benito Pérez Galdós siempre se muestra muy crítico con los excesos y extremismos de las dos Españas y exhibe su talante conciliador. Esta postura ha llevado a muchos autores a identificarle con la llamada ‘tercera España’, moderada y alejada de los fanatismos y violencias de ambos bandos. Sin embargo, su actitud está muy lejos de ser equidistante. Resulta inquebrantable su rechazo visceral hacia esa España inmovilista y cerril que, con crueldad e hipocresía, como doña Perfecta, trata de valerse de una idea política o religiosa para lograr su interés personal.

Retrato de Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós (1843-1920), novelista, dramaturgo y cronista español, representante de la novela realista del siglo XIX. Foto: Álbum.

El escritor canario no viviría para ver cómo esa cerrazón a los cambios llevaría al país a situaciones insostenibles de injusticia social y de abuso de poder, que conducirían al estallido revolucionario de 1936. El inevitable radicalismo y extremismo de la explosión, así como los errores y divisiones de las fuerzas del cambio, serían utilizados por los sectores sociales que vieron en peligro sus privilegios y su control del Estado, como en anteriores ocasiones, para provocar una nueva contienda civil.

Cortesía de Muy Interesante



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