Científicos identifican el interruptor cerebral que etiqueta las experiencias sociales como positivas o negativas

¿Por qué algunas personas tienden a evitar situaciones sociales, incluso cuando no hay una amenaza real? ¿Por qué ciertas interacciones que deberían resultar placenteras se viven con angustia o incomodidad? La respuesta, según un reciente estudio de Mount Sinai publicado en Nature, podría estar en cómo nuestro cerebro clasifica las experiencias sociales como positivas o negativas, una función clave para adaptarnos al mundo y entender nuestras emociones.

En esta investigación, los investigadores descubrieron el mecanismo cerebral que decide si una interacción social resulta agradable o desagradable. Identificaron dos sustancias clave: serotonina y neurotensina, que funcionan como un interruptor para asignar valor emocional a una experiencia. Esta especie de “semáforo emocional” se activa en una zona del cerebro llamada hipocampo, conocida por su papel en la memoria y las emociones.

Gracias a este descubrimiento, los científicos no solo comprenden mejor cómo el cerebro evalúa lo que vivimos, sino también por qué algunas personas tienen dificultades para hacerlo. Esta función de etiquetado emocional es esencial para adaptarnos socialmente. Cuando falla, como ocurre en algunos trastornos psiquiátricos, se vuelve difícil interpretar las intenciones de los demás o regular nuestras reacciones emocionales. Por eso, este hallazgo podría tener grandes implicaciones para la salud mental.

“La capacidad de reconocer y distinguir las interacciones desagradables de las agradables es esencial para que los humanos naveguen por su entorno social”, dijo Xiaoting Wu, autor del estudio y profesor de neurociencia en la Escuela de Medicina Icahn en el Monte Sinaí.

El trabajo ofrece una visión más precisa de cómo funciona la interacción social desde el punto de vista neurológico. A través de experimentos con modelos animales, los investigadores pudieron observar cómo los recuerdos sociales se asocian rápidamente con emociones, lo que les permitió identificar objetivos moleculares específicos para posibles tratamientos futuros.

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Las emociones sociales no son solo intuición: son el resultado de un complejo sistema neurológico que evalúa, aprende y adapta nuestras relaciones. Ilustración artística: Sora / ERR.

Dos moléculas, dos caminos emocionales

El hallazgo central del estudio es que dos sustancias del cerebro operan como un sistema de doble control emocional. Por un lado, la serotonina promueve una impresión positiva; por otro, la neurotensina genera una respuesta negativa. Ambas se liberan en una subregión del hipocampo llamada CA1 ventral, una zona crucial para codificar las emociones y aprender de las experiencias.

Los científicos observaron cómo estas dos moléculas activan distintos grupos de neuronas mediante receptores específicos: la serotonina lo hace a través del receptor 1B, mientras que la neurotensina lo hace mediante el receptor 1.

Este sistema de doble vía permite al cerebro ser flexible: puede ajustar su respuesta emocional en función de lo que aprende de cada situación social. Si un encuentro es amenazante, se graba como negativo. Si es placentero o seguro, queda marcado como positivo.

“Hemos demostrado que los neuromoduladores de la serotonina y la neurotensina señalan la valencia opuesta”, dijo Wu.

Esta capacidad de evaluar socialmente el entorno es fundamental para la vida en comunidad. Nos permite evitar personas o situaciones que nos hicieron daño, y buscar aquellas que nos brindaron bienestar. De hecho, los experimentos con ratones demostraron que, tras experiencias previas, los animales preferían pasar más tiempo con los compañeros sociales asociados a experiencias positivas.

La gran ventaja de este descubrimiento es que pone nombre y dirección a un proceso que hasta ahora era un misterio. Saber qué moléculas están involucradas y dónde actúan permite abrir la puerta a tratamientos más precisos y personalizados para personas con alteraciones en el procesamiento emocional, sin necesidad de afectar otras funciones cerebrales.

Un sistema de memoria emocional para el día a día

El hipocampo ya era conocido por su papel en la memoria, pero este estudio confirma que su trabajo va mucho más allá de almacenar datos. Actúa también como un editor emocional, que decide si un recuerdo debe ir al cajón de las buenas experiencias o al de las malas. Es decir, no solo recordamos lo que pasó, sino cómo nos hizo sentir, y eso condiciona cómo actuamos en el futuro.

Los investigadores crearon un experimento en el que ratones eran expuestos a otros animales que representaban experiencias positivas (como un potencial compañero) o negativas (como un individuo agresivo). Luego, los ratones debían elegir con cuál de ellos querían pasar tiempo. Los resultados fueron claros: el cerebro había aprendido a evitar el estímulo negativo y preferir el positivo.

Este tipo de procesamiento se conoce como “valencia social”, y es esencial para adaptarse a un entorno cambiante. No se trata solo de tener una memoria de lo ocurrido, sino de recordar su valor emocional. Así aprendemos qué relaciones nos hacen bien y cuáles evitar. Sin ese mecanismo, tomar decisiones sociales se vuelve mucho más complicado.

Los hallazgos también explican por qué algunas personas tienen una sensibilidad emocional distorsionada. Si el equilibrio entre serotonina y neurotensina se rompe, el cerebro puede interpretar situaciones neutras como negativas o no registrar estímulos positivos. Esto puede afectar la forma en que una persona se vincula con los demás y reacciona ante el mundo.

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La serotonina genera valencias positivas, mientras que la neurotensina activa respuestas emocionales negativas, funcionando como un interruptor cerebral. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

¿Se puede corregir un desequilibrio emocional?

Una de las preguntas más relevantes del estudio fue si era posible modificar este sistema de valencia emocional. La respuesta fue sí. Al activar artificialmente los receptores de serotonina 1B en ratones con alteraciones sociales, los científicos lograron restaurar la capacidad de asociar experiencias positivas a los encuentros sociales. Esto sugiere que, al menos en ciertos casos, el cerebro conserva la capacidad de reaprender lo que considera bueno o malo.

Esto tiene implicaciones muy esperanzadoras para los tratamientos del futuro. Si podemos identificar los receptores específicos que regulan la respuesta emocional, podríamos desarrollar terapias dirigidas a esos mecanismos, en lugar de utilizar medicamentos generalizados que afectan a todo el sistema nervioso.

Además, este enfoque tiene el beneficio de ser más personalizado. Cada persona tiene una historia social distinta, por lo que su cerebro puede haber aprendido a etiquetar ciertas experiencias de forma diferente. Al modular los receptores correctos, podríamos ayudar al cerebro a recuperar su equilibrio sin alterar su identidad emocional.

El avance no implica que haya una cura mágica para los problemas sociales, pero sí aporta herramientas concretas para comprender mejor qué está fallando y cómo se podría intervenir de forma precisa, respetando la complejidad emocional de cada persona.

Más allá del laboratorio: una ventana a la empatía

Aunque el estudio fue realizado con modelos animales, sus implicaciones llegan mucho más lejos. Nos recuerda que nuestro cerebro está constantemente evaluando el entorno social y actualizando esa información. Cada saludo, cada silencio, cada sonrisa o mirada, se convierte en una pista que el cerebro usa para decidir si confiar, alejarse o acercarse.

Esta dinámica también es importante para fomentar la empatía. Comprender que las emociones no son simplemente reacciones, sino que están modeladas por una red compleja de señales químicas y recuerdos, nos permite ser más comprensivos con quienes ven el mundo de otra manera.

La investigación de Mount Sinai ofrece una nueva perspectiva para quienes sienten que el mundo social es caótico o abrumador. También puede ayudar a educadores, profesionales de la salud mental y familias a entender por qué ciertas personas interpretan las interacciones de forma distinta.

En definitiva, este hallazgo nos recuerda que el valor emocional de una experiencia no está escrito en piedra: es flexible, moldeable, y en muchos casos, reversible.

valencia emocional
El equilibrio entre serotonina y neurotensina permite al cerebro adaptarse a las experiencias sociales, aprendiendo qué evitar y qué repetir. Ilustración artística: Sora / ERR.

Un paso más hacia terapias personalizadas

Los investigadores están entusiasmados con el futuro. Identificar un “interruptor” neurológico que define si una experiencia social es buena o mala, abre nuevas posibilidades para la medicina personalizada. En lugar de enfoques genéricos, podríamos tener tratamientos que actúen directamente sobre las rutas cerebrales específicas que necesitan ajustarse.

Mientras tanto, el hallazgo ya está transformando la forma en que entendemos el cerebro social. No solo como una red que interpreta el mundo, sino como un sistema que aprende, cambia y se adapta emocionalmente a lo que vivimos.

Más allá de los datos, la investigación aporta una visión profunda sobre cómo percibimos y respondemos a los demás. Comprender cómo funciona esta especie de balanza emocional en el cerebro podría transformar la forma en que abordamos diversos trastornos mentales donde el mundo social se convierte en un campo de minas.

Es un paso decisivo para llevar la neurociencia fuera del laboratorio y convertirla en una herramienta real para mejorar vidas.

Referencias

  • Zorab, J.M., Li, H., Awasthi, R. et al. Serotonin and neurotensin inputs in the vCA1 dictate opposing social valence. Nature. (2025). doi: 10.1038/s41586-025-08809-2

Cortesía de Muy Interesante



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