Por Isabel Zapata
Ya se ha repetido hasta el cansancio que la maternidad es múltiple y diversa. Así como el feminismo es los feminismos, la maternidad es, en realidad, las maternidades, con su caleidoscopio de claroscuros que ninguna teoría puede abarcar completo. ¿Dónde empieza el deseo de ser madre? ¿De qué manera se construyen, en lo íntimo y en lo social, las ideas, prejuicios y mandatos asociados a la crianza? ¿Qué papel juega lo político en este proceso?
La adopción es, en ese cosmos tan vasto, uno de los temas que exige una conversación más urgente. Así como las mujeres que tienen un embarazo no deseado deberían poder decidir sobre su propio cuerpo con libertad, aquellas que no pueden convertirse en madres biológicas ¿no tendrían que contar con otras alternativas? Y más importante, ¿no deberían las niñas y niños que viven sin el cuidado de una familia ser susceptibles de ser adoptadxs sin esperar años?
Este ideal está, lamentablemente, muy lejos de la realidad. En México, transitar el camino de la adopción legal no es fácil para ninguna de las partes. Según el estudio “Crecer en la espera”, realizado en 2018 por El Centro Horizontal y Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), se calcula que más de 30 mil menores viven en centros de asistencia social por falta de cuidados parentales. Pero las estadísticas son insuficientes, pues los DIF estatales no emiten información de manera oportuna.
Esta opacidad contribuye a entorpecer los procesos de adopción legal, generando que una gran cantidad de niñxs que llegan a un albergue permanezcan en él durante demasiado tiempo. Si tienen más de 5 años, viven con alguna discapacidad o forman parte de un grupo de hermanxs que quieren permanecer juntxs, las posibilidades de ser adoptadxs se reducen aún más.
Tabúes sociales sobre la adopción
Además de los retos legales están los tabúes sociales —menos explícitos, pero igualmente nocivos— que rodean al tema. Para empezar, está la idea de la infertilidad como fracaso. No cumplir con el mandato biológico-cultural de la procreación como cumbre del destino femenino rompe con el sentido de familia tradicional, lo cual deriva en sentimientos de culpa y vergüenza que empañan cualquier decisión que una mujer, con o sin pareja, tome respecto a su vida reproductiva.
Incluso una vez librada esta primera batalla, la maternidad por adopción es muchas veces vista como una experiencia de menor rango, como si la plenitud solo pudiera alcanzarse a través de la transmisión de material genético. Esta idea está vinculada, por supuesto, a la noción más amplia del sacrificio maternal, que para ninguna de nosotras pasa desapercibida: el valor de una mujer está en su capacidad de soportar el sufrimiento.
Dicha sobrevaloración de la maternidad biológica, aunada a otros prejuicios y a un sinfín de trabas legales, abona a que muchas mujeres desistan de adoptar. Esto sin mencionar el debate alrededor de la adopción homoparental o monoparental, que a menudo deja en segundo plano el derecho de lxs menores susceptibles de ser adoptadxs por personas amorosas y responsables sin importar el tipo de núcleo familiar que dichas personas formen.
“Ser madre es un ejercicio constante”
Por sí misma, la capacidad biológica de partir no nos convierte en madres, así como ser hija o hijo adoptivo no tendría por qué traer una carga negativa. Más allá del vínculo genético que exista entre dos personas, ser madre es un ejercicio constante, la crianza un compromiso que se refrenda diariamente y que representa enormes retos y miedos que nos apabullan sin importar si nuestro vínculo está o no atravesado por la sangre.
“Para un niño, una mamá es la persona que regaña cuando camina descalzo por la casa, la que prueba la sopa primero, la que se quema la lengua y espera a que se enfríe un poco”, escribió Lorena Salazar Masso en la espléndida novela Una herida llena de peces. “Una mamá es la persona que está”.
Con los matices que diferencian a cada historia, la adopción es, como la maternidad biológica, una experiencia lejana a la versión edulcorada que se nos ha presentado de ella. En una sociedad que ha puesto el peso de tantas exigencias sobre las mujeres que cuidan, la crianza es retadora en cualquiera de sus variantes.
“¿Y si no conseguimos cuidar a este bebé?”, se pregunta Joan Didion en Noches azules, un relato autobiográfico sobre su hija adoptiva. “¿Y si este bebé no se desarrolla bien, y si no me quiere nunca? Y lo que es peor todavía (…): ¿Y si yo nunca consigo querer a ese bebé?”. Más allá del tipo de maternidad que ejerzamos, ¿no hemos todas atravesado la tempestad de esta duda?
Cortesía de Chilango
Dejanos un comentario: