Confirmación genética histórica: así colapsó y sobrevivió el pueblo maya tras la caída de Copán hace 1.200 años

Durante siglos, los vestigios de la ciudad maya de Copán han fascinado a arqueólogos, epigrafistas y viajeros curiosos. Situada en lo que hoy es el occidente de Honduras, esta joya del mundo maya fue una capital imponente durante la época clásica (250-900 d.C.), y uno de los núcleos culturales más vibrantes del sureste mesoamericano. Pero ahora, un nuevo estudio publicado en Current Biology ha dado un giro inesperado a nuestra comprensión de esta ciudad: gracias al análisis genético de siete individuos sepultados en Copán, los científicos han logrado reconstruir la trayectoria demográfica de su población y desvelar detalles hasta ahora inalcanzables.

Y es que bajo la tierra, entre tumbas reales y entierros sacrificiales, se escondía un linaje que no solo sobrevive en los descendientes mayas actuales, sino que también ilustra con precisión cómo se fragmentó, resistió y se adaptó una de las civilizaciones más sofisticadas de América.

Copán, una ciudad entre dos mundos

Copán no era cualquier ciudad. Su posición geográfica, en el extremo sudoriental del área maya, la convertía en un puente natural entre Centroamérica y Mesoamérica. Durante más de cuatro siglos fue gobernada por una dinastía iniciada por un personaje conocido como K’inich Yax K’uk’ Mo’, un forastero que, según las inscripciones, llegó a Copán en el año 427 d.C. para fundar una nueva era política.

Hasta ahora, las hipótesis arqueológicas y epigráficas hablaban de una élite maya conectada con las altas esferas del poder en otras ciudades como Tikal o incluso Teotihuacán, que habría traído consigo no solo autoridad, sino también sangre foránea. El nuevo estudio genómico corrobora esa narrativa, pero con matices: efectivamente hubo una mezcla genética, pero no un reemplazo.

Investigadores han estudiado el ADN de un esqueleto enterrado en Copán que podría haber pertenecido a un gobernante de la élite dinástica
Investigadores han estudiado el ADN de un esqueleto enterrado en Copán que podría haber pertenecido a un gobernante de la élite dinástica. Foto: Seiichi Nakamura

Los restos humanos analizados proceden de distintas estructuras ceremoniales y residenciales de Copán. Incluyen individuos de alto rango social, como uno con indicios de haber sido un miembro de la élite dirigente, sepultado con ricas ofrendas; y otro, ubicado cerca, que muestra signos de haber sido sacrificado. Curiosamente, ambos hombres compartían un linaje paterno, aunque no estaban emparentados de forma directa. Esta observación sugiere que las élites compartían ciertos orígenes comunes, pero no necesariamente lazos familiares estrechos, como cabría esperar en una monarquía dinástica tradicional.

A nivel genético, los investigadores hallaron que todos los individuos compartían una fuerte conexión con las poblaciones mayas actuales y con grupos prehispánicos del sur de México y Belice. Es decir, existía una base genética local muy sólida. Sin embargo, a partir del periodo Clásico Temprano (ca. 250-550 d.C.), comenzó a detectarse una contribución creciente de linajes procedentes del altiplano mexicano, especialmente de Oaxaca, zona de origen de pueblos como los zapotecos y mixtecos. Esta mezcla fue particularmente evidente en Copán y otras urbes del norte como Chichén Itzá.

Auge y declive: una curva genética

Uno de los logros más impresionantes de la investigación fue modelar, a través de los genomas, el tamaño poblacional de los mayas de Copán a lo largo del tiempo. Los datos indican que, hacia el año 730 d.C., la ciudad alcanzó un pico demográfico que habría rondado los 19.000 habitantes. No es casualidad: este periodo coincide con el apogeo arquitectónico y político de Copán, cuando sus reyes construyeron las grandes plazas, templos y altares que hoy son Patrimonio de la Humanidad.

Pero lo que sigue es aún más revelador. Apenas dos décadas después, se inició un descenso acusado en la población, que culminó hacia el año 820 d.C., coincidiendo con el colapso político del reino. Este declive no fue uniforme ni repentino, sino una caída prolongada, probablemente influenciada por múltiples factores: sequías prolongadas, tensiones internas, agotamiento de recursos y, quizás, una pérdida de legitimidad del poder dinástico.

Sin embargo, lo más sorprendente es lo que vino después.

La civilización no murió: persistió en la sangre

A pesar de la caída del sistema político y monumental, la población de Copán no desapareció. Según los datos genéticos, no hubo una sustitución masiva de la población por invasores u otros grupos, como a veces se ha especulado. En cambio, los descendientes de los habitantes clásicos de Copán persistieron en la región, se adaptaron a los nuevos tiempos, y su linaje sigue presente en las comunidades mayas actuales.

La continuidad genética entre los antiguos y los modernos mayas es uno de los grandes hallazgos del estudio. Lo que cambió fue la estructura política y cultural, no la esencia biológica de la población. Copán dejó de ser una capital majestuosa, pero su gente no fue erradicada.

Perfiles genéticos de la población de Copán clásico comparados con comunidades antiguas y actuales del continente americano
Perfiles genéticos de la población de Copán clásico comparados con comunidades antiguas y actuales del continente americano. Fuente: Murray, Madeleine et al. Current Biology (2025)

Una mirada más allá de los templos

Este tipo de estudios, basados en ADN antiguo, están transformando la manera en que entendemos el pasado. Por primera vez, es posible observar no solo los restos visibles de una civilización —templos, estelas, tumbas—, sino también la historia escrita en las células de sus habitantes. En el caso de Copán, esa historia genética nos habla de movilidad, mezcla cultural, resiliencia y continuidad.

La investigación también invita a revisar los relatos tradicionales sobre el “fin” de los mayas. Más que una desaparición, lo que ocurrió fue una transformación profunda. La civilización clásica colapsó, sí, pero sus pueblos continuaron, se adaptaron, y hoy forman parte de una de las identidades indígenas más importantes del continente.

En ese sentido, el estudio no solo aporta conocimiento científico: también reivindica la voz de millones de personas mayas actuales, cuya historia se enlaza directamente con las piedras y los huesos de Copán.

El estudio ha sido publicado en Current Biology.

Cortesía de Muy Interesante



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