Cave canem: así era la relación que los antiguos romanos mantenían con sus perros

Entre las numerosas imágenes que nos han legado los antiguos romanos, pocas son tan evocadoras como aquella que muestra la silueta de un perro acompañada de la advertencia “cave canem” —“cuidado con el perro”—. Esta sencilla inscripción, hallada, por ejemplo, en algunos de los mosaicos de las casas pompeyanas, no solo advertía a los visitantes sobre la presencia de un animal guardián en la casa, sino que también refleja la importancia que los canes tuvieron en la vida cotidiana de Roma. Lejos de ser simples guardianes, los perros en la antigua Roma ejercieron roles de todo tipo, desde funcionales hasta afectivos y simbólicos.

Los perros como protectores y guardianes

Desde las primeras menciones literarias hasta las evidencias arqueológicas, queda claro que la función protectora del perro fue una de las más valoradas en la sociedad romana. Esta percepción entronca con una tradición que se remonta a la Grecia clásica, donde el perro era ya símbolo de vigilancia y lealtad. En Roma, este animal ejerció como centinela del hogar o la villa rural. Numerosos mosaicos, como el célebre que se conserva en la domus pompeyana conocida como la Casa del poeta trágico, muestran canes encadenados junto a la leyenda Cave canem.

Los textos de escritores como Varrón y Columela, ambos interesados en las cuestiones agrícolas, describen el uso de perros grandes y robustos para proteger el ganado y las propiedades rurales. Estos perros, además de actuabar como disuasores, también recibían entrenamiento para que pudieran enfrentarse a intrusos y depredadores, lo que demuestra una relación con los humanos basada tanto en la utilidad como en la confianza.

Cave canem
Cave canem, mosaico de Pompeya. MAN Napoli, Inv110666. Fuente: Marie-Lan Nguyen/Wikimedia

Compañeros de caza y prestigio

La caza era otra actividad en la que los perros demostraban su valía y su estrecho vínculo con sus dueños. El poeta Gracio, en su tratado Cynegetica, elogia a las razas procedentes de Britania y Galia por su agilidad y fortaleza, lo que sugiere que ya se practicaba la selección y la cría especializada.

Entre las razas más valoradas, se encontraban los molosos, de origen griego, apreciados por su fuerza y tenacidad, así como perros ligeros destinados a la persecución de presas. Esta diversidad funcional evidencia que, para los romanos, el perro se había convertido en un compañero indispensable en las actividades que implicaban destreza, coordinación y fidelidad.

Moloso
Estatua romana de un moloso. Fuente: The Trustees of the British Museum

Mascotas y animales de compañía

Aunque a menudo se asocie el perro romano a la vigilancia o la caza, las fuentes revelan también una dimensión profundamente afectiva. Plinio el Viejo, por ejemplo, narra la historia de un perro que, tras la ejecución pública de su amo, permaneció junto a su cadáver e incluso trató de arrojarse a la pira funeraria. Esta anécdota, ya sea real o imaginaria, ilustra cómo la lealtad canina era un valor admirado.

Asimismo, algunos perros se convirtieron en criaturas mimadas, especialmente entre las clases acomodadas de los contextos urbanos. Se han hallado epitafios conmovedores dedicados a canes fallecidos, en los que sus dueños les dedicaban palabras que bien podrían aplicarse a un hijo o a un amigo. En uno de ellos, una mujer describe a su perrita como “la que jamás ladró sin motivo”.

Las inscripciones funerarias y las estatuillas de pequeños perros de compañía también indican que estos animales recibían cuidados e incluso se les otorgaba sepultura propia, una práctica que habla de una humanización significativa del vínculo con sus dueños.

Romano con su perro
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Iconografía y simbolismo

La presencia del perro en el arte romano resulta ubicua y cargada de significado. Aparece en mosaicos, esculturas, relieves y frescos, con funciones tanto narrativas como simbólicas. En el ámbito funerario, es frecuente ver perros representados junto a niños fallecidos, lo que puede interpretarse como un símbolo de protección en el tránsito al más allá.

En la mitología, el perro estaba vinculado a divinidades como Diana (diosa de la caza) y Hécate (deidad de los caminos y la oscuridad), lo que refuerza su papel como guía y protector. Asimismo, en el plano infernal, el temible Cancerbero, guardián del Hades, encarna el aspecto más liminal del animal, a medio camino entre la vida y la muerte.

Estas dualidades —animal doméstico y feroz defensor, amigo leal y emisario del inframundo— reflejan la complejidad del lugar que el perro ocupó en el imaginario romano.

Enfermedad, abandono y ambivalencias

No obstante, no todo era veneración. Las fuentes también recogen el lado oscuro de la convivencia con los perros. Columela advierte sobre los peligros de enfermedades como la rabia, y existen textos que mencionan la presencia de canes callejeros, a menudo temidos y maltratados.

En las ciudades, el perro podía ser tanto símbolo de domesticidad como de suciedad y desorden. Este carácter ambivalente está presente incluso en el derecho romano, que preveía sanciones en caso de que un perro causara daño a terceros.

Por otro lado, la alimentación de los perros podía variar de manera significativa según la función que se le atribuyese. Mientras los perros de élite podían recibir pan, leche o incluso restos de carne, los perros de trabajo eran alimentados con sobras o alimentos duros, lo que refleja una jerarquía social que también se aplicaba al mundo animal.

Cave canem, Casa del poeta trágico
Mosaico en la Casa del poeta trágico, Pompeya. Fuente: Miguel Hermoso Cuesta/Wikimedia

Un vínculo milenario

La relación entre los romanos y sus perros fue, sin duda, profunda. El perro podía ser un centinela feroz, un ayudante en la caza, un fiel compañero o un ser liminar asociado al más allá. Estas múltiples facetas revelan que el vínculo humano-canino en la Roma antigua encerró aspectos emocionales, simbólicos y culturales de peso.

El célebre “Cave canem” que aún puede leerse en los suelos de Pompeya no solo advertía de un posible mordisco. Era, quizás, una invitación a comprender la complejidad de un animal que acompañó al ser humano en su vida, en su arte y hasta en su muerte.

Referencias

  • Franco, Cristiana. 2019. “Dogs and Humans in Ancient Greece and Rome: Towards a Definition of Extended Appropriate Interaction”. Dog’s Best Friend?: Rethinking Canid-Human Relations, pp. 33-58. Montreal: McGill-Queen’s University Press. DOI: https://doi.org/10.1515/9780228000488-003

Cortesía de Muy Interesante



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