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- Autor, Molly Gorman y William Park
- Título del autor, BBC Future*
Si visitas el ala Richelieu del Louvre en París, podrías encontrarte con una exreina de Inglaterra.
Sus manos, adornadas con costosos anillos, están entrelazadas. Sonríe con su estilo reservado y sereno. Joyas y gemas cubren su tocado, así como las ricas telas rojas y doradas de su vestido de mangas abullonadas. Una pequeña cruz cuelga bajo su cuello.
La pintura no deja duda de que estaba destinada a ser el centro de atención.
Tan impactante fue el retrato de compromiso de Ana de Cléveris realizado por Hans Holbein el Joven que provocó que uno de los personajes más poderosos del mundo, Enrique VIII, se comprometiera con ella en 1539.
El embajador de Enrique en Cléveris describió la pintura como “muy vivaz” , dando a entender que se trataba de una representación precisa. Sin embargo, algunos historiadores han acusado a Holbein de exagerar su belleza.
En cualquier caso, el primer encuentro en persona entre Ana y Enrique fue increíblemente incómodo, y los relatos históricos insinuan que ninguno de los dos se sintió atraído por el otro.
El matrimonio no fue consumado antes de que la pareja obtuviera la anulación en julio de 1540; algunos dirían que fue una suerte para Ana.
Aunque presentar a una posible futura reina de esa forma puede parecer inicialmente algo muy alejado de nuestros intentos modernos por encontrar el amor, los retratos de cortejo han vuelto.
Las aplicaciones de citas requieren que los usuarios hagan juicios preliminares cruciales basándose en poco más que una fotografía y quizás algunas palabras.
Dado que muchas de las interacciones de citas modernas comienzan tras una pantalla, los usuarios en línea se exponen a cientos de parejas potenciales seleccionadas por un algoritmo.
Sin embargo, las citas actuales y los cortejos de hace cientos de años indican que las palabras no siempre han sido fundamentales ni necesarias para encontrar el amor.
Aunque algunos de los lenguajes ocultos o señales visuales de atracción han caído en el olvido, otros se han mantenido notablemente similares a lo largo de los siglos.
¿Qué revelan estos códigos no verbales sobre cómo percibimos las relaciones románticas? ¿Y será que comprenderlos nos ayudará a encontrar el amor verdadero?
Coqueteo entre abanicos
Comencemos con un período histórico conocido por celebrar el amor romántico y el cortejo.
La época de la Regencia en Inglaterra, definida vagamente como las décadas alrededor de 1800, le ofreció a las mujeres la oportunidad de ser cortejadas y también de participar activamente en el mercado matrimonial.
En novelas de la época, como las de Jane Austen, los personajes suelen buscar el matrimonio por razones económicas o sociales, pero el amor suele triunfar al final.

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Casarse por amor se convirtió en un ideal ampliamente celebrado durante el siglo XVIII, afirma Sally Holloway, investigadora de la Universidad Oxford Brookes y autora de “The Game of Love in Georgian England” (El juego del amor en la Inglaterra georgiana).
Se hacía hincapié en encontrar el amor antes del matrimonio, en lugar de desarrollarlo posteriormente, “de forma muy similar a cómo se evaluaría la compatibilidad con una pareja hoy en día”, añade.
Un interés amoroso podía surgir en algún evento social.
Holloway afirma que el coqueteo sutil en esos entornos públicos era divertido; por ejemplo, existía un “lenguaje de abanicos” en aquella época, “pero era más una diversión que un método serio de comunicación”.
En 1797, el diseñador Charles Francis Bandini creó un abanico en el que imprimió un alfabeto codificado con letras diminutas y ornamentadas para que las mujeres pudieran enviar mensajes desde el otro lado de la habitación.
El abanico, llamado Fanología o Abanico de Conversación Femenina, indicaba diferentes posiciones de las manos para indicar cada letra, de forma similar al semáforo, un método de comunicación empleado principalmente por marineros con banderas de colores.
Otro abanico, llamado “El Telégrafo de Damas, para Correspondencia a Distancia” de 1798, era similar.
“El uso principal del abanico habría sido como un medio de coqueteo mucho menos explícito, acompañado de pestañeos y miradas anhelantes y amorosas”, dice Holloway.
Aromas y regalos
Las señales de los abanicos eran útiles en bailes concurridos y ruidosos, o donde se requería discreción.
Pero en espacios reducidos, hombres y mujeres podían usar aromas para “estimular y fortalecer los sentimientos de amor y el deseo sexual”, cuenta Holloway.
Los aromas líquidos también se aplicaban a las cartas de amor para seducir a la pareja.
Holloway afirma que, durante la época de la Regencia, los hombres solían obsequiarle a las mujeres con una amplia gama de regalos, desde flores hasta retratos en miniatura, para demostrar su afecto y su idoneidad como pareja.

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“Las parejas comprobaban si su disposición y perspectiva de la vida eran lo suficientemente similares intercambiando libros como obsequio y subrayando los pasajes con los que más coincidían”, explica.
“En sus cartas, hablaban de sus esperanzas y temores, sus opiniones morales, lo que esperaban encontrar en el matrimonio y se esforzaban por forjar un vínculo emocional más estrecho”.
A cambio, las mujeres “normalmente le regalaban a los hombres artículos hechos a mano, como volantes y chalecos bordados, para mostrar sus habilidades domésticas y el tiempo invertido en un pretendiente, y flores prensadas, como violetas, que simbolizaban su modestia, veracidad y amor fiel”, dice Holloway.
Los dos regalos simbólicamente más importantes eran mechones de cabello (una parte física del cuerpo del ser amado que sobreviviría a su tiempo en la Tierra) y un anillo, que simbolizaba su mano en matrimonio.
Si bien el lenguaje de los abanicos ya no se usa, subraya Holloway, hay algunas similitudes con la forma en que las parejas aún usan regalos y mensajes para conectarse en el mundo de las citas modernas.
“Todos estos rituales ayudaban a crear una sensación de intimidad y cercanía emocional, similar a cómo las parejas modernas intercambian una avalancha de regalos, mensajes de texto, correos electrónicos, planean citas y salidas, y pasan tiempo juntos para comprobar su compatibilidad”, afirma.
Redes sociales tempranas
A medida que la fotografía se volvió más accesible y se difundió ampliamente durante la época victoriana, más personas tuvieron la oportunidad de ver por primera vez retratos de celebridades e incluso de la realeza.
Amigos y familiares también podían intercambiar recuerdos.
Tan pronto como la tecnología se expandió, encontró un propósito romántico: cartes de visite o tarjetas de visita.
Eran una fotografía de retrato de unos 9 x 6 cm, pegada en una cartulina para enviar a futuros amantes.

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Las tarjetas eran baratas y fáciles de intercambiar, así que, a su manera, un retrato podía viralizarse como una imagen en línea hoy en día.
Había gente que publicaba anuncios solicitando un intercambio de tarjetas, mientras que los enamorados podían guardar las de sus amados “casi como un pequeño objeto fetiche”, afirma John Plunkett, de la Universidad de Exeter (Reino Unido).
Las tarjetas, que originalmente se hicieron famosas gracias a la reina Victoria y el príncipe Alberto antes de volverse más accesibles para las clases medias y altas, eran “parte de la construcción que un individuo hacía de sí mismo en relación con una identidad colectiva más amplia”, escribió Plunkett en un artículo publicado en el Journal of Victorian Culture.
Las tarjetas les brindaron a algunas personas la primera y quizás única oportunidad de tomarse una foto.
Al igual que con las aplicaciones de citas modernas, una tarjeta podía permitirles causar una primera impresión impactante.
“Se ponían su mejor ropa”, dice Plunkett. Además, mostraban algo de su personalidad, apareciendo leyendo o posando de una manera que evidenciaba su dominio o recato.
“Daban la oportunidad de expresar quiénes eran. Podían verse más activos socialmente y con un estatus más alto”, añade.
Se puso de moda hacer collages con las tarjetas de las personas más cercanas, y se desarrolló un estilo artístico que consistía en posar con amigos de formas inusuales y creativas, para guardar esos recuerdos en un álbum y expresar cercanía.
En muchas, la gente posaba con objetos que representaban la riqueza, como arte o esculturas, e incluso mascotas.
Plunkett explica que el uso de accesorios ayudaba a las personas a permanecer quietas mientras los fotógrafos tomaban sus fotografías, que entonces requerían exposiciones mucho más largas que hoy, pero también para incorporar “la sensación de grandeza” o para mostrar su profesión, por ejemplo.
“Se trata de aparentar y pensar en la imagen que quieres proyectar, [como en un] perfil de Instagram o Twitter, en el que eliges algo que muestre cierta versión de ti mismo”, dice Plunkett.
Ciertamente, en las aplicaciones de citas actuales, la gente usa fondos y accesorios, incluyendo paisajes o animales exóticos, para reflejar sus intereses y cómo les gusta verse.
Romance en las discotecas de Berlín
A finales de la época victoriana, la etiqueta social comenzó a relajarse y quienes buscaban pareja encontraron nuevos lugares.
Las salas de baile ofrecían música cada vez más animada hasta altas horas de la noche. Los alegres bailes de ragtime dieron paso al jazz en el siglo XX.
Se volvió más socialmente aceptable que las mujeres solteras fueran a bares y clubes con amigas y conocieran gente allí.
Con los nuevos espacios para citas, surgieron nuevas formas de mostrar interés.

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Por aquella época, en la década de 1920, Berlín se convirtió en la ciudad emblemática de la vida nocturna ultramoderna.
Algunos clubes berlineses eran “inmensos, de varios niveles, con suelos móviles e incluso agua para espectáculos de ballet acuático”, señala Jennifer Evans, profesora de historia social del siglo XX en la Universidad de Carleton en Ottawa, Canadá, y autora de “Vida entre las ruinas: Paisaje urbano y sexualidad en el Berlín de la Guerra Fría”.
La tecnología de la época permitía coquetear en clubes concurridos.
El club nocturno berlinés Residenz-Casino, conocido popularmente como el Resi, se hizo famoso por ofrecer a los asistentes la posibilidad de contactarse mediante un teléfono o un complejo sistema de tubos neumáticos desde su mesa.
Así como los tubos utilizados en los sistemas de correo interno de las oficinas, los grandes almacenes y los bancos para enviar dinero desde la tienda a la trastienda, un mensaje podía introducirse en un recipiente metálico e introducirse en un tubo, donde era aspirado por el vacío hasta su destino.
Cuando alguien escribía un mensaje en papel, lo enviaba a una centralita, donde un operador lo leía para garantizar su cortesía (un ejemplo temprano de moderación de contenido en las redes sociales actuales) antes de enviarlo a la mesa del destinatario.
Además de los mensajes, se podían comprar regalos, “desde cigarrillos hasta pequeños objetos o cocaína”, y enviarlos a la persona amada, dice Evans.
“Debió ser fascinante estar oculto a plena vista viendo a la persona recibir el mensaje al otro lado del salón”, imagina Evans.
“Sus reacciones, positivas o negativas, inmediatas y sin filtros, acentuadas por la sensación de diversión y frivolidad que reinaba en la sala.
“Quizás deberíamos traerlas de vuelta”.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 marcó el fin de esta forma de interacción social, afirma, pero algunos sistemas de comunicación de clubes nocturnos sobrevivieron en lo que se convertiría en Berlín Occidental después de la guerra.
El propio Resi reabrió sus puertas en 1951.
“Supongo que constantemente reinventamos maneras de comunicarnos, de expresar nuestros deseos, en estos espacios marginales o clandestinos”, dice Evans.
“Parece decir mucho sobre quiénes somos como humanos y cuánto buscamos conectarnos”.
Señales secretas LGBTQ+
Las relaciones entre personas del mismo sexo han dependido durante mucho tiempo de medios de comunicación alternativos debido a la historia de opresión y marginación que ha afectado a las personas de las comunidades LGBTQ+.
Las relaciones entre personas del mismo sexo fueron ilegales en gran parte de Europa hasta las décadas de 1960 y 1970.
En América, Haití fue la primera en despenalizar la homosexualidad en 1791 y Antigua y Barbuda, Barbados, San Cristóbal y Nieves, Bandera las más recientes, en 2022.
Históricamente, las señales secretas permitían encontrar parejas del mismo género mientras intentaban protegerse de la hostilidad, la violencia y las leyes represivas.
El clavel verde, por ejemplo, se popularizó originalmente como símbolo con un significado oculto gracias al escritor gay Oscar Wilde.

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En 1892, Wilde le dijo a un grupo de amigos que se los pusieran en las solapas para el estreno de su obra “El abanico de Lady Windermere”. Cuando le preguntaron qué significaba, Wilde (supuestamente) respondió: “Nada en absoluto. Pero eso es lo que nadie adivinará”.
“Esto resume muchos de estos símbolos queer: deben ser indicios y referencias ocultas sin expresar abiertamente su significado”, afirma Sarah Prager, conferenciante y autora de “Queer, There and Everywhere: 27 People Who Changed the World” y otros libros sobre la historia LGBTQ+.
“Eso puede ser un desafío para los historiadores”, añade Prager.
“Es posible que nunca se confirmen algunos de estos símbolos o se separen de la leyenda, porque la clave es poder comunicarse en secreto en tiempos de opresión”.
Otras flores y plantas se asociaron con la comunidad LGBTQ+.
“Además del clavel verde, uno de los ejemplos más antiguos de floriografía queer son la violeta y la lavanda. Los colores púrpura, lavanda y violeta se han asociado con la identidad queer durante siglos”, afirma Prager.
“Creemos que esto se remonta a Safo, la poeta griega del siglo VI a.C., quien escribió sobre el amor entre mujeres y es uno de los primeros ejemplos registrados de identidad queer entre mujeres”.
Las joyas se han usado desde hace mucho tiempo como expresión visual y comunicador de la identidad sexual.
“Tengo tatuajes, pendientes y ropa que señalan mi identidad queer, lo que me facilita sentirme en comunidad”, señala Prager.
“Al ver a alguien con uno de estos símbolos siento un reconocimiento instantáneo de comunidad, seguridad y afinidad”.
Con la liberación musical y sexual de los vibrantes años 60 y 70, la cultura queer encontró una nueva voz.
Cada vez había más espacios para buscar el amor.
En Alemania, “los hombres gays utilizaban las páginas de clasificados de revistas como Der Kreis y, posteriormente, revistas gay como Him”, cuenta Evans. “Solicitaban ‘amistad’ o compañía… o, a veces, intercambios de fotos”.
La prueba del tiempo
El deseo de ver la imagen de la persona amada y conectarse de manera lúdica a través de gestos codificados y significados implícitos ha continuado hasta el día de hoy, ya sea a través de perfiles de aplicaciones de citas, presencias en línea seleccionadas, pings, deslizamientos y cumplidos.
“La escritura secreta tiene una larga historia”, afirma Evans.
Desde hace tiempo, el coqueteo y las primeras etapas del cortejo se han asociado con el desarrollo de nuevas tecnologías que permiten a las personas comunicar pensamientos y sentimientos ocultos, incluso a simple vista: “Desde símbolos como un pañuelo de color colgando del bolsillo trasero de un vaquero en el cruising gay, hasta emojis y acrónimos abreviados en el sexting”.
A veces, añade, este sigilo tiene como objetivo mantener a las personas a salvo.
Pero, en general, dice, no hay más razón que la pura emoción de cultivar intimidades compartidas.
Códigos, rituales e imágenes cuidadosamente compuestas son “parte del juego”.
* Si quieres leer el artículo original en inglés de BBC Future, haz clic aquí

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Cortesía de BBC Noticias
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