Durante décadas, los investigadores sabían que en nuestro organismo existía un pequeño nutriente con gran poder, pero había un vacío clave: cómo entraba realmente en las células humanas. La molécula en cuestión se llama queuosina, un micronutriente parecido a las vitaminas que nuestro cuerpo no puede fabricar por sí solo. La obtenemos únicamente a través de la dieta y del trabajo de las bacterias intestinales, pero su papel permaneció invisible durante mucho tiempo.
El nuevo estudio, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y liderado por la Universidad de Florida junto con otras instituciones de Estados Unidos, Irlanda y el Reino Unido, revela la pieza que faltaba. Los científicos identificaron al gen SLC35F2 como el transportador específico que introduce la queuosina en las células, resolviendo un enigma que llevaba más de treinta años abierto.
Este hallazgo es mucho más que un dato bioquímico. Significa que ahora sabemos cómo el cuerpo capta un nutriente que afina la lectura del ADN, regula la producción de proteínas y participa en funciones tan delicadas como la memoria, el aprendizaje y la protección frente al cáncer. Entender esa puerta de entrada abre un nuevo campo de posibles tratamientos.
Un nutriente que nadie podía fabricar
La queuosina fue descubierta en los años setenta, pero su importancia pasó desapercibida porque no es una vitamina clásica ni un mineral. A diferencia de otros nutrientes, no podemos producirla en nuestro organismo: dependemos por completo de la alimentación y del microbioma intestinal, es decir, las bacterias que habitan en nuestros intestinos.
Su función principal ocurre a nivel de los ARN de transferencia (tRNA), unas moléculas que actúan como traductoras del lenguaje genético. Gracias a la queuosina, los tRNA leen los mensajes del ADN con mayor precisión y eficiencia.
Este proceso, que puede parecer técnico, se traduce en algo mucho más cotidiano: una mejor salud cerebral, mayor resistencia frente al estrés oxidativo y un control más eficaz de procesos celulares implicados en el cáncer.
Hasta ahora, lo que faltaba era entender el mecanismo: si no producimos queuosina, ¿cómo llegaba a nuestras células? Los científicos sospechaban la existencia de un transportador desde hace décadas, pero nunca habían podido identificarlo.

El gen que abre la puerta
Los investigadores demostraron que el SLC35F2 es ese transportador perdido. A nivel celular, este gen actúa como una puerta de entrada especializada, permitiendo que la queuosina y su variante, la queuina, crucen la membrana y lleguen a su destino. Sin él, el nutriente simplemente no podría ser utilizado.
El equipo validó el hallazgo en distintos organismos, desde levaduras hasta parásitos y células humanas. En todos los casos, el gen mostró la misma función: transportar de forma altamente específica la queuosina, sin confundirse con otras moléculas.
La precisión fue tal que los investigadores confirmaron que no se trata de un transportador general, sino de una vía exclusiva para este micronutriente.
Curiosamente, el gen SLC35F2 ya era conocido en oncología, porque aparecía alterado en algunos cánceres y estaba relacionado con la entrada de ciertos fármacos en las células. Lo que no se sabía era cuál era su función natural en un organismo sano. Ahora, la ciencia revela que su papel es crucial para el metabolismo de un nutriente clave para la vida.
Lo que la queuosina hace por nosotros
La queuosina no actúa como un nutriente cualquiera. Su verdadera relevancia está en que modifica cómo se leen nuestros genes. Al incorporarse a los tRNA, afina la traducción del ADN y mejora la precisión en la fabricación de proteínas.
Esa finura molecular tiene consecuencias directas: una mejor respuesta al estrés, un cerebro más protegido y mecanismos más sólidos frente a la proliferación celular descontrolada, como ocurre en los tumores.
De hecho, estudios previos ya habían mostrado que niveles bajos de queuosina estaban asociados con estrés oxidativo, pérdida de plasticidad neuronal y una mayor vulnerabilidad al cáncer. Sin embargo, sin conocer al transportador responsable, era difícil pensar en intervenciones médicas concretas.
Con la identificación de SLC35F2, los investigadores tienen ahora una vía clara: regular la entrada de queuosina en las células podría convertirse en una estrategia terapéutica, ya sea para reforzar la memoria en enfermedades neurodegenerativas o para frenar la progresión de ciertos tumores.

Lo que viene: de la biología básica a la medicina
Aunque se trata de un descubrimiento fundamental, los investigadores creen que las implicaciones prácticas pueden llegar pronto. Identificar el transportador abre la posibilidad de desarrollar fármacos o suplementos que aprovechen el papel de la queuosina para mejorar la salud.
En oncología, por ejemplo, manipular SLC35F2 podría ayudar a bloquear la entrada de nutrientes a células tumorales o, por el contrario, facilitar el ingreso de medicamentos diseñados para aprovechar esa vía. En neurología, aumentar la disponibilidad de queuosina podría fortalecer la memoria y la capacidad de aprendizaje, especialmente en contextos de envejecimiento o enfermedades degenerativas.
El hallazgo es también una invitación a mirar de nuevo al microbioma intestinal y la dieta. Dado que dependemos de estas fuentes externas para obtener queuosina, entender mejor su producción natural y sus variaciones podría convertirse en un área clave de investigación para la medicina preventiva del futuro.
“Es como un nutriente que afina la forma en que tu cuerpo lee tus genes”, dijo Crécy-Lagard. “La idea de que este pequeño compuesto, del que la gente apenas ha oído hablar, juega un papel tan importante, es fascinante”.
Una colaboración global para resolver el enigma
El proyecto reunió a equipos de Estados Unidos, Irlanda y el Reino Unido, con especialistas en microbiología, biología molecular y bioinformática. El esfuerzo coordinado fue clave para combinar análisis genéticos, estudios celulares y validaciones cruzadas en diferentes organismos.
“Durante más de 30 años, los científicos han sospechado que tenía que haber un transportador para este nutriente, pero nadie pudo encontrarlo”, dijo Valérie de Crécy-Lagard, autora del estudio, profesora de microbiología y ciencia celular de la UF/IFAS y presidenta asociada del departamento.
“Lo hemos estado buscando durante mucho tiempo. Este descubrimiento abre un capítulo completamente nuevo en la comprensión de cómo el microbioma y nuestra dieta pueden influir en la traducción de nuestros genes”.
dijo Crécy-Lagard.
La investigación también contó con el apoyo de instituciones como los National Institutes of Health en Estados Unidos, Research Ireland y el sistema de salud de Irlanda del Norte. Esa financiación internacional refleja la importancia de este hallazgo, que conecta nutrición, genética y enfermedades globales como el cáncer y los trastornos neurológicos.

Una molécula pequeña con un impacto enorme
La historia de la queuosina es la de un nutriente invisible que estuvo ante nosotros durante décadas, pero que apenas comenzamos a comprender. Su identificación como un actor esencial en la lectura de los genes, y ahora la revelación de cómo entra en las células gracias al gen SLC35F2, convierten a esta molécula en un nuevo protagonista de la biología moderna.
El hallazgo demuestra que incluso los compuestos más diminutos pueden tener un papel determinante en funciones vitales, desde la memoria hasta la defensa frente al cáncer.
Con esta pieza finalmente en su lugar, la ciencia abre la puerta a una nueva era de investigación donde la frontera entre lo que comemos, las bacterias que nos habitan y la forma en que nuestros genes se expresan se vuelve más clara que nunca.
¿Dónde se encuentra la queuosina?
A diferencia de las vitaminas clásicas, la queuosina es un micronutriente especial porque los humanos no podemos producirlo por nosotros mismos. Se obtiene en parte de los alimentos y, sobre todo, gracias a la microbiota intestinal, que la libera a partir de las bacterias que habitan en el colon.
Sin embargo, a día de hoy no se ha identificado con certeza qué alimentos la contienen en cantidades relevantes. Los investigadores sugieren que podría encontrarse en productos de origen vegetal y fermentado, como cereales integrales, legumbres o yogur, pero todavía no hay una confirmación definitiva.
Lo que sí se sabe es que nuestras bacterias intestinales son la principal fuente. Ellas transforman compuestos presentes en la dieta y los ponen a disposición del organismo. Por eso, mantener un microbioma diverso y saludable parece ser clave para garantizar la disponibilidad de este nutriente. En resumen, aunque existen hipótesis sobre alimentos que podrían aportarlo, todavía no hay pruebas concluyentes: el verdadero proveedor de queuosina es el ecosistema bacteriano que llevamos dentro.
Referencias
- Burtnyak, L., Yuan, Y., Stojek, E., Pan, X., Gunaratne, L., Silveira d’Almeida, G., … & de Crécy-Lagard, V. (2025). The oncogene SLC35F2 is a high-specificity transporter for the micronutrients queuine and queuosine. Proceedings of the National Academy of Sciences. doi: 10.1073/pnas.2425364122
Cortesía de Muy Interesante
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