Como una metáfora claustrofóbica de injustas realidades sociales, el tren sin rumbo y sus vagones estancos son un desafío para el héroe. En Snowpiercer, Bong Joon Ho convierte un tren en movimiento perpetuo en el escenario perfecto para exponer las tensiones entre clases y el costo humano del control social.
Utilizar la ciencia ficción como vehículo para tratar temas como las divisiones sociales, la relación entre la clase dominante y la trabajadora o las injusticias laborales es un recurso que, como hemos visto, lleva apareciendo con bastante asiduidad desde Metrópolis (1927). Estos temas son también el meollo del guion con el que el cineasta coreano Bong Joon Ho realizó su primera incursión en el cine de Hollywood, cuando ya tenía una obra maestra en su haber –Crónica de un asesino en serie (2003)– y estaba a seis años de realizar su súper oscarizada Parásitos.

Un tren eterno que simboliza un sistema inmóvil
Ho escogió como base la novela gráfica Le transperceneige, creada por los franceses Jacques Lob y Jean-Marc Rochette, y no es difícil entender por qué: aunque el entorno de cada historia sea radicalmente distinto, Snowpiercer comparte con Parásitos temas muy tratados por el director, como lo inamovible de los roles sociales y los ambientes claustrofóbicos.
Estamos en el año 2031, y un experimento para detener el calentamiento global ha provocado la congelación de toda la superficie terrestre. El exterior se ha vuelto letal y los últimos seres humanos supervivientes viajan en un gigantesco tren, llamado Snowpiercer, que nunca se detiene.
Mientras los viajeros de los vagones de cola viven en un régimen de miseria y esclavitud, los de cabeza disfrutan de todo tipo de lujos y comodidades, y en la locomotora habita el misterioso Mister Wilford, inventor del Snow piercer y jefe supremo.
Una revolución provocada para sostener el control
Cuando estalla una revolución dirigida por el trabajador Curtis para tomar la locomotora, los ocupantes de la cola van avanzando por el tren a un alto coste de vidas, luchando con el implacable equipo de seguridad de Wilford.
Cuando Curtis logra encontrarse por fin cara a cara con este, descubre la verdad: su levantamiento, como otros que ocurrieron años atrás, ha sido provocado para justificar una represión brutal que mantenga estable el número de ocupantes del tren, ya que si este pasara de los 3000 no habría suficientes recursos para asegurar la supervivencia de todos.
Las sorpresas y los giros de guion a los que Ho nos tiene acostumbrados no son una excepción aquí, y una de las mejores ideas de Snowpiercer es cómo va descubriendo, poco a poco, sus cartas.

Vagones como cápsulas temáticas del mundo moderno
Tardamos en ver el Snowpiercer entero, lo que permite escenas tan impactantes como la primera vez que los rebeldes entran en un vagón con ventanas y quedan deslumbrados por la luz y las vistas del mundo exterior.
Luego veremos un invernadero, un acuario, una escuela, una discoteca. Cada vagón es un mundo diferente, y una pieza necesaria en el orden de las cosas.
Si en principio la trama se mantiene en una espiral de violencia, con luchas sangrientas en las que van cayendo los personajes principales, en la media hora final Ho no tiene miedo de bajar el ritmo y tomarse el tiempo necesario no solo para que se descubra la verdad sobre las revueltas, sino el propio secreto del tren, además de presentarnos información desconocida del pasado de Curtis.
Como ocurre con muchas otras fantasías postapocalípticas, en el mundo de Snowpiercer no abundan los héroes; pero, según indica el último plano de la película, hay lugar para la esperanza.
Un reparto internacional que amplifica la dimensión global de la historia
Bong Joon Ho apostó por un reparto coral e internacional que no solo potencia el atractivo comercial de Snowpiercer, sino que subraya su intención de hablar de una problemática que trasciende fronteras. El actor estadounidense Chris Evans, conocido por su papel como Capitán América, se aleja aquí del estereotipo de héroe perfecto para encarnar a un líder desgastado, lleno de dudas y cicatrices morales. Su interpretación añade profundidad al mensaje de la película, alejándola de las convenciones del cine de acción.
El elenco también incluye a Tilda Swinton, quien transforma su personaje, originalmente escrito como hombre, en una burócrata grotesca y caricaturesca que representa el cinismo institucional. Swinton se inspiró en figuras políticas reales y su aspecto físico extremo resalta la deshumanización de la clase dirigente.
Otro actor clave es Song Kang-ho, habitual colaborador de Bong Joon Ho, que interpreta a Namgoong Minsu, el ingeniero surcoreano encargado del sistema de seguridad de las puertas. Su papel, aunque secundario en apariencia, resulta esencial en el desarrollo final de la trama, y funciona como un puente entre la visión occidentalizada de la distopía y el trasfondo social asiático del director. Su hija en la ficción, Yona, añade también una dimensión generacional al conflicto.
La diversidad del reparto no responde solo a una estrategia comercial para internacionalizar el proyecto. También refleja la pluralidad de identidades que, según el director, componen el mundo contemporáneo. Bong Joon Ho ha señalado en entrevistas que quería que el tren representara a la humanidad en su conjunto, no a una sola nación, y por ello reunió actores de Estados Unidos, Reino Unido, Corea del Sur y otros países.

Producción compleja, estreno limitado y consagración como obra de culto
La producción de Snowpiercer no estuvo exenta de dificultades. Bong Joon Ho rodó la película en República Checa y Astria, con trenes construidos a escala real en estudios de Praga, lo que incrementó la complejidad técnica. Además, el uso de escenarios móviles y estrechos obligó a una planificación meticulosa de cámaras y coreografías. El propio director insistió en mantener control creativo total sobre el montaje final.
Los productores y distribuidores intentaron imponer una versión más corta y convencional, alegando que el público norteamericano no entendería ciertas partes de la película. Bong se negó rotundamente a modificarla y defendió su visión artística, incluso si eso implicaba una distribución más limitada. Finalmente, Snowpiercer se estrenó sin cortes en circuitos independientes y plataformas digitales.
A pesar de ese comienzo restringido, la película fue acogida con entusiasmo por la crítica internacional y por el público de nicho. Su éxito se consolidó con el paso del tiempo, y hoy es considerada una de las distopías más influyentes de la última década. También se le reconoce como precursora del éxito global que alcanzaría Bong Joon Ho con Parásitos.
El impacto de Snowpiercer fue tal que inspiró una serie de televisión homónima producida por Netflix y TNT, con Jennifer Connelly y Daveed Diggs en los papeles principales. Aunque la serie adopta una narrativa distinta, retoma las bases filosóficas y visuales de la película. El tren como símbolo del sistema y el conflicto entre clases siguen siendo el corazón del relato, lo que demuestra la vigencia del universo creado por Bong Joon Ho.
Cortesía de Muy Interesante
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