El acceso a los chips de inteligencia artificial más avanzados se ha convertido en el nuevo campo de batalla entre Estados Unidos y China. Tras meses de restricciones que prohibían a Nvidia exportar sus procesadores de última generación, la administración de Donald Trump ahora evalúa flexibilizar parte de esas medidas y permitir la venta de ciertos modelos a Pekín.
La decisión no es menor: hablamos de los chips H200 y otros aceleradores de IA, fundamentales para entrenar modelos de inteligencia artificial y que han sido el motor del crecimiento de Nvidia en los últimos años. Sin embargo, el veto al Blackwell, considerado el procesador más potente y estratégico de la compañía, se mantendría intacto, reflejando que la tensión tecnológica sigue al rojo vivo.
La pugna por los semiconductores: más que comercio, geopolítica
La guerra de los chips entre Washington y Pekín no es nueva, pero en noviembre de 2025 ha dado un giro inesperado. Tras la firma de una tregua comercial de un año en octubre, Trump está sopesando la posibilidad de autorizar exportaciones limitadas de Nvidia hacia China, todo en un intento de equilibrar intereses comerciales con la “seguridad nacional”, según reportes de Bloomberg Línea y Reuters.
China, por su parte, ha acelerado el desarrollo de su propia industria de semiconductores, con empresas como SMIC y Huawei diseñando alternativas locales. Sin embargo, los chips de Nvidia siguen siendo referencia mundial en rendimiento para aplicaciones de inteligencia artificial, lo que convierte cualquier apertura en un movimiento estratégico con impacto global.
¿Qué está en juego para Nvidia y China?
De hacerse realidad, permitir la venta de algunos chips podría significar miles de millones de dólares en ingresos adicionales para Nvidia, que ha visto cómo las restricciones reducen su acceso al segundo mayor mercado tecnológico del mundo. Para China, sería un alivio en medio de un cerco que ha limitado su capacidad de competir en IA y supercomputación.
Pero los analistas advierten que este gesto no implica un cambio de rumbo definitivo: el veto al Blackwell confirma que Estados Unidos seguirá marcando límites claros en la transferencia de tecnología crítica. La pugna, más que económica, es política y estratégica, y cada decisión se interpreta como un mensaje en la disputa por el liderazgo tecnológico global.
La reconsideración de Washington sobre Nvidia refleja que la guerra tecnológica entre Estados Unidos y China está lejos de resolverse. Mientras Pekín busca independencia en semiconductores y Washington protege sus activos más valiosos, el futuro de la inteligencia artificial se juega en un tablero donde cada chip puede redefinir el equilibrio de poder.
Cortesía de Xataka
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