Científicos descubren desde el espacio que las estaciones de la Tierra están desacompasadas, incluso en la misma latitud

Durante siglos hemos aprendido a pensar en las estaciones como un reloj casi perfecto: invierno, primavera, verano y otoño marcando el ritmo de la vida en el planeta. En Europa —y especialmente en España— esa idea está tan arraigada que forma parte de nuestra cultura agrícola, de nuestras fiestas y hasta de nuestro lenguaje. La vendimia llega en otoño, los almendros florecen a finales del invierno y la primavera se asocia al estallido de verde. Pero ¿y si ese calendario, tan familiar, fuera en realidad una simplificación extrema de algo mucho más complejo?

Un ambicioso estudio internacional basado en dos décadas de observaciones por satélite acaba de demostrar que la naturaleza no sigue un guion tan ordenado. La investigación ha reconstruido, con un nivel de detalle sin precedentes, los ciclos estacionales de la vegetación en todo el planeta. El resultado es un mapa sorprendente: hay regiones donde la “primavera” puede adelantarse o retrasarse meses respecto a zonas vecinas, incluso cuando están a la misma latitud o separadas por apenas unas decenas de kilómetros.

España como ejemplo de un fenómeno global

España es un laboratorio natural perfecto para entender esta idea. Basta con comparar el verdor de los montes del norte con el secano del sureste, o la explosión primaveral de los valles frente a la calma aparente de las sierras. En regiones de clima mediterráneo, como la península ibérica, la vegetación no responde solo a la temperatura. La disponibilidad de agua, la altitud, la orientación del terreno y la profundidad de las raíces de las plantas pueden marcar diferencias radicales.

En algunos ecosistemas mediterráneos, las plantas “aprovechan” el invierno lluvioso para crecer y florecer pronto, antes de que el verano seco frene su actividad. En otros, sobre todo en zonas montañosas, el crecimiento se retrasa hasta que suben las temperaturas. El resultado es una especie de doble primavera: una temprana en zonas bajas y otra más tardía en áreas forestales o de mayor altitud. Lo que ahora sabemos es que este patrón, observado desde hace años por botánicos y ecólogos, no es una rareza local, ocurre a gran escala en todo el planeta.

La clave del nuevo estudio está en cómo se ha analizado la información. En lugar de limitarse a indicadores clásicos —como la fecha exacta en la que “empieza” la primavera— los investigadores han reconstruido el ciclo completo de crecimiento anual de la vegetación, usando cómo las plantas reflejan la luz infrarroja a lo largo del año. Ese enfoque permite detectar ritmos complejos, con picos dobles o patrones sutiles que antes pasaban desapercibidos, sobre todo en regiones tropicales y áridas.

Un nuevo estudio revela que los paisajes montañosos tropicales presentan ciclos estacionales muy distintos entre sí, incluso a distancias cortas
Un nuevo estudio revela que los paisajes montañosos tropicales presentan ciclos estacionales muy distintos entre sí, incluso a distancias cortas. Foto: Istock/Christian Pérez

Gracias a esta metodología, los científicos han identificado lo que llaman “asincronía estacional”: lugares donde ecosistemas cercanos viven las estaciones en momentos distintos. Las grandes protagonistas de este fenómeno son dos tipos de regiones muy concretas: las zonas montañosas de los trópicos y las áreas de clima mediterráneo repartidas por el mundo, desde California hasta Chile, pasando por Sudáfrica, Australia… y el Mediterráneo europeo.

Cuando la altitud cambia el calendario

En las montañas tropicales, la situación es todavía más extrema. Allí, dos laderas separadas por un valle pueden experimentar picos de crecimiento vegetal en meses distintos. La razón no es solo la temperatura, relativamente estable durante todo el año, sino una combinación de lluvias, nubosidad y disponibilidad de luz solar. En algunos bosques tropicales, los árboles sincronizan su crecimiento con los periodos de mayor luminosidad, incluso aunque eso signifique “desobedecer” el calendario que seguirían otras plantas a pocos kilómetros de distancia.

Este desajuste tiene consecuencias profundas. Si dos poblaciones de la misma especie florecen o se reproducen en momentos distintos, aunque estén cerca, el intercambio genético entre ellas se reduce. A largo plazo, esa separación temporal puede favorecer la divergencia genética y, en casos extremos, la aparición de nuevas especies. No es casualidad que muchas de estas regiones con estaciones “desordenadas” coincidan con auténticos puntos calientes de biodiversidad.

La asincronía estacional no es solo una curiosidad ecológica. También tiene efectos muy concretos sobre la economía y la vida cotidiana. Un ejemplo paradigmático es el del café en Colombia, donde las montañas crean un mosaico de climas tan complejo que algunas zonas cosechan en otoño y otras en primavera, como si estuvieran en hemisferios opuestos. El nuevo mapa global de las estaciones explica por qué ocurre esto: no es solo una cuestión de latitud, sino de cómo la topografía y el clima local alteran el ritmo de la vegetación.

En España, algo similar sucede con cultivos tradicionales como el olivo o la vid, cuyos ciclos pueden variar notablemente entre comarcas cercanas. Entender estos patrones con mayor precisión puede ser clave para anticipar cosechas, gestionar el agua o adaptarse a un clima cada vez más cambiante.

La media de los ciclos de crecimiento estacional de los ecosistemas terrestres del planeta, calculada a partir de dos décadas de imágenes de satélite
La media de los ciclos de crecimiento estacional de los ecosistemas terrestres del planeta, calculada a partir de dos décadas de imágenes de satélite. Fuente: Terasaki Hart et al., Nature, (2025)

Un reto para la ciencia del clima

Durante décadas, muchos modelos climáticos y ecológicos han asumido que las estaciones funcionan de forma relativamente uniforme dentro de grandes regiones. Este estudio cuestiona esa idea. Si las estaciones pueden desincronizarse a escalas tan pequeñas, las predicciones sobre cómo responderán los ecosistemas al calentamiento global podrían necesitar ajustes importantes.

La crisis climática no solo está alterando las temperaturas medias, sino también la regularidad de las lluvias, la duración de las estaciones y la frecuencia de eventos extremos. En un mundo donde el calendario natural ya es más caótico de lo que pensábamos, esos cambios pueden tener efectos inesperados: desde desajustes entre plantas y polinizadores hasta alteraciones en la disponibilidad de recursos para animales y seres humanos.

Mirar el planeta con otros ojos

Quizá la lección más importante de este trabajo sea conceptual. Nos invita a abandonar la idea de un planeta que late al unísono y a aceptar que la Tierra funciona más bien como una orquesta compleja, donde cada instrumento sigue su propio tempo. Desde los bosques mediterráneos españoles hasta las selvas tropicales andinas, la naturaleza compone una sinfonía de ritmos estacionales que rara vez coinciden del todo.

Comprender ese “desorden” no es solo una cuestión académica. Puede ayudarnos a proteger mejor la biodiversidad, a planificar la agricultura del futuro y a anticipar los efectos del cambio climático con mayor realismo. Porque, al final, entender cuándo llega realmente la primavera —y para quién— puede ser tan importante como saber cuánto subirá la temperatura media del planeta.

Referencias

  • Terasaki Hart, D.E., Bùi, TN., Di Maggio, L. et al. Global phenology maps reveal the drivers and effects of seasonal asynchrony. Nature 645, 133–140 (2025). doi: 10.1038/s41586-025-09410-3

Cortesía de Muy Interesante



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