
¿Cómo es posible que México registre récords de exportaciones a Estados Unidos y, al mismo tiempo, su economía interior esté estancada? La pregunta es incómoda porque muestra la contradicción de un país que produce y vende como nunca hacia afuera, pero que hacia adentro apenas logra moverse unas décimas de punto porcentual.
Los datos son claros. En junio pasado, según información difundida ayer por la Oficina de Estadísticas de Transporte de EU (BTS), el transporte de carga entre México y EU alcanzó 73,000 millones de dólares, un aumento de 4.4% frente a 2024. En mayo fueron 74,500 millones, 2.1% más que el año anterior. Y durante el primer semestre de 2025, nuestras exportaciones a EU llegaron a 264,380 millones, 6.3% por encima del mismo periodo de 2024. El superávit comercial con ese país se disparó a 96,210 millones, 16.7% más que el año pasado.
Con estos números parecería que la economía nacional está boyante. Pero no. El Indicador Oportuno de la Actividad Económica del Inegi mostró que en julio ésta apenas creció 0.1% anual y cayó 0.1% frente al mes anterior. En otras palabras: está estancada.
¿Por qué ocurre esto? Porque exportar mucho no significa crecer de manera equilibrada. La mayor parte de las exportaciones proviene de sectores integrados a cadenas globales —automotriz, autopartes, electrónicos, agroindustria— que funcionan con capital extranjero, procesos altamente automatizados y márgenes de valor agregado limitados dentro del país. Generan divisas y empleo, sí, pero no en la magnitud suficiente para transformar la realidad interna.
Además, se trata de un crecimiento concentrado y, probablemente, acelerado por el temor a una imposición de mayores aranceles por Donald Trump. El norte de México y el Bajío recogen los beneficios de la integración con EU, mientras que el sur-sureste sigue marginado, con bajos niveles de inversión, infraestructura deficiente y empleos mal pagados. El nuestro es, en realidad, dos países: uno exportador y dinámico, y otro atrapado en la pobreza y la informalidad.
El problema se agrava porque el poder adquisitivo de los hogares sigue débil. La mitad de la fuerza laboral está en la informalidad, los salarios reales no despegan y el crédito es caro y escaso. A eso se suma un gasto público limitado por la necesaria disciplina fiscal y la falta de margen para endeudarse. El resultado: un motor interno apagado.
Mientras tanto, el boom exportador se explica por razones estructurales: la dependencia de las fábricas estadounidenses de insumos mexicanos; el nearshoring que, pese a Trump, aún trae inversiones por la cercanía geográfica y el T-MEC; la ventaja logística frente a Asia; y una demanda que, pese a la incertidumbre, sigue firme en EU. En pocas palabras: al país vecino le conviene seguir comprando en México, aunque a México no le convenga depender tanto de un solo mercado.
La paradoja es brutal. México exporta como potencia, pero crece como país atrapado en la mediocridad. Mientras el sector externo rompe récords, el interno se estanca. La pregunta no es si podemos seguir vendiendo más a EU, porque está claro que sí, mientras Trump no decrete lo contrario. La pregunta es si alguna vez podremos traducir esos récords en bienestar generalizado. Por ahora, la respuesta es no.
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Cortesía de El Economista
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