Cerrado el pontificado de Jorge Bergoglio para la Iglesia Católica, pero también para la sociedad internacional, se abrió el camino sucesorio que tendrá un primer capítulo con la elección que el cónclave de cardenales hará del nuevo pontífice. La selección de la figura que reemplace a Francisco abre también un escenario de discernimiento que no está exento de tensiones, disputas y luchas por el poder. Todas y cada una de ellas escenificadas en el ámbito institucional de la Iglesia, pero influidas por la sociedad y el contexto internacional.
Si bien es un factor que los cardenales electores seguramente preferirán mantener en reserva para el gran público, entre los criterios principales aparecerá la consideración acerca del papel que la institución católica pretende para su futuro en un escenario mundial atravesado por graves conflictos, en el que las reglas de juego son difusas o inexistentes y la agenda del debate se acrecienta día a día, sin que aparezcan soluciones, pero tampoco instancias donde dialogar y debatir. Francisco jugó un papel importante -mucho mayor que sus antecesores inmediatos- como líder humanitario más allá de las fronteras del catolicismo y de las religiones. Si los cardenales quieren prolongar este modo de presencia católica obligatoriamente tendrán que incluir como criterio de selección a una figura que tenga voluntad, personalidad y carisma para jugar ese papel, así sea de manera diferente a lo hecho por Bergoglio y con estilo y personalidad propia.
Al margen de esto vale preguntarse ¿qué se pone en juego y consideración para elegir un papa en la actualidad? Descartando, desde ya, que no existe un candidato ideal que reúna las condiciones pretendidas por todos los electores.
Los cardenales consideran muchos factores.
Es crucial la trayectoria de la persona. Su experiencia en la Iglesia como “pastor”, es decir, como animador de la vida cristiana y la promoción de la tarea de la iglesia. Esto se mide a través de sus pronunciamientos, también por su gestualidad, pero sobre todo por el modo de actuación en la “iglesia particular”, los lugares en los que le ha tocado actuar. Dada la diversidad y la extensión del mundo católico es una condición difícil de evaluar si no hay testimonios directos y cercanos de personas que conozcan al candidato.
Otra cuestión tiene que ver con el itinerario formativo, intelectual y académico. Este es un capítulo más fácil de analizar en base a estudios, títulos y logros diversos. Para parte de los cardenales este suele ser un punto central: la formación teológica, filosófica y, en general, doctrinal. Para otros el asunto no es tan central como el antes mencionado, que tiene mucho más que ver con la condición de “pastor” y de cercanía con la feligresía.
En ambos casos, los antecedentes hablarán también acerca de cómo concibe el eventual candidato la misión de la Iglesia en el escenario del mundo actual. Pero ese punto está íntimamente ligado a la “eclesiología”, la forma de definir la iglesia, su vida y sus acciones.
En torno a todo esto se organizan diferencias, alineamientos teológicos, pero también políticos, disputas entre quienes pueden denominarse “ortodoxos”, “reformadores”, “conservadores” o “progresistas” según quien califique. No serán fáciles las coincidencias en este punto porque es allí donde se discute cuál es el “proyecto” de la Iglesia Católica para los próximos años y, a partir de eso, definir quién debe conducirlo.
En este punto entrará a tallar otro factor: continuidad o no del proceso iniciado por Bergoglio. Es un “parte aguas” entre los que están a favor y los que se oponen. También la consideración acerca de quién reúne condiciones para llevar adelante a la Iglesia por uno y otro camino. La habilidad para mantener el equilibrio, “la unidad en la diversidad”, en una comunidad tan extendida y diversificada a través del mundo es una virtud nada desdeñable a la hora de elegir un papa.
Directamente asociado a ello los cardenales mirarán además la capacidad de gestión del candidato y su habilidad para gobernar. Difícil será que elijan a alguien que no ha tenido una buena trayectoria al frente de una diócesis o de una conferencia episcopal. Una mancha en la conducta personal dejará sin chance a un posible candidato.
Algunos valoran positivamente haber ocupado cargos en la curia vaticana. Otros piensan exactamente lo contrario. Pero todos los “papables” han sido, por lo menos, asiduos visitantes de los despachos vaticanos y eso, de por sí, aporta datos a su perfil: qué piensan, qué discuten, qué critican, qué defienden, por qué abogan.
Con todos estos elementos y sus valoraciones cada elector va construyendo la reputación de los candidatos y definiendo cómo votar. Posición que puede modificarse de una ronda a otra de las votaciones sucesivas, atendiendo a otros factores.
Después entran en juego otras características. En la actualidad la buena comunicación suele ser un factor imprescindible para la gestión, pero también para la proyección institucional, cultural, política y diplomática que tiene la máxima autoridad del catolicismo mundial. Asimismo, inciden las inclinaciones a partir de la pertenencia a continentes, regiones o países.
Importa también la salud, física y mental, y la edad del candidato. La tarea de un papa exige mucha fortaleza de todo tipo para quien tenga que desempeñarla. La edad avanzada puede dar cuenta de experiencia y apuntar a un pontificado más breve en cantidad de años, pensando quizás en un papa “de transición”. Un cardenal más joven puede aportar más dinamismo -aunque no necesariamente novedad o renovación- pero probablemente ocupará el trono de Pedro durante mayor cantidad de años.
La conjugación de todos estos factores y de otras muchas consideraciones aquí no atendidas es lo que, en el futuro próximo, permitirá que la “fumata blanca” anticipe el inmediato anuncio de “habemus papa”.
Cortesía de Página 12
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