Caballo de guerra: de héroe a víctima del progreso bélico

Desde el emperador Marco Aurelio hasta Alejandro Magno, pasando por el conde-duque de Olivares y Vladimir Putin, las figuras política y militares de peso se han hecho representar a lomos de un caballo. Durante siglos, este noble cuadrúpedo ha sido el compañero inseparable del guerrero o del que quería representarse como tal. Su figura aparece en epopeyas, lienzos históricos y esculturas conmemorativas, encarnando el poderío de ejércitos y naciones enteras. Sin embargo, la irrupción de la modernidad trajo consigo una paradoja: cuanto más avanzaba la tecnología bélica, más innecesario —y vulnerable— se volvía este noble animal. El caballo de guerra pasó de ser un símbolo de gloria a convertirse en una de las principales víctimas de los conflictos contemporáneos, en especial a partir de la Primera Guerra Mundial.

La era heroica del caballo en la guerra

Desde los antiguos carros de combate hasta las cargas de caballería medieval, el caballo desempeñó un papel crucial en los campos de batalla. Atenas, Roma, el Imperio mongol o Napoleón debieron buena parte de su poder militar a las monturas que impulsaban sus campañas. En muchas culturas, poseer caballos constituía un símbolo de riqueza, prestigio y capacidad ofensiva. Su entrenamiento y crianza exigían una logística compleja y costosa, lo que incrementaba aún más su valor.

El romanticismo del siglo XIX, alimentado por las obras literarias y pictóricas, idealizó la relación entre el jinete y su montura. En estas expresiones artística, el caballo se retrataba como un camarada fiel, casi a la par del jinete humano, que compartía los riesgos y la gloria del combate.

Caballos de guerra
Recreación fantasiosa de caballos usados con fines bélicos. Fuente: Midjourney/Erica Couto

La Primera Guerra Mundial: el principio del fin

La Gran Guerra (1914-1918) supuso un punto de quiebre para el rol del caballo en el conflicto armado. Al comenzar las hostilidades, las grandes potencias movilizaron más de seis millones de caballos, mulas y asnos. Francia, por ejemplo, contaba con un millón al estallar el conflicto bélico; Alemania, con 715.000; el Imperio austrohúngaro, con 600.000; Rusia, con 425.000; y Gran Bretaña, con 165.000. Estados Unidos, aún sin participar en el conflicto, exportó al Reino Unido más de un millón de equinos entre 1914 y 1918.

Sin embargo, el desarrollo de las nuevas tecnologías bélicas, como la ametralladora, el alambre de púas, los gases tóxicos y, sobre todo, los tanques, hizo que el caballo se volviera cada vez más vulnerable. La guerra de trincheras transformó el campo de batalla en un infierno lodoso, estéril y mecánico, donde las cargas de caballería resultaban suicidas.

Caballos de guerra en el frente
Las bajas equinas durante la Primera Guerra Mundial fueron numerosísimas. Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Víctimas invisibles

A pesar del enorme sufrimiento que padecieron, los caballos fueron durante mucho tiempo las víctimas invisibles de la guerra. Se calcula que más de ocho millones de caballos, mulas y burros murieron durante la Primera Guerra Mundial. Las causas de esta altísima mortalidad incluían las heridas de combate, las enfermedades, el hambre y el agotamiento extremo. La mayoría pereció sin sepultura ni homenaje, a diferencia de los soldados humanos.

La movilización de tantos animales y las bajas nuerosas generó un esfuerzo logístico descomunal. Las tropas no solo necesitaban animales frescos, sino también veterinarios, herradores, forraje y carretas. Solo en el frente occidental, se consumían más de mil toneladas de heno y avena al día. Este desafío logístico produjo una transformación inevitable: el reemplazo del animal por las máquinas.

La sustitución mecánica

El final de la Primera Guerra Mundial marcó el inicio de la progresiva mecanización de los ejércitos. Los caballos se reemplazaron con camiones, tanques y tractores, más eficientes y menos vulnerables en combate. Aunque algunos ejércitos, como el soviético, mantuvieron unidades de caballería durante la Segunda Guerra Mundial, su rol se volvió cada vez más marginal.

La eficiencia mecánica y la velocidad de los motores relegaron al caballo a un papel secundario o ceremonial. Aquellos animales que sobrevivieron fueron, en muchos casos, abandonados en los países donde habían servido, vendidos como carne o absorbidos por las economías agrícolas empobrecidas. El final del conflicto, por tanto, no trajo paz para los caballos, sino una nueva forma de explotación.

Caballos usados en la Primera Guerra Mundial
Recreación fantasiosa de caballos de guerra. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Un recuerdo que perdura

Solo con el tiempo surgió una conciencia más clara del sacrificio animal en las guerras. En países como el Reino Unido, se han erigido monumentos en memoria de los caballos caídos en combate. Obras literarias como Caballo de guerra (War Horse), de Michael Morpurgo, ayudaron a visibilizar este drama, sobre todo tras su adaptación teatral y cinematográfica.

A nivel académico, también ha crecido el interés por estudiar el papel de los animales en la historia bélica. Las nuevas corrientes historiográficas han incorporado a los “actores no humanos” como sujetos de análisis, lo cual permite revisar críticamente el relato heroico tradicional y visibilizar el sufrimiento animal como parte inherente de la guerra.

El caballo de guerra, por tanto, encarna una paradoja trágica. Símbolo de nobleza y poder, acabó por convertise en un engranaje prescindible de la maquinaria bélica. Su historia nos obliga a repensar no solo el costo humano de los conflictos, sino también su impacto sobre otras especies. El progreso técnico que salvó muchas vidas humanas también selló el destino de millones de caballos.

Referencias

  • Sánchez, David, 2024. Animales de combate. Madrid: Pinolia.
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Cortesía de Muy Interesante



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