“Cascote” Bértola: “Nos trataron como terroristas por llevar ayuda humanitaria” 

El cordobés Carlos “Cascote” Bértola regresó a la Argentina este jueves, tras pasar más de seis días detenido en una prisión israelí, luego de ser capturado mientras navegaba como parte de la Flotilla Global Libertad, una iniciativa internacional de medio centenar de naves tripuladas por activistas de más de 30 países, que intentó romper el bloqueo marítimo impuesto sobre la Franja de Gaza. Bértola fue el capitán del velero Estrella y Manuel, una de las cuatro embarcaciones civiles que zarpó desde Barcelona a fines de agosto con el objetivo de llevar ayuda humanitaria y visibilizar la situación del enclave palestino.

Tras una travesía de poco más de un mes, la flotilla fue interceptada por la Marina israelí en aguas internacionales, a unos 70 kilómetros de la costa de Gaza. Los barcos fueron desviados al puerto de Ashdod y sus tripulantes fueron detenidos sin cargos formales. Bértola fue trasladado al centro penitenciario de Ktzi’ot, en el desierto del Néguev, donde permaneció incomunicado varios días en medio de denuncias de tratos inhumanos.

Su liberación se concretó el 7 de septiembre, tras gestiones diplomáticas y reclamos de organizaciones de derechos humanos. Desde Jordania, donde fue trasladado junto a otros activistas antes de regresar al país, los tripulantes denunciaron haber sido hostigados durante el cautiverio y sostienen que el operativo naval constituyó una “violación al derecho internacional”. El 10 de septiembre, ya en Buenos Aires, fue recibido por familiares, organismos y movimientos solidarios con la causa palestina.

Hijo de dos militantes desaparecidos durante la dictadura, “Cascote” combina desde hace años su trabajo como navegante con la militancia por los derechos humanos. En diálogo con Página 12, reconstruye los días a bordo del Estrella y Manuel, el operativo de captura en el Mediterráneo y su paso por las cárceles israelíes.

– ¿Cómo fue tu llegada a la Flotilla?

Yo salgo desde Barcelona a fines de agosto. En realidad, tomo contacto antes: estaba de veedor en las elecciones en Caracas. Soy parte de una organización transnacional y aprovechamos esa ocasión para reunirnos. Ahí conocí a una compañera siria que escuchó que yo estaba hablando sobre la Escuela Popular de Náutica, un proyecto que queremos desarrollar para democratizar la náutica en Argentina. Ella me invitó a un Zoom con los organizadores de la Flotilla de la Libertad y me preguntaron si podía viajar a Barcelona. Ellos necesitaban capitanes, hubo 15.000 voluntarios anotados y sólo 500 seleccionados, pero capitanes había pocos. Así que acepté. Tres días después del Zoom estaba en Barcelona conociendo el barco que me asignaron.

– ¿Cómo fue el recorrido previo a la intercepción?

Pasamos una semana en Barcelona preparando los barcos. Después de un acto impresionante con miles de personas despidiéndonos zarpamos, pero una tormenta nos obligó a parar en Menorca. Desde ahí fuimos a Túnez, donde se sumaron más embarcaciones, y también fuimos despedidos por cuadras y cuadras de gente, bengalas y banderas. Y ahí empezó lo más tenso: mientras estábamos fondeados en aguas territoriales tunecinas, cayó un dron incendiario sobre uno de los botes, al que estábamos atados. Cayó a dos metros del tanque de gasoil. Si impactaba directo, nos hundía. Fue claramente un ataque intimidatorio.  Estábamos dentro de territorio tunecino, lo que lo hace aún más grave: un ataque en aguas de otro país. Después seguimos hacia Italia y de ahí a Grecia. Entre Sicilia y Grecia volvieron los drones: más de 12 drones explosivos que nos quemaron una vela, nos tumbaron un mástil y dejaron fuera de comisión a dos barcos. Era una estrategia de amedrentamiento constante. Después de esos ataques, los gobiernos de España, Grecia y Turquía enviaron barcos militares para escoltarnos. Desde ese momento no volvimos a sufrir ataques, aunque esos buques no entraron con nosotros hacia Gaza: se quedaron a unas 100 millas y volvieron atrás. Cuando se retiraron, empezó el juego de las intercepciones.

– ¿Cómo fue el abordaje israelí?

Empezaron a interceptar a las 11 de la noche. Nosotros fuimos de los últimos: nos tomaron a las 4 de la mañana, a unas 40 millas de la costa de Gaza, todavía en aguas internacionales. Trajeron barcos inhibidores de señal, por eso se cortaban las transmisiones en vivo. Primero aparecieron barcos militares que nos cortaban la proa, amenazando con chocar. Después lanchas rápidas que nos apuntaban con reflectores y nos tiraban agua para que cambiáramos el rumbo. Finalmente, se bajó la infantería de marina, diez soldados por lancha. Saltaban a bordo con fusiles y ahí se terminaba todo. Nos trataron como si fuéramos terroristas. Rompieron cámaras y equipos. Fue un operativo de guerra contra barcos civiles que llevábamos comida y medicinas. Nos trataron como terroristas por llevar ayuda humanitaria. Nada entra ni sale de Gaza si Israel no lo permite.

– ¿Cómo fue el trato durante la detención?

Nos llevaron al penal de Ktzi’ot, la cárcel más grande y aislada que tiene Israel. Estaba vacía, preparada para nosotros. Nos metían en celdas para ocho personas y ponían quince. Nos cambiaban de celda y volvían a llenarla, dejando vacía la anterior, sólo para torturarnos. Dos días no nos dieron comida. No nos dejaban bañarnos ni salir al patio. A mí me quitaron mis medicamentos y cuando pedí que me los devolvieran, un guardia me tiró las pastillas en la cara y me dijo: “Culpá a los que te trajeron acá”. A los organizadores principales los trataron peor: los hicieron caminar por el desierto de noche, les organizaban simulacros de fusilamiento. ¿Lo peor? Fue un secuestro, no una detención. No habíamos violado ninguna ley: íbamos a las aguas territoriales de Gaza, que el mundo reconoce como Estado.

– ¿Cómo fueron las gestiones que llevaron al momento de tu liberación y el traslado a Jordania?

El cónsul argentino fue el primero en ir a vernos. Nos pidió calma, gestionó para darme mis medicamentos, pero nos explicó que el gobierno argentino no iba a intervenir porque es aliado de Israel. Después de seis días en la cárcel, nos levantaron a las tres de la mañana. Nos subieron a los camiones de traslado penitenciario, sin decirnos a dónde íbamos. Pensábamos que nos llevaban a Tel Aviv para deportarnos, que podía pasar cualquier cosa. En un momento vimos por una ventanita que estábamos en una frontera, y comenzamos a cantar “Liberen a Palestina“. Subió el ministro de Relaciones Exteriores de Jordania y nos pidió silencio porque era una “zona caliente” y estaban en un momento delicado de negociación. Todos cumplimos. Una hora después ya estábamos en territorio jordano. Nos recibieron muy bien: nos alojó el Consulado de Uruguay, porque Argentina no tiene misión diplomática en Jordania. Éramos tres argentinos y dos uruguayos. Nos compraron ropa porque sólo teníamos el uniforme carcelario, nos llevaron a almorzar y a un centro médico. 

– ¿Por qué involucrarte en la causa palestina?

Porque siempre fuimos solidarios con Palestina. Porque creemos en la autodeterminación de los pueblos. Argentina reconoce al Estado palestino desde 2010 e incluso tenemos embajada. Pero sobre todo porque lo que está pasando hoy en Gaza es un genocidio transmitido en vivo. Un campo de concentración a cielo abierto donde viven más de dos millones de personas. Si el mundo acepta que se puede masacrar a un pueblo entero en directo y no pasa nada, estamos perdidos como humanidad. Porque si callamos frente a esto, el mañana va a ser invivible. Si los poderosos pueden decidir quién merece vivir y quién no, nadie está a salvo. No es sólo Palestina: es el límite moral del mundo.

– Con el acuerdo de paz en el horizonte… ¿qué significa esta paz para el pueblo palestino?

Estamos en una situación muy compleja. Hay sectores de poder convencidos de que la forma de mantener su hegemonía es ir a una tercera guerra mundial. Lo que pasa en Gaza es el laboratorio de ese pensamiento. Y lo más tremendo es que gente como Trump, que dice querer pacificar, termina siendo lo más progresista dentro de este horror. El problema no es quién firma el acuerdo, sino que hoy se está masacrando a un pueblo civil. En la Argentina sabemos bien lo que significa. Ojalá pare la guerra, vuelvan los rehenes. Pero mientras haya francotiradores disparando a gente que va a buscar comida, no hay paz posible.

Entrevista: Mateo Nemec

Cortesía de Página 12



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