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- Autor, Cristina J. Orgaz
- Título del autor, BBC News Mundo
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“Si no fuera por ese programa, no estaría contando esta historia”. El que habla es Mavigson Silva, quien recuerda para BBC Mundo su infancia en una violenta favela de Río de Janeiro, Dendê, de la que escapó con sus padres y sus siete hermanos para huir del narcotráfico.
Se marcharon a Natal, en el noroeste del país, donde les tocó empezar de nuevo. “Cuando llegamos teníamos una realidad de pura pobreza”, dice.
“Con 4 años, estaba muy desnutrido. Mi familia solía ir a pescar cangrejos a los manglares porque en esta zona hay muchos. Mi padre no encontraba trabajo de mecánico y lo que ganaba mi madre como costurera quizás nos daba para comprar algo de cous-cous“.
Lo que cambió su vida -asegura- fue Bolsa Familia, un programa de transferencia de rentas creado por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y expandido por Luiz Inácio Lula da Silva, que sobrevivió a otros presidentes de diverso signo político. Incluso el gobierno de derecha de Jair Bolsonaro mantuvo el plan, aunque con distinto nombre: “Auxílio Brasil”.
La iniciativa unificó en 2003 varios programas sociales existentes y se lanzó con el objetivo de reducir la pobreza y la desigualdad, especialmente entre niños y adolescentes.
Pero la transferencia de dinero está condicionada a varias cosas.
Por ejemplo, las familias con niños que reciben la ayuda están obligadas a llevarlos a la escuela y a cumplir con el calendario de vacunación. Y las mujeres gestantes tienen que acudir a clases de lactancia y a chequeos médicos durante el embarazo.
El propio Banco Mundial reconoce que Bolsa Familia es hoy uno de los programas de transferencias monetarias más grandes y de mayor duración del mundo.
Con un gasto aproximado de apenas 0,5 % del Producto Interno Bruto (PIB), genera beneficios amplios en crecimiento económico, productividad, salud y educación, según los expertos.

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Y recientemente la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, sacó a Brasil del mapa del hambre en el mundo gracias a que el país redujo a menos del 2,5% el porcentaje de su población con inseguridad alimentaria severa o desnutrición.
Un importante hito que Lula celebró en X: “Es un logro histórico que muestra que con política públicas y compromiso con el pueblo es posible combatir el hambre y construir un país más justo y solidario”.
Cada unidad familiar en situación de pobreza extrema recibe R$142 mensuales (unos US$25) por cada miembro de la familia. Si la suma de todos los montos no alcanza el mínimo de R$600 (US$107) cada mes, el Estado cubre la diferencia.
A eso se añaden beneficios complementarios como R$150 (US$26,8) mensuales por niño de hasta 6 años y R$50 (US$8,90) por mujeres embarazadas, madres lactantes o niños y adolescentes de entre 7 y 18 años.
En marzo de 2025, cada una de las 20,5 millones de familias que recibían el beneficio obtenía un valor medio de R$668,65 (US$119).
Silva es hoy economista y el primero de su familia en acudir a la universidad. Tiene una maestría y participa en un proyecto académico de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos.
Su hermana, Thalita Vitória Simplício da Silva, es una atleta paralímpica brasileña que compite en pruebas de velocidad y salto de longitud. Representó a Brasil en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, Londres 2012 y Río 2016.
La generación que salió de la pobreza
Y aunque romper el patrón de pobreza intergeneracional es muy difícil, según los economistas, el caso de la familia Silva demuestra que es posible y lo hace en un momento en el que el recorte de ayudas sociales y las consecuencias del retiro de fondos de USAID han provocado un terremoto en el ámbito de la financiación para el desarrollo a nivel global.
USAID era la agencia que administraba la ayuda del gobierno estadounidense y era el mayor proveedor mundial de este tipo de asistencia. Cerró oficialmente sus puertas a principios de julio, después de que el gobierno de Trump la desmantelara gradualmente.
“Soy de esa generación de los 2000 que salió de la pobreza extrema gracias a los programas de transferencia. Esa cantidad mensual de Bolsa Familia nos dio, por ejemplo, para pagar el gas y poder cocinar. Para empezar a comprar alimentos de mejor calidad”, afirma Silva.

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Una investigación recién publicada en la prestigiosa revista The Lancet Public Health refrendó la capacidad de Bolsa Familia para reducir la mortalidad por diversas razones.
“El dinero da acceso a alimentos de mayor calidad que disminuyen las enfermedades, mejoran la nutrición, la seguridad alimentaria y mejoran la salud en general”, le explica a BBC Mundo Davide Rasella, investigador el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y colaborador en el estudio.
“Tiene un impacto inmediato en la sociedad”, añade.
La investigación abarcó 20 años de datos, entre 2000 y 2019. Dirigido por la profesora Daniella Cavalcanti, es uno de los pocos estudios que muestra los efectos de los programas de transferencias monetarias especialmente en la salud de la población en general.
Beneficios sanitarios y más
El efecto más llamativo estuvo en los menores de 5 años, cuya mortalidad se redujo en un 33% tanto en general como por causas específicas asociadas con la pobreza: desnutrición, diarrea e infecciones de las vías respiratorias inferiores.
Los mayores de 70 también se ven muy beneficiados: sus hospitalizaciones disminuyeron un 48%. Y otra de las conclusiones del estudio es que el programa evitó más de 8 millones de hospitalizaciones y 700.000 muertes en las últimas dos décadas.
“Bolsa Familia quiere proteger a los niños, pero lo que vimos es que tiene un efecto multiplicador que abarca a todos los miembros de la unidad familiar”, explica Cavalcanti y destaca la condicionalidad del programa –es decir, el cumplimiento de determinados compromisos– como una de las claves del éxito.

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“Los programas de transferencias monetarias condicionadas salvan vidas, sobre todo de personas más vulnerables. Bolsa Familia es un plan importante para reducir la mortalidad, la pobreza y el hambre”, dice.
“No es caridad. Se demostró que es una inversión para el Estado y que conduce a ahorros”.
Por eso, alega Cavalcanti, las transferencias monetarias deben considerarse como un complemento a las inversiones tradicionales en salud, “no como una cosa u otra”.
Cavalcanti también recalca cómo el programa impacta de forma más amplia en las economías locales: las familias acuden a los comercios de proximidad para abastecerse.
“La ayuda demuestra que las transferencias rompen ciclos de pobreza y generan dignidad para las familias beneficiarias”.
Impacto en la educación
También hay evidencia de que el Bolsa Familia reduce la deserción escolar y las posibilidades de que los alumnos repitan curso.
Un estudio publicado por la Revista Científica de la Universidad Complutense de Madrid encontró que en el caso de los niños que vivían en hogares con una renta per cápita de hasta R$70, la introducción del programa aumentó en 112% la probabilidad de que estén escolarizados.
“En el límite de ingreso per cápita del hogar de hasta R$140, los niños en hogares beneficiarios del programa Bolsa Familia tuvieron un 96% más de probabilidades de estar escolarizados, en comparación con los niños no beneficiarios”, escribieron los autores Ernesto F. L. Amaral, profesor de Sociología de Texas A&M University y Guilherme Q. Gonçalves, de la Universidad Federal de Minas Gerais.
“Además, los niños y adolescentes presentan un mayor índice de aprobación en los últimos años de la enseñanza básica”, explica la Iniciativa Brasileña de Aprendizaje por un Mundo sin Pobreza, un organismo dependiente del Ministerio de Desarrollo Social de Brasil.
Según sus datos, un 75% de los estudiantes beneficiarios del Programa Bolsa Familia concluyen la educación básica a la edad esperada (es decir, hasta los 15 años). Este porcentaje es ligeramente inferior al del resto de los alumnos en la red de educación pública (79,4%).
“Estos resultados apuntan a un cambio en la trayectoria escolar de los estudiantes de bajos ingresos, lo que conduce a una reducción de la desigualdad escolar en Brasil”, añade el organismo.

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Críticas al programa
Por supuesto, Bolsa Familia tiene también críticos. Los detractores argumentan que las ayudas estatales regulares generan dependencia a largo plazo del Estado, desalentando a los beneficiarios a buscar empleo formal o a mejorar sus ingresos.
Sin embargo, múltiples estudios -incluidos los del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial- no han encontrado evidencia significativa de este efecto.
También existe la preocupación de que Bolsa Familia se use como herramienta política, especialmente durante períodos electorales, para obtener el apoyo de los votantes de bajos ingresos. Es decir, que fomente el clientelismo.
El mismo Bolsonaro dijo mucho antes de ser presidente que Bolsa Familia no era más que un proyecto para “mantener a quienes están en el poder”.
“El gobierno federal otorga a 12 millones de familias alrededor de R$500 al mes con el programa Bolsa Familia y obtiene 30 millones de votos. Presentarse a las elecciones en tal escenario es desalentador; es una auténtica compra de votos”, dijo en agosto de 2010.

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Para Guilherme Lichand, profesor adjunto de Educación en la Universidad de Stanford y codirector del Centro Lemann de Stanford, la evidencia que más contradice la idea de que estas transferencias monetarias mantienen a las familias en una dependencia permanente del apoyo gubernamental son las cifras de las personas que crecieron con ayudas pero ya no las necesitan.
“Al observar el universo de beneficiarios de Bolsa Familia que tenían entre 7 y 16 años en 2005, solo el 20,4% seguía recibiendo el beneficio en 2023. Incluso en la región más pobre del país (el nordeste), el 58% de los hijos de exbeneficiarios ya no cumplían con los requisitos para recibir la transferencia”.
“Y todo esto a pesar de que, a lo largo de los años, los criterios de elegibilidad se ampliaron para incluir a hogares con ingresos ligeramente superiores, especialmente después de la pandemia”, dice el profesor de Stanford.
Programas similares en América Latina
Los programas de transferencia de efectivo se han expandido rápidamente en países de ingresos bajos y medios. En 1960 había ocho naciones con programas de este estilo. En 2019 alcanzaban los 134 países.
En América Latina, dice Cavalcanti, tenemos ejemplos comparables a Bolsa Familia como los programas como Progresa en México (ahora llamado Programa de Becas para el Bienestar Benito Juárez) y el Bono de Desarrollo Humano en Ecuador.
Aunque casi todos los países de la región tienen planes para luchar contra la pobreza extrema, esos dos se parecen mucho al brasileño en su diseño.

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En Ecuador, las familias reciben hasta US$150 al mes y tambien están sujetas al cumplimiento de condiciones como la escolarización de los niños o que los menores de 15 años no realicen ningún tipo de trabajo.
Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el programa ecuatoriano alcanzó a casi un millón de hogares en 2022. Sin embargo, para financiarlo se necesita el 0,6% del PIB, una cifra más alta que lo que requiere Bolsa Familia.
Algo parecido sucede con el Programa de Becas para el Bienestar Benito Juárez de México. Está dirgido a estudiantes de hasta 29 años en situación de vulnerabilidad económica.
En la primera etapa escolar, la familia recibe cada bimestre 1.900 pesos méxicanos (unos US$100), más 700 pesos (US$37) por cada estudiante de secundaria que la integre.
Los alumnos de preparatoria o bachillerato obtienen 1.900 pesos méxicanos (US$100) y en la educación posterior el monto alcanza los 5.800 pesos (US$309), también en entregas bimestrales.
El número estimado de personas en hogares que reciben alguna beca en México supera los 50 millones. Y los recursos destinados al programa representan el 0,55% del PIB del país, un porcentaje ligeramente superior al de Bolsa Familia.

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Por comparar, Chile, uno de los países más ricos de la región, destina solo el 0,03% de su PIB a su programa Ingreso Ético Familiar, que incluye distintos bonos o transferencias a familias.
La estimación del número de personas en hogares con beneficiarios solo llegaba a 500.000 en 2022, menos de un 2,6% de la población, según datos de la CEPAL.
Por su mayor gasto y alcance, Bolsa Familia sigue siendo el más eficiente, según los expertos, pese a que programas como el de México o Ecuador se le asemejen mucho.
“A diferencia de otros planes más restrictivos, Bolsa Familia da libertad a las familias para elegir cómo gastar el dinero. Es decir, hay una flexibilidad regional: el programa considera las distintas realidades culturales y económicas de Brasil”, valora Cavalcanti.
Libertad para elegir
Se refiere a que, al no ser un programa asistencialista tradicional, en el que el Estado decide qué productos o servicios recibe la población -como la entrega de canastas básicas o vales condicionados a determinados productos-, la iniciativa brasileña deposita dinero directamente en la cuenta de las madres con libertad para decidir cómo usarlo.
“El programa da dignidad. Es muy diferente decir te doy un vale para arroz y frijol a decir te deposito dinero para que resuelvas lo que tu familia necesita“, apunta Cavalcanti.
“En comparación con los programas de transferencias de efectivo de otros países latinoamericanos, el desempeño del Bolsa Familia llegando realmente a los pobres se destaca por un margen considerable”, estima Reach Alliance, un consorcio de universidades globales, con socios en Ghana, Sudáfrica, México, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Singapur.

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Bolsa Familia se ha convertido en el transcurso de los años en un modelo para otros países de América Latina y África.
Por su eficiencia y bajo costo administrativo (menos del 0,5% del PIB) ha recibido elogios de universidades y centros de investigación como el Massachusetts Institute of Technology (MIT), la Universidad de Oxford y el Centro Internacional de Políticas para el Crecimiento Inclusivo, un organismo asociado del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
“Creo que es un claro ejemplo de éxito. Siempre hay margen de mejora, claro, pero los datos refutan contundentemente las narrativas que exageran los posibles efectos desincentivadores del programa”, afirma el experto en educación de la Universidad de Stanford Guilherme Lichand.
Y añade: “Antes de que llegara Bolsa Familia, cuando las sequías azotaban el noreste de Brasil, veíamos una migración masiva hacia el sureste: familias desesperadas por comida y trabajo”.
“Esto simplemente desapareció. Es revelador: garantizar un sustento mínimo también implica dignidad y autodeterminación”.

Cortesía de BBC Noticias
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