Capitalismo explícito y celebración a las oligarquías 

Como en Downton Abbey y en The Gilded Age, pero en la actualidad y en la vida real… El reciente viaje de Donald Trump al Reino Unido, entre el 16 y el 18 de septiembre, condensó ese encuentro de dos mundos presentes en las exitosas series de Julian Fellowes: una nobleza decadente en lo económico pero nutrida por tradiciones y abolengo que se vincula, sobre todo a través de los negocios, con “emprendedores” y dueños de cuantiosas fortunas, pero cuyos apellidos carecen de historia y, mucho menos, de linaje.

Fue un intento deliberado de Keir Starmer por otorgarle poder y centralidad a una alicaída clase política y empresarial británica, y por acercar a Trump a una Europa a la que la Casa Blanca le marca límites o incluso la destrata en medio de su intento de reconfiguración global. Para ello, el primer ministro contó con el apoyo decisivo de la nobleza menos europea, la que se ocupó de desenvolver todo su soft power directamente desde su máximo representante, el rey Carlos III, consciente de que también al mandatario estadounidense le gusta ser tratado como un monarca.

La celebración central fue el banquete de Estado del 16 de septiembre en el Castillo de Windsor. Los 160 invitados a la cena de etiqueta se sentaron en una mesa de caoba de 50 metros de largo. Solo la mesa tardó una semana en prepararse y el servicio se organizó en 19 puestos, cada uno con un ayudante de mayordomo, un paje, un lacayo y un responsable de vinos.

La lista de invitados de Trump estuvo integrada por un séquito de oligarcas ligados al mundo de las finanzas y de las nuevas tecnologías. Así, acompañaron al mandatario Jensen Huang de Nvidia, Tim Cook de Apple, Sam Altman de OpenAI, Satya Nadella de Microsoft, Alex Karp de Palantir, Rene Haas de Arm Holdings y Ruth Porat de Alphabet. Además, estuvieron presentes los directivos de bancos y fondos de inversión Steve Schwarzman de Blackstone, Jane Fraser de Citigroup, Larry Fink de BlackRock y Brian Moynihan de Bank of America. Por último, asistieron el magnate de los medios Rupert Murdoch, James Taiclet de Lockheed Martin y Kelly Ortberg de Boeing.

Los británicos también intentaron impactar a sus visitantes, con la presencia de directivos de las principales empresas locales, como AstraZeneca, GSK, Rolls Royce y BAE Systems, además de dirigentes políticos y figuras de la nobleza.

En ese clima, se vivieron escenas de capitalismo explícito y los negocios fluyeron prácticamente sin control, sobre todo, en el marco del así bautizado “Tech Prosperity Deal” (“Pacto de Prosperidad Tecnológica”) por el que se incentivaron múltiples acuerdos destinados a desarrollar la inteligencia artificial, la energía nuclear y la tecnología de vanguardia en el Reino Unido.

Uno de los convenios más resonantes fue el conseguido por Palantir, la controvertida empresa tecnológica que planea invertir más de 2 mil millones de dólares a través de la venta de su software de inteligencia artificial al Ministerio de Defensa británico.

Fundada por el empresario ultraderechista y donante republicano Peter Thiel, y pese a que cuenta con poco más de dos décadas de vida, Palantir posee una considerable experiencia en el rubro de la defensa y la seguridad, acumulando al mismo tiempo una creciente cantidad de denuncias por violaciones a los derechos humanos y por políticas activas de discriminación que, al parecer, poco les importan a sus directivos y, mucho menos, a sus contratantes.

Sus aplicaciones le permitieron al departamento de policía de la ciudad de Los Ángeles la construcción de patrones delictivos de acuerdo con las características fisonómicas de los inmigrantes de origen latinoamericano. Luego, contribuyó con el Ejército de los Estados Unidos en el procesamiento y análisis de imágenes satelitales y obtenidas por drones en tanto que, últimamente, ha operado como una herramienta fundamental en la guerra que actualmente libran las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza y en varios países árabes, eligiendo los “objetivos” para su eliminación en operaciones que presumen ser selectivas, limpias y quirúrgicas…

Fue sobre todo su desempeño en Medio Oriente lo que ha convertido a Palantir en objeto de protestas y, además, en una empresa enormemente rentable. Su valor se ha disparado un 600% en 2025, alcanzando un valor de 400 mil millones de dólares.

Gracias a sus estrechas relaciones con Trump y, sobre todo, con su vicepresidente, J. D. Vance, la empresa conducida por Thiel pudo acceder a contratos preferenciales con el Pentágono, por el que se encuentra desarrollando un sistema de identificación de objetivos mediante inteligencia artificial. Otro acuerdo con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE), implica el diseño de un sistema para rastrear a inmigrantes indocumentados y seleccionar candidatos para su deportación.

Con este flamante convenio con el gobierno de Starmer, Palantir trabajará a partir de ahora en “transformar la letalidad del ejército en el campo de batalla”, según afirma la publicidad oficial de la firma. Para ello, reforzará la posición del Reino Unido “como una importante fuerza militar que protege a Occidente de nuestros adversarios y subrayará la posición del Reino Unido como nuestra mayor presencia fuera de Estados Unidos”.

A diferencia del resto de los acuerdos convenidos en esta gira presidencial, el de Palantir afecta directamente a la defensa del Estado y, por sus proyecciones internacionales, tendrá implicaciones en todo el territorio controlado desde Londres. Incluido, obviamente, el Atlántico Sur.

Se calcula que el total de inversiones de un lado hacia el otro del océano Atlántico concretados en apenas un par de días, suman 250 mil millones de dólares, suficientes para ignorar las diferencias políticas evidenciadas entre Trump y Starmer, por ejemplo, respecto a la creación del Estado palestino, o sobre el interés británico por incorporar a Ucrania a la OTAN lo antes posible.

En cambio, los habanos y el champagne seguramente hicieron lo suyo para que el republicano le confesara al laborista que se sentía “desilusionado” con Putin, por lo que no veía mal una nueva ronda de sanciones contra Rusia, con especial énfasis en los países compradores de su petróleo.

Por último, la recomendación del presidente al primer ministro para que las Fuerzas Armadas contribuyan a controlar la importante ola migratoria que actualmente impacta en el Reino Unido, fue amablemente rechazada y presentada como un punto de diferenciación por parte del gobierno laborista que todavía pretende mostrarse como “progresista” y diferente al modelo de seguridad implantado en los Estados Unidos.

Más allá de la decadencia en la que se encuentran hoy ambas naciones, si algo demuestra la reciente cumbre entre Trump y Starmer es que el imperialismo se encuentra plenamente activo y en una etapa de redefiniciones globales motivada por el desempeño en conjunto de las empresas financieras y tecnológicas, cuya asociación estratégica, entre distintas oligarquías y entre nuevos y viejos emprendimientos, amenaza con extender su presencia a los lugares más recónditos del planeta.

Cortesía de Página 12



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