Chapala desde las cumbres: Conoce los senderos de trekking a través de la Ribera


Chapala es una joya jalisciense, el lago más grande de México, que con sus respectivos retos —como todo cuanto existe en este mundo— hoy por hoy vive un esplendor inusitado tras una copiosa temporada de lluvias que ha reverdecido todos los ámbitos circundantes al cuerpo de agua. Sus cerros, cercanos y recónditos, son un estallido de verde, de vida y de árboles, y las diversas poblaciones que encaran al lago a lo largo y ancho de la Ribera y su carretera serpenteante, resplandecen de frescor en sus calles empedradas donde se deshojan las bugambilias, en los malecones de silencio frente a la inmensa superficie platinada, en las aves venidas de muy lejos que flotan sobre su propio reflejo entre horizontes de lirios.

 Vista de La Chupinaya. ESPECIAL / Gobierno de Jalisco
 Vista de La Chupinaya. ESPECIAL / Gobierno de Jalisco

Chapala es otro durante la época de lluvias. Son muchas las cosas que como tapatíos, como habitantes del lago mismo, como nacionales o extranjeros, justifican los pretextos para visitarlo durante esta temporada del año, cuando las temperaturas son más amables, y los rumores del agua se respiran en cada recodo del aire. Desde la fiesta diaria del malecón con su postal de “Rinconcito del amor” y la ingravidez en espiral de los voladores de Papantla, los paseos en lancha a Mezcala o la Isla de los Alacranes, los mariscos en Piedra Barrenada, los carnavales en sus poblaciones desperdigadas, en el caminar y sentirse perdido entre los escaparates en inglés y conversaciones de gringos en Jocotepec y Ajijic, el lago de Chapala es una experiencia en sí misma.

No obstante, hay una faceta del lago que  es mucho más fascinante, demandante y satisfactoria por sus condiciones, pero que se recompensa con una vista como ninguna del espejo inmenso de las aguas cercadas por los cerros y las nubes: el senderismo en la Sierra de San Juan Cosalá.

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Las naturalezas insospechadas de la Sierra San Juan Cosalá

La Sierra de San Juan Cosalá —que a la vez forma parte del Área Estatal de Protección Hidrológica Cerro Viejo— es un costillar de cerros de toda forma y tamaño, como un coloso adormecido, que encara al lago en una muralla geológica con alturas de hasta 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar. Desde sus cumbres, Chapala se extiende como un remanso inmenso y sin límites que restituye su grandeza arrebatada por lo cotidiano, y solo desde las alturas es comprensible el hecho de que alguna vez, hace casi cuatro siglos, los españoles le llamaran mar.

Vista de La Chupinaya. ESPECIAL / Gobierno de Jalisco
Vista de La Chupinaya. ESPECIAL / Gobierno de Jalisco

Son infinitos los caminos y senderos que atraviesan las laderas arboladas de la Sierra, que se han vuelto populares entre los asiduos del trekking, el senderismo, el excursionismo y las caminatas al aire libre, quizás por la abundancia de corazones rotos de nuestros tiempos —un caminante certero, en su ascenso, gritó “ya no terminen con sus parejas, ya no cabemos en los cerros”—, o tal vez por el mero y rotundo gusto de sufrir.

Es cierto es que se trata de una experiencia demandante, pero que vale la pena por completo, y mucho más en esta época de lluvias abundantes en que la sierra encandila con la parsimonia irresistible de su cobija verde. Para quienes son novatos o expertos en las artes del caminar, son dos los senderos cuya popularidad destaca en las montañas de Chapala: La Chupinaya, y El Caracol.

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La Chupinaya, El Tépalo y El Caracol: cumbres imperdibles para miradas panorámicas de Chapala

La Chupinaya es un recorrido obligatorio partiendo desde Ajijic, y sin ser alta montaña, uno de los más exigentes de Jalisco, por la diversidad de paisajes y condiciones del terreno que se van presentando a lo largo del ascenso, y cuyo punto último es la Cruz de Chupinya. Esta caminata, que dependiendo del paso puede tomar algunas horas, recibe mayor cantidad de senderistas y sobrevivientes de rupturas recientes durante la época de lluvias, porque es cuando se llena de agua el Tépalo. El Tépalo es una cascada de temporal, un chorro fresco que cae como hilos de luz sobre las piedras, las hierbas y el paisaje, y donde el cauce resuena entre el batiburrillo de los pájaros. Metros más adelante, discurre en un arroyo cristalino entre las ramas y las hojas.

El Tépalo. ESPECIAL / Gobierno de Jalisco 
El Tépalo. ESPECIAL / Gobierno de Jalisco 

Al final del recorrido extenuante de la Chupinaya, en un paraje sobre la sierra, se encuentra un altar a la Virgen de Guadalupe, el mirador de Las 3 Cruces, y una campana que de cuando en cuando repica como logro personal de los senderistas. Y, por supuesto, la visión espléndida del lago, como una extensión de la mar distante. Para senderistas más avorazados, la Chupinaya no es más que el punto de partida para circuitos más lejanos, como Cerro Viejo, que es el tercer cerro más alto de Jalisco, en una caminata de horas y horas por toda la sierra y los bordes del Área Natural Protegida de Cierro Viejo, la segunda más importante de Guadalajara después del bosque de La Primavera.

En ciertos puntos de los cerros de Ajijic, si las condiciones del cielo y del clima lo permiten, incluso es posible atisbar la cima del Nevado de Colima, como un coloso recóndito, asomándose detrás del horizonte.

Nevado de Colima visto desde los Cerros de Ajijic. ESPECIAL 
Nevado de Colima visto desde los Cerros de Ajijic. ESPECIAL 

El sendero El Caracol, por otro lado, es menos demandante que La Chupinaya. El Caracol es una caminata zigzagueante a través de una cañada cubierta de árboles, y su ascenso se caracteriza por La Mesa del Ocote, que es un bosque de robles y encinos en la cima de los cerros donde las personas acampan, en un ecosistema abrupto que de pronto sorprende entre los árboles de la sierra. Más adelante, el sendero se estrecha por la misma forma del cerro, como si se caminara entre las nubes, y alcanzan a verse atisbos del monstruo de Guadalajara y sus planicies de concreto. La elevación máxima de El Caracol es de 2 mil 300 metros, y también se recompensa con una vista gratificante de Chapala, Ajijic, la Isla de los Alacranes, y las decenas de lanchas surcando el lago como artificios minúsculos de papel.

La Mesa del Ocote en El Caracol. ESPECIAL / F. Salcedo
La Mesa del Ocote en El Caracol. ESPECIAL / F. Salcedo

Unos senderos que han sido caminados desde siempre

Lo cierto es que, más allá de la popularidad creciente que estos sitios han adquirido en parte por el auge de las redes sociales, estas veredas han sido caminadas por la gente desde siempre. No son, en ningún caso, un descubrimiento reciente. Don José, que vive en Chantepec, en una casita con tejas de adobe y un rosal desmesurado, comparte que él, desde que era joven, se la “aventaba” caminando desde El Chante hasta Potrerillos, al otro lado del cerro, en un recorrido diario donde muchas veces la noche lo sorprendió entre la sierra, sin más luz que la de las estrellas. Ya en la pubertad, la caminata de rutina se vio motivada por el romance intenso con una joven que lo aguardaba todas las tardes tras el muro de la sierra: Enedina, su ahora esposa, con la que lleva medio siglo juntos.

“Antes no había de otra, puro caminar”, dice don José. “Aquí todos conocemos los cerros, los caminamos desde chiquillos”.

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AO

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Cortesía de El Informador



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