El sello en mi pasaporte dice que viajé a China, pero al recorrer sus calles y contemplar sus paisajes urbanos, no puedo evitar la sensación de haber viajado al futuro. Beijing (foto) es un reflejo palpable de cómo la tradición y la modernidad conviven de manera constante. Al caminar por sus avenidas, uno se encuentra rodeado de rascacielos ultramodernos que desafían las nubes, mientras que, al doblar una esquina, se descubren templos milenarios y mercados tradicionales que rezuman la historia de una civilización milenaria. Este contraste fascinante, casi surrealista, convierte a la ciudad en un escenario donde el pasado y el futuro se entrelazan en una danza dinámica. Como decía Confucio, “la virtud no es dejada en el pasado, sino que se hereda”. Beijing no solo ha logrado preservar su rica herencia cultural, sino que también se proyecta hacia un horizonte de innovación imparable.
Este choque entre lo antiguo y lo nuevo no solo se refleja en la arquitectura, sino en la vida cotidiana. Las tecnologías más avanzadas, como el pago móvil a través de aplicaciones, coexisten con tradiciones profundamente arraigadas, como las ceremonias del té o las danzas del dragón. Las calles están llenas de bicicletas eléctricas y vehículos autónomos, pero también de vendedores ambulantes que ofrecen bocados tradicionales con recetas que datan de siglos atrás. Cada rincón de Beijing parece contar una historia de transición y transformación, donde la ciudad se reinventa a un ritmo vertiginoso. En Beijing, más que en cualquier otro lugar, es evidente que el futuro no es un concepto lejano, sino una realidad palpable que se fusiona sin esfuerzo con el pasado.
Durante una reciente visita oficial a China, como representante del sector académico argentino, tuve la oportunidad de formar parte de una delegación que mantuvo una serie de reuniones de alto nivel con gobernadores, funcionarios y académicos. Las conversaciones no solo se centraron en temas comerciales, sino que también destacaron la importancia de fortalecer la colaboración en áreas clave como infraestructura, tecnología y recursos naturales. Este tipo de encuentros, que incluyó diálogos con algunos de los líderes más influyentes del país, me permitió conocer de primera mano el interés de China en profundizar los vínculos con Argentina, especialmente en un contexto global de creciente interdependencia económica.
Junto al intendente de Cruz Alta (Córdoba), Agustin Gonzalez, y al intendente de Merlo (San Luis), Juan Alvaréz Pinto, fuimos invitados al Beijing Forum on Swift Response to Public Complaints por la Asociación Argentina de Dragon Boat, que hicieron un trabajo impecable en la organización y en la concertación de reuniones de altísimo nivel. Un aspecto que quiero resaltar, a su vez, es el trabajo de la embajada argentina en Beijing, cuya colaboración fue esencial para que el viaje fuera todo un éxito. Su apoyo en la logística y en la creación de lazos más estrechos entre ambas naciones fue invaluable, pero más allá de eso, el profesionalismo del Servicio Exterior de la Nación es fundamental hoy para la vinculación con China. Además, se subrayó la relevancia de una relación académica creciente, que va más allá de la simple transferencia de conocimientos y se convierte en un puente para el fortalecimiento político y comercial entre ambos países.
Dentro del paisaje urbano de Beijing, los hutongs son uno de los elementos más característicos de la Beijing histórica. Estas estrechas callejuelas, que se entrelazan como una red laberíntica, han sido el corazón de la ciudad durante siglos. Originalmente construidos durante las dinastías Yuan, Ming y Qing, los hutongs eran áreas residenciales que albergaban a las familias de la ciudad. Su diseño compacto, con viviendas de uno o dos pisos alrededor de pequeños patios, refleja la vida familiar y comunitaria de antaño. Recorrer los hutongs, especialmente de noche, es como retroceder en el tiempo, donde se encuentran pequeños comercios familiares, restaurantes tradicionales y mercados que aún conservan su esencia. A pesar de la modernización de Beijing, los hutongs siguen siendo un testimonio vivo de la historia y la comunidad local, un contraste vibrante con los rascacielos de la ciudad.
En este punto, más allá del coqueto barrio de Sanlitun, donde vive mucho personal de las embajadas, docentes universitarios y empresarios occidentales, en medio de lujosos shoppings, bares y restaurantes al estilo occidental, en la China posterior al covid-19, todavía no se ve una presencia significativa de occidentales, lo que le otorga un elemento mayor de autenticidad y una aún mayor sensación de extrañeza para quienes venimos desde tan lejos. Las costumbres y la idiosincracia china es prácticamente inescrutable para los que venimos de afuera. Lo mejor que uno puede hacer, además de que agrega al disfrute de la situación, es dejarse llevar y sumergirse sin pensar demasiado en lo que está pasando. Las barreras, ya sean idiomáticas o culturales, dejan de ser tan importantes cuando lo que prima es el interés y el respeto mutuo por lo que en principio parece ajeno.
Mientras Beijing es un claro ejemplo de cómo la tradición y la modernidad pueden coexistir, también refleja el modelo de gobernanza que China ha establecido, donde la innovación tecnológica y el control estatal se complementan. En este modelo, como decía Mencio, “el buen gobernante es el que busca el bienestar de su pueblo y no su propio beneficio”. Este enfoque de gobernanza busca el equilibrio entre el progreso y el bienestar de la comunidad.
Esta relación parece mucho más eficiente que el modelo occidental, plagado de burocracia y debates interminables. China se distingue por su capacidad para actuar rápidamente, lo que se refleja en su infraestructura, su economía digital y su enfoque en tecnologías emergentes. Un ejemplo claro de esto es la “12345 Beijing Hot Line”, una línea de atención ciudadana que permite a los residentes realizar consultas, presentar quejas y denunciar problemas relacionados con los servicios públicos y la gestión gubernamental. Este sistema digitalizado no solo mejora la eficiencia del gobierno, sino que también contribuye a una mayor transparencia y control social, elementos claves en el sistema chino de monitoreo del bienestar público.
En términos de oportunidades futuras, la relación entre China y Argentina muestra un potencial significativo en varios sectores clave. El comercio continúa siendo fundamental, con productos argentinos como la soja, la carne y el vino disfrutando de una fuerte demanda en China. A su vez, Argentina se beneficia de la importación de manufacturas, tecnología y productos industriales. Además, la creciente demanda de litio, vital para la transición hacia energías más limpias y la industria de autos eléctricos, representa una oportunidad estratégica para Argentina. La cooperación en áreas académicas y científicas también juega un papel crucial, dado que China es líder en áreas como la inteligencia artificial y las energías renovables, lo que podría beneficiar a Argentina en sectores donde tiene una ventaja competitiva, como la producción de litio y la agricultura.
La colaboración entre ambos países debe orientarse hacia una maximización de la eficiencia, especialmente en proyectos de infraestructura y tecnología avanzada. China, con su capacidad de acción rápida y pragmática, puede ser un socio clave para Argentina, ayudando al país a acelerar su propio desarrollo. Esta relación presenta una oportunidad única para que Argentina aproveche las innovaciones tecnológicas chinas y avance sin las restricciones del modelo liberal occidental, lo que permitirá a Argentina fortalecer su presencia en el mercado global y construir un futuro compartido con China, porque, como decía Confucio, “cuando un hombre se ha hecho sabio, ha adquirido la capacidad de aprender de los demás”.
*Doctor en Relaciones Internacionales (CONICET).
Cortesía de Página 12
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