
En Guadalajara, el otoño no llega con nieve ni con frío extremo. Es un cambio reposado, arriba con luz dorada, con el olor a tierra húmeda, tardes que se vuelven más lentas, los cafés se llenan de charla y los parques se cubren de hojas secas. Pero más allá del asfalto, en las montañas que rodean al valle de Atemajac y la Zona Metropolitana, el otoño se manifiesta con toda su fuerza: en los bosques que cambian de color, en la niebla que baja al amanecer, en los caminos que se abren como promesas de calma.
Salir de la ciudad en esta temporada es casi un acto necesario. No se trata solo de turismo o descanso: es una manera de reconectar con la naturaleza, de recordar que Jalisco no es solo su capital viva, sino también un territorio de montañas, pinos, encinos y manantiales. Cada bosque del estado tiene su propia personalidad, su propio pulso. Algunos están a unos minutos de la metrópoli, otros requieren varias horas de carretera, pero todos comparten algo esencial: la capacidad de devolverle al visitante una sensación de pertenencia.
El otoño en los bosques jaliscienses es una experiencia sensorial. Se escuchan los grillos y los pájaros, se siente el crujir de las hojas bajo los pies, se huele la resina y la madera húmeda. Desde el Bosque de la Primavera hasta el bosque de maple de Talpa, la naturaleza ofrece una gama de colores y texturas que transforman el paisaje en un espectáculo silencioso.
El Bosque de la Primavera: el respiro de la ciudad
A solo 30 minutos del centro de Guadalajara, el Bosque de la Primavera es el refugio natural más cercano y más querido por los tapatíos. Se puede llegar por la carretera a Nogales o por Avenida Mariano Otero, y al cruzar sus límites uno siente que la ciudad se disuelve. Este bosque de más de 30 mil hectáreas es el pulmón verde del valle, un santuario donde habitan venados, linces, tlacuaches y decenas de especies de aves.
Durante el otoño, sus encinos cambian de tono y las lomas adquieren matices ocres y dorados. Las aguas termales de Río Caliente y sus senderos para bicicleta y caminata ofrecen un escape ideal para quienes buscan desconectarse sin alejarse demasiado. Al amanecer, la neblina se posa sobre los caminos como una manta ligera, y el aire huele a madera, a pino y a tiempo detenido.
Cerro Viejo: el guardián del lago
En los límites de Guadalajara, rumbo al sur, desde Tlajomulco, el Cerro Viejo se levanta como un coloso cubierto de bosque. Para llegar se toma la carretera hacia Jocotepec y luego el camino a San Juan Cosalá, desde donde una vereda de terracería asciende entre huertos y cañadas.
Este cerro forma parte de una reserva ecológica que protege especies endémicas y nacimientos de agua que alimentan al Lago de Chapala. En otoño, su vegetación se torna más espesa y la humedad envuelve los troncos como si el bosque respirara. Desde la cima, el lago aparece como una mancha plateada entre las montañas, y el silencio se vuelve casi sagrado. Los pobladores de las comunidades cercanas lo consideran un lugar de energía y contemplación: ahí el tiempo no se mide por horas, sino por el movimiento del sol entre las ramas.
El Nevado de Colima: una montaña dormida
Hacia el sur del estado, el camino se alarga y el paisaje cambia. El Parque Nacional Nevado de Colima se encuentra a unas tres horas de Guadalajara, tomando la carretera hacia Ciudad Guzmán. En los meses de otoño, la temperatura comienza a bajar y el aire adquiere un aroma limpio, transparente.
El Nevado es una montaña majestuosa que forma parte del eje volcánico, compañera del Volcán de Fuego, su hermano inquieto. A diferencia de este último, el Nevado duerme, cubierto de bosques de pino, oyamel y encino. A medida que se asciende, la neblina aparece entre los árboles y los paisajes se abren en claros donde el horizonte parece infinito. Es un sitio ideal para acampar o hacer senderismo, aunque se recomienda ir con guía, pues las noches pueden ser frías y el terreno cambia rápidamente. Quienes lo visitan en esta época del año suelen decir que allí el cielo parece más cerca y el tiempo más lento.
El bosque de maple de Talpa: el otoño en colores
Y si se sigue más allá, hacia el occidente, la carretera lleva al bosque de maple de Talpa de Allende, uno de los tesoros naturales más sorprendentes de México. Para llegar desde Guadalajara se toma la carretera federal 70 hacia Mascota y luego se desvía hacia Talpa; el viaje dura unas cinco horas, pero cada curva del camino anuncia algo especial.
En las montañas húmedas que rodean Talpa crece el único bosque de arce natural del país. Durante el otoño, sus hojas se vuelven rojas, naranjas y amarillas, transformando el paisaje en una pintura viva. El ambiente es fresco, cubierto de musgo, con el sonido constante del agua que baja por los arroyos. Caminar por ahí es como atravesar un túnel de luz filtrada entre copas que arden de color. No es un sitio para las prisas: es un lugar para perderse despacio, para escuchar cómo cruje el bosque bajo los pies.
Recorrer los bosques de Jalisco en otoño es un viaje por distintos rostros del mismo territorio. Del calor suave de la Primavera al frío intenso del Nevado, del silencio de Cerro Viejo a los colores encendidos de Talpa, cada lugar guarda una forma distinta de belleza. Volver a Guadalajara después de un fin de semana en la montaña es volver distinto: con el olor a bosque en la ropa, con la mente despejada y el corazón un poco más ligero. Porque en cada camino, en cada árbol, el otoño deja una enseñanza: que la naturaleza no está lejos, solo espera que alguien la mire con tiempo.
MF
Cortesía de El Informador
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