Claudia, entre Trump y Maduro


La Presidenta Claudia Sheinbaum decidió colocarse en una complicadísima posición en el conflicto entre Venezuela y Estados Unidos. Al ofrecerse como mediadora, mandó un mensaje de neutralidad, acorde con la historia de la diplomacia mexicana, una jugada, sin duda, interesante que, sin embargo, puede resultar de alto riesgo por los personajes de los que se trata y por la historia reciente de nuestra política exterior.

El riesgo estriba en que los gobiernos de la llamada Cuarta Transformación han sido cualquier cosa menos neutrales en el tema de Venezuela. Han apoyado a Nicolás Maduro como muy pocos. De hecho, si México se hubiera sumado al reclamo de la transparencia electoral junto con Colombia y Brasil, probablemente Maduro no hubiera aguantado la presión internacional. La supuesta neutralidad no fue tal, pues al no exigir al gobierno venezolano que mostrara las actas, en la práctica avaló el fraude que le permitió a Maduro permanecer en el poder. El gobierno de Sheinbaum fue de los pocos que envió un representante a la más reciente toma de posesión. Antes está la historia de Segalmex y la triangulación de ayuda a Cuba vía Venezuela, y las cálidas expresiones de destacados miembros de la 4T en apoyo al llamado gobierno bolivariano.

Aunque quisiera, y aun suponiendo que el corazón de Sheinbaum esté con Maduro, como jefa del Estado mexicano, la presidenta no puede darse el lujo de que Estados Unidos la vea como enemiga o aliada de sus enemigos. Ella nunca llamará a Nicolás Maduro dictador, como sí lo dijo, con todas sus letras, el presidente colombiano Gustavo Petro, pero tampoco saldrá a defenderlo. El discurso de la autodeterminación será un salvavidas al que se aferrará la presidenta, mismo que servirá solo mientras la mar esté calma. Si la mar se pone brava, si Estados Unidos decide realizar una acción militar unilateral, la presión sobre México será enorme.

Para que la política de neutralidad y autodeterminación de los pueblos sea eficaz, y más aún para aspirar a convertirse en un mediador respetable y respetado, México tiene que ser congruente en su política exterior, y no lo ha sido. A la 4T le gusta que los pueblos se autodeterminen solo cuando determinan lo que le gusta.

La presión de Estados Unidos va a subir y, sin duda, usará su relevancia económica y comercial para presionar a México a alinearse a sus intereses. Más que atender al discurso y los rollos mañaneros, hay que atender a lo que México haga o deje de hacer, tal como sucedió, por ejemplo, con la política migratoria con López Obrador.

Todo parece indicar que viene una nueva temporada de dobladillas de espinazo. La pregunta es quién le hará frente, si el canciller Juan Ramón de la Fuente regresará después de su licencia por motivos de salud, o si será el interino Roberto Velasco a quien le toque bailar este son.

Cortesía de El Informador



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