Chris McKay es uno de los astrobiólogos más respetados de la NASA y un legendario explorador de ambientes extremos. Desde la Antártida hasta el desierto de Atacama, recolecta y estudia organismos extremófilos que podrían ser el espejo de alguna clase de organismo extraterrestre. Doctorado en Astrogeofísica por la Universidad de Colorado, trabaja desde hace décadas en el Centro de Investigación Ames de la NASA, en California. Su labor se centra en estudiar la evolución del Sistema Solar y el origen de la vida, tanto la de nuestro planeta como la que pudiera haber en otros mundos.
¿Cómo define el concepto de vida?
A pesar de ser la unidad fundamental de la bioquímica y de la universalidad del código genético, la vida es un concepto que se resiste a ser delimitado por los biólogos. Muchos de los atributos que se han asociado a la vida terrestre –por ejemplo, las capacidades de autorreplicarse, de autoordenarse y de responder a estímulos ambientales– pueden hallarse en sistemas inertes, como el fuego, los cristales o los termostatos bimetálicos.
Además, varios organismos peculiares, caso de los virus y los mohos mucilaginosos, desafían lo que en biología se conoce como célula y los límites entre los ambientes externo e interno celulares. Para solucionar el problema, la aproximación más útil es quedarnos con que la vida es un sistema que desarrolla evolución darwiniana: reproducción, mutación, selección. Es decir, una respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que hace?
¿Cuáles son los éxitos más esperados en astrobiología para los próximos veinte años?
El primero es el hallazgo de oxígeno en un exoplaneta; y el segundo, obtener evidencia de vida en Marte o en la luna de Saturno Encélado. No incluyo la luna joviana Europa, porque no creo que en las dos décadas siguientes vayamos a poder meternos dentro de ese océano líquido que yace bajo una gruesa costra de hielo.
El tercer descubrimiento importante sería la detección de alguna actividad biológica en Titán, la luna mayor de Saturno; y el cuarto, la génesis de vida sintética en el laboratorio. Así, quienes aspiran a estudiar astrobiología, estas son las cuatro cosas en las que debería enfocar su labor investigadora. Claro que existe otra que es impredecible: la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Su hallazgo puede tener lugar dentro de los próximos quince minutos o en trescientos años.
Desde sus comienzos, ¿qué avances destaca en su campo de estudio?
Yo empecé en esto en 1976, cuando la sonda Viking 1 aterrizó en Marte. Entonces, este era el único planeta de interés para los astrobiólogos, aparte de la Tierra, y por eso me centré en él. Por esas fechas, ya sabíamos que existían compuestos orgánicos en el Sistema Solar, y teníamos el meteorito que cayó en Murchison (Australia), en 1969, un fragmento cósmico rico en carbono orgánico y aminoácidos, es decir, moléculas complejas necesarias para la vida (a diferencia de otras rocas hechas de hierro y compuestos de carbono inorgánico).
Sabíamos también que estos aminoácidos podían formarse a partir de gases comunes y corrientes, más agua y electricidad, gracias a los experimentos de Stanley Miller y Harold Urey, de la Universidad de Chicago. Unos años después, se averiguó que Europa tenía un océano que hoy sigue siendo una incógnita; desconocemos si alberga compuestos orgánicos para dar vida.
Y en 2005 se descubrieron los inesperados géiseres de Encélado…
Sí, fue muy importante porque pudimos volar a través de esos penachos y medir su composición, gracias a la sonda Cassini. Así, Marte, Europa y esta luna de Saturno han sido los tres mundos más satisfactorios, pues hemos logrado obtener información sobre sus compuestos orgánicos.
Ahora bien, en líneas generales, los progresos en tres décadas no han sido muchos. En cambio, el entusiasmo por esta ciencia se ha disparado. Recuerdo que, en mis primeras conferencias, apenas había dos personas en el auditorio. Ahora, la astrobiología es un tema muy popular, y muchas misiones planetarias nuevas quieren lucir su escudo.
La gente está enamorada de Marte y sus rocas secas, pero Encélado podría tenernos una buena sorpresa. ¿Cuál le resulta más atractivo?
Cada uno de estos dos mundo lo es a su modo, aunque tengo que defender un poco más a Marte, ya que es especial. Se trata de un lugar al que los humanos podemos ir, ya que está más cerca que las dos lunas citadas.
Científicamente, nos interesa porque, cuando tenía agua, era muy parecido a la Tierra. Era nuestro mellizo ecológico. Encélado, así como Europa, podrán tener agua y ser habitables, pero son muy diferentes a la Tierra. Encierran océanos tapados por hielo. Estas dos lunas podrían ser más importantes en términos de hallar vida en el universo, pero Marte es nuestro espejo. Y uno se interesa más en mirarse al espejo que en asomarse por la ventana.
Por cierto, ¿cuál es el objetivo de la misión marciana Icebreaker Life?
Se trata de una propuesta en la que estamos trabajando. Queremos meternos bajo tierra en Marte, porque es la forma de buscar señales de vida. Es algo difícil de hacer con un robot, pues requiere perforar el hielo de la superficie. Por ejemplo, el róver Curiosity tiene una perforadora del tamaño de un dedo meñique.
Para Icebreaker, necesitaremos una de metro y medio, que pueda penetrar en profundidad. Es un problema de ingeniería complicado, ya que hay que guardarla en trozos para que quepa dentro de la nave espacial. Y, luego, el robot tiene que montarla por sí solo. Por otro lado, al perforar en el hielo, la punta del taladro derrite el hielo con su calor y desaloja trozos que la pueden encasquillar. De hecho, ese ha sido un problema real en la Antártida.
Usted también se dedica a estudiar ambientes extremos en nuestro planeta. ¿Cuáles son esos lugares tan especiales?
Es como viajar a otros mundos sin salir de la Tierra. Los Valles Secos, en la Antártida, y el desierto de Atacama, en Chile, son las estrellas, pero también hay que visitar el río Tinto, en Huelva (España), el desierto del Namib, las chimeneas hidrotermales del fondo oceánico y las cumbres del Kilimanjaro. Todos esos lugares son espejos de mundos en nuestro sistema solar.
La Antártida es muy interesante, debido a que contiene dos ambientes extremos: unas elevaciones muy altas y frías, como ocurre en Marte; y lagos a nivel del mar y cubiertos de hielo. Mi favorito es el lago Untersee, en la Tierra de la Reina Maud, sobre el cual estamos publicando cosas nuevas en estos días.
¿Y Titán? ¿Tiene visos de albergar vida? ¿Cómo la identificaríamos?
Titán es un caso aparte. Marte, Encélado y Europa son mundos de agua como la Tierra, y eso es bueno porque sabemos cómo funciona el líquido vital. Pero Titán tiene líquido que no es agua, sino metano. Por lo que, si encontramos vida allá, sería realmente lo máximo. Sería diferente de la de la Tierra y de la que existiera en los otros tres mundos.
Sería una prueba de lo que yo he bautizado como la Génesis 2.0. Sin embargo, no sabemos cómo buscarla de forma directa. No hay razón para buscar ADN o aminoácidos en Titán, pues no conocemos su bioquímica. No tenemos idea alguna de cómo serían esas criaturas. Por eso, puesto que toda forma de vida conocida consume recursos y genera desperdicios, hay que buscar más bien el efecto que esa biología tiene sobre el medio ambiente de Titán. Así, si el dióxido de carbono (CO2) en nuestra atmósfera es el resultado de cómo los seres vivos interactúan con su entorno, la vida que podría existir en Titán estaría consumiendo hidrógeno.
¿Qué opina del concepto litopanspermia?
Según esta teoría, la vida en la Tierra llegó a bordo de una roca procedente del espacio exterior. Esa misma vida que aterrizó aquí también pudo haberlo hecho en Europa, Encélado o Marte. Si descubriésemos organismos vivos en alguno de esos mundos, no sería descabellado pensar que serían idénticos o relacionados con los terrestres. Es decir, producto de una primera génesis. En este sentido, lo más difícil de desarrollar una estrategia de búsqueda de vida radica en que hay que indagar en lugares en los cuales podemos encontrar una primera o una segunda génesis. Hay que diseñar un instrumento que funcione para ambas posibilidades.
Personalmente, pienso que la panspermia es la explicación más plausible para la vida en la Tierra, aunque la información que tenemos al respecto es muy poca. No obstante, sabemos que los planetas intercambian saliva –rocas, meteoritos– todo el tiempo.
¿Debería la biología sintética enfocarse en crear vida in vitro a partir de biomoléculas, en un intento por entender el origen de la vida?
Sí. Hace un año escribí una propuesta llamada Proyecto Vida Espejo, que consiste en la síntesis de un microorganismo que sea la imagen especular de las moléculas de un microorganismo normal. Es decir, que sea capaz de crecimiento y reproducción basada en fuentes de energía. Representaría una verdadera segunda génesis de vida y mostraría, aunque de forma limitada, que la Tierra no es el único sistema capaz de generarla.
¿Cuál es hoy el mayor reto de la astrobiología?
Ocupar el lugar que le corresponde en las misiones espaciales. Como uno no sabe qué es lo que está buscando, ni qué aspecto tiene, ni cómo se comporta, es difícil definir con precisión el objetivo de una misión.
Para la geología, por ejemplo, es fácil, porque va a tiro hecho, a buscar una roca o un campo de hielo. A los astrobiólogos nos critican porque nuestro plan es más nebuloso, más del estilo de “vamos a ver qué hay”. Eso nos está pasando en Marte: nos es muy difícil meter un instrumento de detección de vida dentro de una misión, pues hay que competir con los geólogos. Por esa razón, sería un sueño que saliera adelante el proyecto Icebreaker.
Si descubrimos una segunda génesis, ¿qué implicaciones tendría?
En ciencia, decimos que información fundamentalmente nueva se traduce en ciencia fundamentalmente nueva. Tendríamos dos ejemplos de vida que nos permitirían compararlas. Nos enriquecería mucho en áreas como la medicina, la terapia genética, la agricultura, etcétera. Es como si tuviéramos una biblioteca toda en castellano y de pronto hallamos un libro en inglés o en chino.
El papel y la tinta son los mismos, y nos será fácil ver que está escrito en un lenguaje diferente, que podemos estudiar comparándolo con los libros en castellano. La metáfora para la tinta y el papel son el carbono y el agua. Es lo que pasaría si hallamos vida en Marte, Europa o Encélado. ¿Y si de pronto hallamos una memoria externa con otro libro dentro? Eso ya no es tinta ni papel. No sabríamos entender que se trata de un libro hasta que aprendamos a conectarlo a un ordenador. Eso es lo que sucedería en Titán, por ejemplo.
Cuando descubramos vida extraterrestre, ya no seremos únicos. ¿Qué significará eso para la sociedad?
En este caso, el público le lleva la delantera a la ciencia. Cuando doy conferencias, la gente siempre pregunta por qué no la hemos descubierto aún. Es decir, no les cabe duda de que hay vida allá afuera. Yo pienso lo mismo. La ciencia finalmente lo demostrará y, cuando eso pase, no creo que vaya a haber ningún cambio de paradigma cultural, ni religioso. La gente reaccionará con un “¡te lo dije!”
Cortesía de Muy Interesante
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