Una disputa nuclear mantiene en vilo al Reino Unido. Archivos oficiales revelan que la progresiva rotura de una red más de mil quinientas cañerías contaminó el agua circundante a la base marina de Coulport (foto), un dique flotante que, además de albergar a la poderosa flota de submarinos atómicos Vanguard, almacena las ojivas nucleares del programa de misiles Trident.
Según puntualizó la Agencia Escocesa de Protección Ambiental (SEPA, por sus iniciales en inglés), Loch Long, un lago de 32 kilómetros de longitud ubicado cerca de Glasgow, la principal ciudad de Escocia, fue especialmente damnificado, lo mismo que el estuario de Clyde, un centro de pesca y de esparcimiento de amplia importancia para ese país.
Si bien la contaminación ocurrió en agosto de 2019, se registraron antecedentes de filtraciones de desechos radiactivos a partir de 2008, en momentos en que se producían las primeras denuncias por contaminación nuclear y fugas de refrigerante submarino.
A ello se suman las acusaciones que aseguran que desde 2023 se habrían producido al menos 12 incidentes de filtrado de material radiactivo en la cercana base de submarinos nucleares de Faslane e, incluso, una potencial contaminación ocurrida en el primer cuatrimestre de 2025 a la que se le otorgó la peor calificación de riesgo por parte de la Armada.
Con la difusión de los informes preliminares sobre la contaminación en Loch Long, resultó claro que la Marina Real había sido la principal responsable de la falta de mantenimiento de la estructura de drenaje de Coulport, y que las deficiencias en su preservación habrían generado residuos nucleares que, de haber sido convenientemente identificados, podrían haber sido eliminados sin mayor dificultad.
Temiendo la repercusión pública por el daño ambiental, las investigaciones por las filtraciones de 2019 fueron complejas y tortuosas ya que en todo momento, Londres intentó mantener los informes en secreto alegando motivos de “seguridad nacional”: la SEPA sufrió un ciberataque catastrófico y, en medio de la pandemia, las solicitudes presentadas por ciudadanos y entidades ambientalistas resultaron abandonadas.
Las presiones del Ministerio de Defensa británico fueron crecientes para evitar que el controversial asunto tomara estado público. Finalmente, el Comisionado de Información de Escocia ordenó que se diera a conocer casi todo el material bajo el criterio de que su publicación no amenazaría la seguridad nacional, aunque sí pondría en peligro la reputación del Ministerio.
Uno de los principales dirigentes que se enfrentaron al gobierno es el parlamentario Keith James Brown, líder del Partido Nacionalista Escocés, quien afirmó que “Las armas nucleares son un peligro siempre presente y esta nueva información es profundamente preocupante (ya que son) una amenaza directa para nuestro medio ambiente, nuestras comunidades y nuestra seguridad”.
Por su parte, quien hasta principios de septiembre se desempeñó como ministra de Defensa, Maria Eagle, admitió que se habían producido decenas de eventos en Faslane, así como también en Coulport, el principal sitio de almacenamiento de ojivas nucleares.
Pese a las múltiples solicitudes, la ex funcionaria se negó a revelar los detalles de los incidentes “ya que su divulgación probablemente perjudicaría, la capacidad, eficacia o seguridad de cualquier fuerza relevante”. Para llevar tranquilidad, afirmó que “ninguno de los eventos causó daño a la salud de la población o impacto radiológico al medio ambiente”. De igual modo, desde el Ministerio se afirmó que “el gobierno respalda nuestra disuasión nuclear como la máxima garantía de nuestra seguridad nacional”.
Dado que Coulport es una base militar, está exenta de las normas de contaminación que rigen para los sitios civiles. En cambio, la Armada ha firmado un acuerdo voluntario en el que se compromete a actuar como si estuviera sujeta a dichas normas.
Sin embargo, lo cierto es que el mantenimiento de las ojivas nucleares genera grandes cantidades de residuos secos, conocidos como desecantes, que pueden estar contaminados con tritio radiactivo. El tritio es un componente esencial de las armas nucleares, utilizado para aumentar la potencia de sus explosiones, y cuyo contacto puede resultar peligroso si se inhala, se ingiere a través de alimentos o agua, o se absorbe a través de la piel.
Desde Escocia el clamor para que el gobierno del Reino Unido investigue lo ocurrido es cada vez más fuerte, bajo la convicción sustentada por los activistas ambientalistas de que las armas nucleares son una “obscenidad moral” cuyos incidentes provocados por una incorrecta manipulación o directamente por desidia resaltan el riesgo directo que corren las comunidades locales que las albergan.
La Campaña para el Desarme Nuclear está tomando lo ocurrido recientemente en Escocia para poner de relieve las serias implicaciones de un Ministerio de Defensa despreocupado frente a la amenaza real que implica el desarrollo de armamento atómico, cuya producción en masa es sustentada bajo el mito de que se trata de un instrumento para la protección de la población civil.
Pese al impulso que el movimiento ciudadano está tomando en Reino Unido frente a la amenaza nuclear, el gobierno de Keir Starmer mantiene en su agenda otras preocupaciones, ligadas al predominio británico de los mares y a la política de disuasión que pretende desarrollar en las próximas décadas.
En un país bajo un creciente ajuste en sus sistemas educativo y de salud pública, un gobierno que todavía se define como progresista invierte en la actualidad 270 mil millones de dólares en la renovación del sistema Trident en los que están incluidos 40 mil millones de dólares en la construcción del nuevo submarino nuclear clase Dreadnought, ideado como reemplazo de los actuales submarinos Vanguard, y cuya primera flota recién estará activa a partir de 2028.
Motivado en el supuesto peligro generado por el expansionismo ruso, se trata de un formidable negocio para BAE Systems, la principal industria de la defensa británica, indisolublemente ligada al gobierno como su principal contratista.
Amparado por el poderío militar inglés, la amenaza nuclear surca los océanos y pretende señalar en su derrotero los límites en contra de Moscú y en contra de cualquier nación que se atreva a desafiarlo. Pero si en medio de la deficiente operatividad, del desinterés y de la desidia el gobierno británico puede exponer a su propia ciudadanía al letal impacto de la radiación nuclear, ¿qué cabría esperar, entonces, para el resto del planeta?
Cortesía de Página 12
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