Confirman que tres especies de homínidos compartieron un mismo valle hace 2 millones de años… y la razón de su insólita convivencia intriga a la ciencia

En el corazón de Sudáfrica, en un paisaje hoy salpicado de colinas y carreteras rurales, se extiende uno de los escenarios más extraordinarios de la prehistoria: la Cuna de la Humanidad. Este lugar, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, conserva en sus cuevas y sedimentos la mayor concentración de fósiles de nuestros antepasados conocida hasta ahora. Y, hace dos millones de años, fue el hogar compartido de tres especies distintas de homínidos.

Los descubrimientos de los últimos años han revelado que, en aquel tiempo, Australopithecus, Paranthropus robustus y los primeros representantes del género Homo —nuestros propios antepasados directos— habitaron prácticamente las mismas zonas, a escasos metros unas de otras. Los fósiles hallados en yacimientos como Kromdraai, Drimolen y Swartkrans muestran que estas especies, aunque muy diferentes en aspecto y comportamiento, compartieron un mismo valle fértil durante miles de años.

La imagen que dibujan los investigadores es fascinante: grupos de Paranthropus, de complexión baja y robusta, con mandíbulas imponentes, desplazándose entre rocas y árboles; individuos de Australopithecus todavía hábiles para trepar, combinando la vida terrestre con incursiones arbóreas; y, entre ellos, los primeros humanos erguidos, algo más altos y con proporciones corporales más parecidas a las nuestras. En ese mosaico ecológico, las diferencias físicas y de dieta les habrían permitido explotar recursos distintos, evitando una competencia directa que, en teoría, habría sido inevitable.

Un paisaje de oportunidades

El valle en el que convivieron ofrecía un entorno privilegiado. Un río constante, rodeado de vegetación frondosa, garantizaba agua y alimento durante todo el año. En sus orillas crecían árboles frutales, y en los pastizales abundaban animales que podían cazar o aprovechar como carroña. Las cuevas servían de refugio frente a depredadores y proporcionaban un microclima estable para la vida diaria.

El yacimiento de Kromdraai, en Sudáfrica, ha ofrecido durante décadas valiosos fósiles, entre ellos restos de tres especies distintas de homínidos
El yacimiento de Kromdraai, en Sudáfrica, ha ofrecido durante décadas valiosos fósiles, entre ellos restos de tres especies distintas de homínidos. Foto: Kromdraai Research Project

Los estudios geológicos indican que el relieve estaba formado por roca caliza y dolomita, que a lo largo de milenios se fue erosionando para formar un entramado de cavernas y dolinas. Este mismo proceso ayudó a preservar los restos de homínidos, ya que el agua rica en minerales impregnaba los huesos y los mineralizaba con rapidez. Así, los fósiles que hoy se extraen conservan un detalle anatómico excepcional, desde cráneos completos hasta diminutos dientes infantiles.

Las excavaciones de las dos últimas décadas han transformado por completo la visión que teníamos del sur de África en esta etapa de la evolución humana. Durante mucho tiempo, se pensó que las transiciones más importantes —como el salto de Australopithecus al género Homo— habían ocurrido casi exclusivamente en África oriental. Pero la cantidad y variedad de fósiles hallados en el sur sugiere que allí también hubo escenarios clave en nuestra historia evolutiva.

La evidencia de una convivencia

En Kromdraai, por ejemplo, se han encontrado restos de Paranthropus y de primeros Homo en estratos prácticamente contiguos. En Drimolen, una mandíbula infantil de Paranthropus robustus apareció a escasos centímetros de fragmentos craneales de Homo erectus, ambos fechados en torno a los dos millones de años. La proximidad física de estos restos sugiere que no solo compartieron el mismo territorio, sino que pudieron llegar a cruzarse cara a cara.

El caso de Australopithecus añade un matiz interesante. Restos de A. sediba —descubiertos en Malapa, a pocos kilómetros— muestran una combinación de rasgos primitivos y modernos, con brazos aptos para trepar y caderas más adaptadas a la marcha erguida. Esto indica que, al menos en esta región, todavía coexistían formas muy antiguas con especies ya claramente humanas.

Sin embargo, la datación de estos hallazgos sigue siendo un reto. Las capas de las cuevas pueden haberse alterado por derrumbes o actividad de animales, y las diferencias de apenas decenas de miles de años pueden complicar la interpretación de si realmente vivieron a la vez. Aun así, la repetición del mismo patrón en varios yacimientos cercanos refuerza la hipótesis de una convivencia prolongada.

El paleoantropólogo José Braga (al centro en la primera imagen), junto a Shadrack Mofele (izquierda) y Clopus Seshoene, trabaja en una excavación en Kromdraai, Sudáfrica
El paleoantropólogo José Braga (al centro en la primera imagen), junto a Shadrack Mofele (izquierda) y Clopus Seshoene, trabaja en una excavación en Kromdraai, Sudáfrica. Foto: Kromdraai Research Project

Diferencias que aseguraron la supervivencia

¿Cómo era posible que tres especies tan parecidas ocuparan un mismo entorno sin aniquilarse mutuamente por competencia? La respuesta parece estar en la adaptación a nichos ecológicos distintos.

Paranthropus robustus, por ejemplo, poseía un cráneo con una cresta sagital prominente, donde se insertaban músculos maseteros enormes. Esto le permitía triturar alimentos muy duros, como raíces y semillas, que quizá eran despreciados por otras especies. Homo erectus, en cambio, mostraba dientes más pequeños y una cara más plana, adaptada a una dieta variada que incluía carne. Las herramientas de piedra y hueso halladas junto a restos humanos tempranos sugieren que podían procesar alimentos de forma más eficiente.

Australopithecus mantenía una dieta más generalista, basada en frutos, hojas y pequeños animales, pero con menos evidencia de uso de herramientas complejas. Esta división en los hábitos alimenticios habría reducido la competencia directa y permitido que las tres especies prosperaran simultáneamente durante miles de años.

Una cuestión de estrategia vital

Más allá de la dieta, otro factor clave pudo ser la diferencia en las estrategias de crianza. Los estudios de dientes fósiles indican que estas especies destetaban a sus crías antes que los chimpancés actuales, lo que les permitía tener más hijos en menos tiempo. Sin embargo, parece que en los primeros Homo la mortalidad infantil era menor, lo que sugiere una red social de cuidado más eficaz.

Esta capacidad para proteger y alimentar a las crías durante más tiempo podría haber dado a nuestra línea evolutiva una ventaja decisiva. Al sobrevivir más niños, los grupos humanos podían mantener y transmitir conocimientos, fortaleciendo la cooperación interna y aumentando sus posibilidades de adaptación a entornos cambiantes.

En el yacimiento se halló la mandíbula de un infante de Paranthropus robustus
En el yacimiento se halló la mandíbula de un infante de Paranthropus robustus. Foto: Kromdraai Research Project

El desenlace de una convivencia única

Con el tiempo, Paranthropus y Australopithecus desaparecieron. El registro fósil indica que, hace alrededor de 1,5 millones de años, el valle quedó habitado únicamente por especies del género Homo. Las causas exactas de la desaparición de las otras dos especies siguen siendo motivo de debate: cambios climáticos, reducción de recursos o una menor capacidad para competir con humanos más versátiles podrían estar entre las razones.

Sea como fuere, la coexistencia de estas tres especies en un mismo espacio sigue siendo uno de los episodios más asombrosos de la prehistoria. Los fósiles sudafricanos no solo revelan la diversidad de formas humanas que existieron, sino también que la historia de nuestra evolución no fue una línea recta, sino una tupida red de caminos que se cruzaron, coexistieron y, a veces, desaparecieron para siempre.

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de Muy Interesante



Dejanos un comentario: