¿Comer hormigas mejora la vista? Mitos sorprendentes sobre alimentos, salud y nutrición que siguen muy vivos

En el mundo de la alimentación, los mitos se propagan con la misma facilidad que una receta viral. Algunas creencias nacieron hace siglos; otras, hace unas décadas. Pero todas tienen algo en común: sobreviven en la conversación popular sin evidencia científica que las respalde. ¿Quién no ha oído que las espinacas son una fuente extraordinaria de hierro, o que las ostras son afrodisíacas?

Mito 1: Comer hormigas es bueno para la vista

Hace ya un cierto tiempo que se está intentando introducir a los insectos en la dieta occidental, y una buena herramienta para ello es convencer de que sus beneficios potenciales para la salud tienen más peso específico que la aversión que suscitan entre los posibles consumidores. Sí, las hormigas son una buena fuente de proteínas y constituyen un alimento habitual en muchas partes de Asia y África.

Pero no existe ninguna certeza científica que demuestre que su consumo habitual mejore nuestra visión, y no existe porque nadie lo ha estudiado todavía.

La ONU ha situado a estos insectos, junto con saltamontes, gusanos y escarabajos, entre los alimentos útiles para erradicar el hambre en el mundo y lo ha hecho teniendo en cuenta sus cualidades nutritivas (entre ellas, sus antioxidantes); si son buenas o no para la vista es un aspecto secundario que algún día se dilucidará.

¿Mango con leche es peligroso? No, salvo que tengas intolerancia a la lactosa. Fuente: Pixabay.

Mito2: La mezcla de leche y mango es dañina para la salud

El mango es una de esas frutas tropicales que, gracias a los modernos cultivos y distribución, se está haciendo muy popular en todo el mundo. Lo que ocurre es que está llegando el rumor de que mezclarlo con leche es perjudicial, lo que puede suponer un serio (e infundado) golpe para el consumo de batidos de mango, comprados en la tienda o preparados en casa.

Pero un batido de mango no es más perjudicial para la salud que uno que preparemos con otras frutas como las fresas, el melocotón, el plátano y las cerezas. Es una mentira que tiene un origen bastante vergonzoso y que se remonta a la época del Brasil colonial, cuando los mangos eran un alimento propio de los esclavos, y la leche un producto costoso que se reservaba a los dueños de las fábricas y las haciendas.

La historia de que la combinación de ambos hacía daño se creó para mantener a los esclavos lejos de la leche. La combinación de leche y mango solo puede afectar a los intolerantes a la lactosa; e incluso en ese caso, existen numerosas leches alternativas para disfrutar de un buen batido.

Mito3: Los adultos no deberían tomar leche

Los únicos adultos que no deben tomar leche son aquellos que hayan desarrollado intolerancia a la lactosa, un porcentaje que parece estar creciendo en los últimos años, lo que fomenta un creciente mercado de leches no animales –de soja, de arroz, de avena–, pero que está produciendo como efecto colateral un movimiento de rechazo que asegura que la leche de vaca, en realidad, es perjudicial para el organismo.

Esta creencia busca refrendarse con el argumento de que el ser humano es el único animal que continúa consumiendo leche cuando ha pasado su etapa de lactancia, lo que es, a todas luces, antinatural.

Vayamos por partes. Buena parte de la población mundial tiene intolerancia a la lactosa y, en ese sentido, los occidentales somos la excepción. La responsable de que podamos digerir la leche y sus derivados es una enzima llamada lactasa, que la mayoría de los mamíferos dejan de producir después de la lactancia. Pero muchas poblaciones humanas hemos experimentado una mutación por la que seguimos produciendo lactasa en nuestra vida adulta, lo que nos permite seguir consumiendo leche sin problemas.

Este porcentaje es mucho más reducido en otros pueblos, como los asiáticos o los africanos. Cuando se tienen niveles bajos de lactasa es cuando la leche puede sentar mal, porque no podemos digerir los azúcares de la lactosa. Entonces es cuando llegan las molestias digestivas, que en muy raras ocasiones pueden ser graves.

La leche constituye un importante aporte de minerales –calcio, fundamentalmente– y vitaminas, y sigue siendo un alimento recomendable durante todo nuestro ciclo de vida. Pero si notas que te sienta mal o te provoca problemas de digestión, tienes a tu disposición muchas alternativas que te aportarán los mismos nutrientes. En caso contrario, bébela sin problemas.

Pizza
¿La pizza es un invento italiano? Su forma moderna sí, pero tiene raíces en Egipto, Grecia y Roma. Italia refinó una receta milenaria. Fuente: Pixabay.

Mito 4: La pizza se inventó en Italia

Un plato tan delicioso como sencillo y, sin embargo, ha pasado por diversas fases de composición hasta llegar a la forma y preparación con que la consumimos hoy día en todo el mundo. Italia jugó un papel clave en ese desarrollo… pero no es el país que inventó la pizza, porque cuando comenzaron a aparecer los antecedentes de este plato, Italia todavía no existía.

Se sabe que 4000 años antes de nuestra era, los egipcios utilizaban harina y agua para elaborar una masa con forma de disco y que los griegos tenían un plato similar, que cocinaban sobre adoquines calientes. Los romanos también la tomaban caliente, añadiendo además hierbas y aceite de oliva, un poco como en la focaccia actual; en el Imperio romano, se fueron añadiendo poco a poco otros ingredientes, y el plato se hizo especialmente popular en dos ciudades, Pompeya y Nápoles, aunque se sabe de la existencia de establecimientos que lo preparaban repartidos por todas las ciudades de Roma.

Nápoles se alzó así en el epicentro del nuevo plato, al que añadirían siglos después el ingrediente básico, gracias a las nuevas verduras llegadas de América: la salsa de tomate. Es cierto que la primera pizzería moderna abrió en Nápoles en 1830 y que fue en Italia donde se remató el plato tal y como lo conocemos hoy, pero su origen es muy lejano en el tiempo y en el espacio.

Mito 5: Las ostras son afrodisíacas

Las ostras son un alimento rico en zinc, una sustancia que estimula la producción de espermatozoides y ayuda a generar hormonas vinculadas al sexo. Entre ellas, la testosterona. De ahí procede probablemente su fama de ser uno de los alimentos más afrodisíacos del mundo. Pero es solo eso, fama, ya que no hay ninguna evidencia que lo certifique, a pesar de que la comida excitante ha sido el objeto de diversos estudios.

Por ejemplo, la Sociedad Internacional de Medicina Sexual (ISSM por sus siglas en inglés) publicó en 2015 su trabajo Natural Aphrodisiacs: A Review of Selected Sexual Enhancers (Afrodisiacos naturales. Un análisis de estimulantes sexuales seleccionados), en el que no incluyó entre sus conclusiones ninguna evidencia concluyente sobre el aumento de la libido como consecuencia de la ingesta de ostras.

De hecho, esto se puede extender a prácticamente cualquier alimento considerado como afrodisíaco, y a lo largo de la historia ha habido, literalmente, cientos de ellos. Las ostras son sanas y tienen muchos entusiastas, pero el mejor afrodisíaco sigue siendo nuestro propio cerebro, estimulado por una compañía adecuada.

Mito 6: Las espinacas son ricas en hierro

Hay muchos alimentos cuyo alto contenido en hierro pueden ser una ayuda cuando nuestro cuerpo lo necesita: el hígado, la carne roja, las legumbres (sobre todo, las lentejas), los moluscos… ¿Pero las espinacas? No es que no lo contengan, pero cuando se analizan los porcentajes con exactitud, quedan bastante lejos de los primeros puestos de la lista.

Cien gramos de espinacas contienen 3 miligramos de hierro, lo que las sitúa un poco por encima de la mayoría de otras verduras de hoja verde. El problema es que son ricas también en ácido oxálico, que dificulta, precisamente, la absorción del hierro. Entonces, ¿de dónde surgió la leyenda de su alto contenido en este metal? ¿Fue un truco para vender más espinacas, usando los dibujos animados de Popeye como agente comercial?

Se dice que todo se debió a un error, en el siglo XIX, cuando la secretaria de un científico que analizaba las espinacas se equivocó al teclear el contenido en hierro, que pasó de 3 miligramos a 30. Pero, según dónde miremos, el científico es norteamericano o alemán, y el error lo cometió su secretaria o él mismo, así que esta historia quizá tampoco sea muy fiable.

Más sentido tiene que los científicos alemanes que determinaron el contenido de hierro de las espinacas cometieron varios errores, como usar muestras contaminadas con hierro del laboratorio o confundir los resultados encontrados en las espinacas frescas y las resecas (en las que el porcentaje de hierro es de 6,5, por haber desaparecido su contenido en agua). Muchos años y muchos millones de espinacas consumidas después, la verdad se abre paso poco a poco. Y, por cierto, un alto nivel de hierro no nos va a proporcionar una fuerza sobrehumana, ni unos antebrazos como jamones. No nos fiemos de Popeye.

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¿El queso gruyer tiene agujeros? Fuente: Pixabay.

Mito 7: El queso Gruyer siempre está lleno de agujeros

“Te voy a dejar como un queso de Gruyère”; esta frase, tan repetida en los tebeos de gánsteres, tiene poco de amenaza, ya que los agujeros de un queso de esta denominación de origen suiza son pequeños y casi imperceptibles. Es más, algunos entendidos aseguran que el de alta calidad no tiene agujeros en absoluto.

En 2012, la Unión Europea reconoció una variedad francesa que se distingue de la original por tener agujeros, pero se trata de un gruyer relativamente recién llegado. Hay otras muchas variedades con huecos de muy respetable tamaño; sin embargo, no se encuentra por ningún lado la amenaza “te voy a dejar como un emmental”.

Los agujeros, pequeños o grandes, son comunes en los quesos suizos. Desde 1917, gracias a las investigaciones del químico William Mansfield Clark, se pensaba que ello se debía a una bacteria que se formaba durante el proceso de maduración, única de estos quesos por el tipo de fermento que se utiliza y la temperatura a la que se almacenan, y que desprendía dióxido de carbono, responsable de la formación de los huecos.

Aunque nuevas investigaciones sugieren que las responsables son partículas de heno que se infiltran en la leche y forman diminutas bolsas de gas, que agujerean el queso. Esta teoría parece reforzada por los modernos procesos de elaboración, más higiénicos y esterilizados, que están disminuyendo la cantidad y el tamaño de los agujeros. Pero no nos molestemos en buscarlos en un gruyer auténtico…

Mito 8: El champán conserva las burbujas si introducimos una cucharilla en el cuello de la botella

Las burbujas del champán, del cava y de cualquier otro vino espumoso se deben a su contenido en anhídrido carbónico, que tiende a ir disipándose en cuanto se abre la botella. Por tanto, si decidimos guardar una sin terminar, existe el riesgo de que el gas desaparezca y, con él, buena parte del sabor y la personalidad del vino original.

Para prevenir esto, el mito de la cucharilla introducida en el cuello de la botella se ha hecho muy popular, pero ni sirve para nada ni los propios expertos en espumosos entienden de dónde ha podido salir. Probablemente, el malentendido se originó a propósito de la necesidad de conservar frío el champán: en la nevera, incluso una botella abierta, sin tapón, conservará el gas durante un cierto tiempo, pero la gente ha creído que se debía a la acción de la cucharilla más que a las propiedades del vino.

Si hay que dejarlo para otro día, la mejor opción es comprar un tapón específico para volver a cerrar botellas de espumoso. De todos modos, incluso así, el CO2 del vino seguirá disminuyendo de forma inevitable, aunque con menor rapidez. Así que, si queremos seguir disfrutando de una botella de champán o cava con todas sus propiedades, lo mejor es no dejar pasar mucho tiempo entre su explosiva apertura y el penúltimo brindis.

Mito 9: El azúcar moreno es más sano que el refinado

Los dos tipos de azúcar más consumidos en el mundo tienen la misma procedencia –la caña de azúcar o la remolacha–, por lo que es difícil que haya diferencias significativas entre ambos. Pero el adjetivo refinado que suele acompañar al azúcar blanco, y también a una variedad del moreno, tiende a levantar sospechas en una sociedad que busca aumentar cada vez más los ingredientes naturales en su dieta, así que mucha gente los rechaza en favor del azúcar moreno sin refinar.

Su teoría es que el proceso de elaboración del azúcar blanco le ha arrebatado todos sus nutrientes. ¿Es así? Es cierto que el azúcar moreno sin refinar retiene su contenido original en melaza y su color natural, y también que tiene más minerales (calcio, hierro, potasio) que el blanco… Lo que ocurre es que esta diferencia es tan pequeña que resulta por completo irrelevante a la hora de decidirse por un azúcar u otro.

Igual de insignificante es su diferencia calórica: cuatro gramos (una cucharada) de azúcar moreno contienen 15 calorías, y la misma cantidad de azúcar blanco tiene 16,3. Los volúmenes del edulcorante que habría que consumir para apreciar esta mayor presencia de minerales serían gigantescas… Y el azúcar, blanco o moreno, es una de las cosas de las que no conviene abusar. Al final, el paladar es la mejor guía para decidirse por uno de los dos.

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¿El azúcar moreno es más sano? Tiene algo más de minerales, pero en cantidades insignificantes. Fuente: Pixabay.

Mito 10: El azúcar vuelve hiperactivos a los niños

Esta sustancia dulce está desde hace años en el punto de mira de los dietistas; se dice que consumimos demasiada, que su presencia es excesiva en productos elaborados y que contribuye al aumento de la diabetes y la obesidad. Y también se dice que su presencia elevada en la dieta infantil convierte a los niños en un manojo de nervios.

Pero ninguno de los estudios realizados hasta ahora ha encontrado pruebas que demuestren de forma concluyente la relación entre consumo de azúcar e hiperactividad infantil… casi.

Se ha identificado el origen del mito en 1973, cuando el alergólogo Benjamin Feingold lanzó la dieta que lleva su nombre, y señalaba el azúcar refinado como culpable del nerviosismo y la agresividad en los niños. Pero, en 1995, la revista de la Asociación Médica Estadounidense publicó un artículo en el que resumía el resultado de dieciséis experimentos, que fueron realizados con todas las condiciones de fiabilidad. En él no se encontró ninguna relación entre ambas cosas.

Sí, había algunas excepciones, pero escasas: hay niños –y adultos– propensos a experimentar subidas repentinas de azúcar en la sangre, lo que podría afectar a su conducta. Y, entre los niños que sufren síndrome de déficit de atención (TDAH), hay un pequeño porcentaje que es muy sensible al azúcar.

Si consideramos la hiperactividad como un incremento del movimiento, actos impulsivos, escasa capacidad de atención, quizá lo que lo provoca no sea tanto el azúcar como el marco donde los niños suelen consumirlo: las fiestas con sus amigos. Existen muchos motivos para controlar cuánto azúcar ingerimos, pero el exceso de actividad es, en buena medida, un mito.

Cortesía de Muy Interesante



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