
Pocas cosas duran 100 años. Una de ellas es La Fuente, la cantina con más historia de Guadalajara, y que al igual que la ciudad, se ha ido adaptando a los cambios del entorno, lo que la ha llevado no solo a mantenerse más que vigente hoy día, sino a convertirse en un emblema social y cultural.
Visitada tanto por locales como por extranjeros, La Fuente se ha convertido en un sitio icónico de la ciudad, parada obligada para quien recorre el Centro tapatío. No es solo un lugar para beber, sino un espacio en el que la vida social, política y cultural de Guadalajara se ha reflejado con el paso de las décadas.
Se ubica en el número 78 de la calle Pino Suárez, a un costado del Congreso de Jalisco y a unos pasos del Teatro Degollado, lo que ha favorecido que por allí pasen en un día normal políticos, artistas, intelectuales, periodistas y ciudadanos comunes que gustan de tomar una cerveza fría acompañada de una torta ahogada o unas manitas de cerdo. Todo bajo el ambiente particular que le dan la música del piano por las noches o del mariachi los fines de semana.
La Fuente nació en 1921, poco después de haber concluido la Revolución Mexicana. Originalmente se ubicaba en la esquina de las calles Hidalgo y Liceo, sitio que contaba con una fuente que le dio el nombre que mantiene hasta la actualidad. El lugar que albergaba la cantina era llamado Casa Cañedo, pero desde entonces todos la conocían como La Fuente, cuenta su hoy propietario Rogelio Corona.
Con los cambios urbanos impulsados por el entonces gobernador, José de Jesús González Gallo, en 1946, se creó la Cruz de Plazas en torno al Teatro Degollado, compuesta por la Plaza Liberación, la Plaza de Armas, la Plaza Guadalajara y la plaza que hoy alberga la Rotonda de las y los Jaliscienses Ilustres. Entonces la cantina fue trasladada a la calle Independencia, y más tarde llegó a Pino Suárez, donde permanece hasta hoy.
En esos primeros años, don Florencio López, su fundador, fue quien comenzó a darle forma a este espacio que pronto se volvió parte de la vida cotidiana de Guadalajara, cuenta don Nacho Corona. Cuando enfermó, dejó la responsabilidad a sus hijos José y Andrés, quienes compraron en 1925 la primera caja registradora, misma que se conserva todavía detrás de la barra y funciona como testimonio de lo que fuera la modernización temprana del negocio.
Casa Cañedo se convirtió, al pasar el tiempo, en lo que hoy es el Congreso del Estado. En aquellos ayeres el edificio estaba ocupado por negocios y departamentos: desde una farmacia hasta una ostionería y la Cámara de Comercio. Todo desapareció con la llegada del recinto legislativo, pero La Fuente ya estaba ahí, y ahí permaneció. “Primero llegó la cantina, después el sagrado recinto”, dice don Rogelio.
Con el tiempo, este espacio se convirtió en punto de reunión de la política y la cultura. Por su cercanía al Congreso, se volvió común ver aquí a diputados y funcionarios, siendo un espacio donde los rumores de la política corrían rápidamente, dando incluso el nombre a la Columna de Trascendidos de EL INFORMADOR: Allá en La Fuente, más que por “la fuente” del argot periodístico, por lo que se escuchaba en esta cantina. Uno de los momentos recientes más recordados es, quizá, el cierre del gobierno de Jorge Aristóteles Sandoval, en diciembre de 2018, cuando tras entregar la administración se reunió en La Fuente con colaboradores, amigos y ciudadanos que pasaban por el sitio, para celebrar con ellas y ellos acompañado de tequilas y mariachi.
Pero no ha sido el único, pues de acuerdo con Rogelio Corona, por el lugar también han pasado músicos como el Mariachi Vargas de Tecalitlán o Maná; actores como Ignacio López Tarso, Silvia Pinal y Martha Higareda; periodistas; escritores y toda clase de personajes que han dejado su huella en la memoria del lugar, luciendo algunas de sus fotografías en las paredes del recinto.
Patrimonio cultural
En 1983, la cantina pasó a manos de Rogelio Corona, quien era cliente frecuente desde los años sesenta. Cuenta que al principio no sabía nada del negocio, pero tras la insistencia de los antiguos dueños aceptó.
Desde entonces ha estado al frente, atendiendo personalmente a los clientes y acompañado por trabajadores que con el tiempo se convirtieron en amigos.
Para Rogelio quedarse con La Fuente fue como sacarse la lotería. “Nunca pensé tener un negocio de esta naturaleza. Lo más grande es la satisfacción de atender a todo tipo de personas, desde gobernantes hasta sacerdotes, doctores y periodistas. Aquí primero es el cliente”, contó.
El inmueble donde se encuentra también guarda historia propia. Al ampliar la cantina, se descubrieron arcos de cantera típicos de finales del siglo XIX. Al investigar, don Rogelio supo que la propiedad había pertenecido a Francisco Velarde, conocido como El Burro de Oro, un personaje extravagante de la época famoso por su riqueza y sus excentricidades. Incluso apareció un pozo en un predio contiguo, que algunos pensaron que era un túnel, aunque resultó ser solo agua.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia se encargó de restaurar parte de la cantera y confirmó el valor patrimonial de la construcción.
Testigo del cambio
A diferencia de otras cantinas que optaron por las rocolas, aquí siempre ha habido música en vivo. Desde el cuarteto original con contrabajo, violín, violoncello y bajo sexto, hasta los pianistas.
Y si algo refleja cómo cambió la sociedad, y con ello la vida de La Fuente, es la presencia de las mujeres en este tipo de espacios. Don Rogelio Corona recuerda que, durante décadas, las cantinas prohibieron su ingreso, y no fue sino hasta 1985 cuando, por decreto presidencial, las mujeres pudieron entrar libremente. De hecho, él recuerda cómo defendió a una de las primeras clientas, Elisa Ramírez, cuando un inspector intentó sacarla.
Es esa capacidad de transformarse y de permanecer, lo que explica por qué La Fuente sigue siendo un lugar vivo que habla no solo de sí mismo, sino del desarrollo de la ciudad. A lo largo de cien años, ha presenciado transformaciones políticas, sociales y culturales; ha acompañado a la ciudad en momentos de fiesta y se ha adaptado a los cambios sociales de Guadalajara sin perder su esencia.
Así, cada historia, cada cliente y cada anécdota forman parte de la memoria colectiva de La Fuente. No es solo la cantina más antigua de Guadalajara: es un testigo de cómo la sociedad tapatía se ha transformado.
CT
Cortesía de El Informador
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