Cuando pensamos en el dolor, solemos imaginar una sensación localizada: una rodilla que duele, una espalda que arde o una migraña punzante. Pero el dolor crónico —ese que dura más de tres meses y a menudo no tiene una causa visible— no solo afecta al cuerpo. También transforma el cerebro, literalmente.
El cerebro no es un espectador pasivo
Durante años, se creyó que el dolor era solo una señal que viajaba desde el cuerpo al cerebro. Hoy sabemos que es mucho más complejo: el cerebro participa activamente en cómo sentimos el dolor, y con el tiempo puede volverse experto en percibirlo. No es solo lo que sucede, sino cómo lo interpretamos y cómo nos relacionamos con ello.

En personas con dolor crónico, ciertas áreas del cerebro cambian su estructura y función. La corteza prefrontal, clave en la toma de decisiones, la regulación emocional y el juicio, puede mostrar una reducción de volumen. También se ven alteraciones en la amígdala (centro del miedo y la ansiedad) y el hipocampo (implicado en la memoria emocional). Es como si el dolor, al quedarse a vivir en el cuerpo, reconfigurara el cerebro desde dentro.
En palabras de Epicteto: “No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede.” En el caso del dolor, lo que el cerebro interpreta puede amplificar o amortiguar la experiencia física.
La plasticidad cerebral: un arma de doble filo
El cerebro tiene una extraordinaria capacidad para adaptarse: la plasticidad cerebral. Esto es lo que nos permite aprender un idioma, recordar una canción o cambiar una conducta. Pero también puede jugar en contra: si el cerebro aprende a percibir dolor de forma constante, incluso sin una lesión activa, esa red de sufrimiento se refuerza.

Las investigaciones muestran que, en el dolor crónico, se fortalecen las redes neuronales asociadas al dolor, mientras que se debilitan las relacionadas con el placer, la motivación y la movilidad. Así, el dolor se vuelve no solo físico, sino emocional, cognitivo, existencial. Afecta a quiénes somos y cómo habitamos el mundo.
Sin embargo, como decía Marco Aurelio: “El impedimento a la acción avanza la acción. Lo que se interpone en el camino, se convierte en el camino.” Si el cerebro puede aprender el dolor, también puede desaprenderlo y crear nuevas rutas que lo hagan menos dominante en la vida.
¿Se puede revertir este proceso?
La respuesta es que sí. Tal vez no podamos borrar completamente el dolor, pero sí enseñarle al cerebro nuevas formas de responder. Y ahí es donde entran en juego las estrategias que refuerzan otras redes cerebrales: las del autocuidado, la calma, el movimiento y la conexión. Algunas de las estrategias que te ayudan a manejar el dolor y su interpretación son estas:
1. Ejercicio físico adaptado
No se trata de exigencia, sino de movimiento consciente. Caminar, hacer yoga terapéutico o ejercicios en agua ayudan a liberar endorfinas y activar zonas cerebrales que amortiguan la señal del dolor. El cuerpo se mueve, y con él, también el ánimo.
2. Mindfulness y meditación
Practicar atención plena cambia el funcionamiento del cerebro: reduce la hiperactividad de la amígdala y fortalece las áreas de regulación emocional. Con el tiempo, se desarrolla una mayor ecuanimidad ante el dolor.

3. Terapia psicológica centrada en el dolor
Las terapias psicológicas, como la cognitivo-conductual o la aceptación y compromiso (ACT), enseñan al cerebro a crear nuevas interpretaciones del dolor. No eliminan el sufrimiento, pero sí cambian la relación con él. En terapia, aprendes a no luchar contra lo inevitable, sino usarlo como oportunidad de transformación interna.
4. Relaciones sociales y gratitud
Estudios recientes muestran que cultivar relaciones significativas y expresar gratitud activa regiones del cerebro asociadas al bienestar y a la resiliencia. Compartir lo que sentimos no solo libera, también reorganiza nuestras redes neuronales. El dolor deja de ser un enemigo aislante y se convierte en parte de una narrativa más humana.

El dolor cambia el cerebro, pero también el carácter
Vivir con dolor crónico no es fácil. Pero entender cómo funciona puede cambiar nuestra forma de vivirlo. No se trata de negar el dolor, sino de abrazarlo como parte de la experiencia humana. No se trata de eliminar todo malestar, sino de construir una vida valiosa a pesar de él. Una vida que no gira en torno al dolor, sino que lo incluye sin dejarse definir por él. El dolor cambia el cerebro, pero el cerebro también puede cambiar al dolor. Y en esa posibilidad hay una gran esperanza.
Referencias
- Bushnell MC, Ceko M, Low LA. Cognitive and emotional control of pain and its disruption in chronic pain. Nat Rev Neurosci. (2013). doi: 10.1038/nrn3516
- Garland EL, Hanley AW, Nakamura Y, Barrett JW, Baker AK, Reese SE, Riquino MR, Froeliger B, Donaldson GW. Mindfulness-Oriented Recovery Enhancement vs Supportive Group Therapy for Co-occurring Opioid Misuse and Chronic Pain in Primary Care: A Randomized Clinical Trial. JAMA Intern Med. (2022). doi: 10.1001/jamainternmed.2022.0033
- Kucyi A, Davis KD. The dynamic pain connectome. Trends Neurosci. (2015). doi: 10.1016/j.tins.2014.11.006.
- Martucci KT, Mackey SC. Neuroimaging of Pain: Human Evidence and Clinical Relevance of Central Nervous System Processes and Modulation. Anesthesiology. (2018). doi: 10.1097/ALN.0000000000002137
- Zeidan F, Vago DR. Mindfulness meditation-based pain relief: a mechanistic account. Ann N Y Acad Sci. (2016). doi: 10.1111/nyas.13153
Cortesía de Muy Interesante
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