En la antigua civilización egipcia, el matrimonio constituía una estructura social fundamental, destinada a garantizar la continuidad del linaje, la organización del patrimonio y el mantenimiento del culto funerario que aseguraba la vida eterna. Así, las mujeres casadas, aunque subordinadas a sus maridos, poseían derechos legales y patrimoniales específicos. Esto es lo que revelan las fuentes.
El matrimonio como contrato y estatus
Desde el Reino Nuevo (1548–1086 a. C.) en adelante, el matrimonio egipcio puede definirse como un contrato, aunque con gran variabilidad dependiendo del estatus social, el contexto local y el momento histórico específica. Al contraer matrimonio, una mujer adquiría un nuevo estatus legal cuyas particularidades podían quedar reflejadas en documentos escritos como los contratos matrimoniales y los testamentos.
La expresión más habitual para referirse a esta unión era rdj X Y m Hmt, que se traduce como “dar a X como esposa a Y”, indicando que era el padre de la mujer quien iniciaba el proceso. Sin embargo, también existían fórmulas como jrj m Hmt (“hacer de alguien una esposa”), donde el marido aparecía como agente activo. Esta diferencia terminológica refleja un cambio gradual de protagonismo dentro del acto matrimonial, que se hace especialmente visible a partir de la Dinastía XXVI. A partir de ese período, los contratos documentan frases como “te he tomado como esposa”, frase que expresa la acción directa del esposo sobre la esposa.
Derechos económicos de la esposa
La dimensión económica constituía uno de los elementos más destacados del matrimonio en Egipto. Al casarse, marido, esposa e hijos compartían la propiedad conjunta del hogar, dividida en tres partes iguales. Además de este patrimonio común, cada cónyuge podía poseer bienes privados. La mujer, por tanto, no perdía sus derechos de propiedad al casarse. Además, tenía la capacidad legal para transmitir bienes a sus hijos o disponer de ellos mediante documentos como los jmt-pr.
En caso de divorcio —una práctica común y socialmente aceptada—, la esposa tenía derecho a conservar un tercio de la propiedad conyugal, conocido en algunos textos como sfr. Este derecho garantizaba cierta protección económica tras la disolución del matrimonio, aunque las mujeres solían quedar en situación de desventaja social y dependientes de sus parientes varones, ya fueran padres, hermanos o incluso antiguos suegros, para su manutención.

Obligaciones sociales y fidelidad
Desde el momento en que una mujer contraía matrimonio, se esperaba de ella —al igual que de su esposo— lealtad sexual y convivencia exclusiva. La literatura sapiencial egipcia aconsejaba al marido “respetar, amar y mantener a su esposa”, aunque también “mantenerla bajo control”, lo que refleja tanto del respeto como de una relación jerárquica desigual. Si bien las fuentes literarias a veces castigan con la muerte las relaciones extramatrimoniales, en la práctica cotidiana, los castigos eran mucho más suaves y se resolvían en los tribunales locales.
Los deberes de la mujer casada incluían también la maternidad, central en la cosmovisión egipcia. Tener hijos era una responsabilidad motivada tanto por lo económico como por lo religioso: como en el caso de la Mesopotamia antigua, se esperaba que los descendientes mantuvieran el culto funerario de sus padres. Así, la esposa se considerada la garante de la continuidad vital y ritual del linaje del esposo.

Libertad para contraer matrimonio
La elección del cónyuge era un proceso complejo. Aunque en los documentos prevalece la figura del padre como gestor del matrimonio, existen ejemplos literarios donde la mujer muestra iniciativa propia para casarse con el hombre de su elección. Sin embargo, no hay constancia directa de que las mujeres participasen de manera formal en la contratación matrimonial antes del Período Tardío (664–332 a. C.).
Aun así, no todas las uniones se establecían por conveniencia. En algunos casos, el afecto y la atracción personal también influían en el proceso del matrimonio, como, según los investigadores, lo demuestran ciertos epítetos, tal que “su amada esposa”, presentes en las inscripciones funerarias. En la élite y la familia real, el matrimonio podía servir también como un instrumento político para consolidar alianzas entre regiones o estados extranjeros.
Posibilidad de divorcio y nueva vida
El divorcio era un práctica legal y relativamente frecuente. El hombre solía ser quien instigaba la separación. La mujer también podía abandonar el hogar, aunque estas instancias eran menos comunes. Algunos textos, como los ostraca de Deir el-Medina, revelan que el divorcio se formalizaba en tribunales locales, sobre todo si había propiedades o hijos implicados.
Tras el divorcio, la mujer perdía el estatus de esposa, pero conservaba el de madre, aunque, por lo general, los hijos quedaban bajo la custodia del padre. No obstante, muchas mujeres se volvían a casar. Con todo, los contratos del Período Tardío reflejan que algunos exmaridos debían jurar que no interferirían en la vida de su antigua esposa, señal de que no todas las separaciones resultaban pacíficas.

Mujeres casadas y propiedad
Además de la parte de propiedad conyugal que les correspondía, algunas esposas recibían donaciones específicas del marido, incluyendo derechos de usufructo sobre los bienes. Los contratos matrimoniales de la época demótica son especialmente precisos en estos detalles. El documento sXw n Hmt, por ejemplo, garantizaba legalmente el acceso de la esposa a la propiedad matrimonial en caso de divorcio o muerte del cónyuge.
También se desarrollaron medidas preventivas para proteger a las esposas de los malos tratos y el abandono. Un ejemplo de esto lo proporcionan los juramentos recogidos en ostraca, donde el esposo debía comprometerse a no dañar a su mujer, con cláusulas de penalización por incumplimiento.

Participación de la comunidad
El matrimonio en el antiguo Egipto gozaba de relevancia pública. La comunidad, los vecinos y los amigos participaban y supervisaban los aspectos formales y sociales de la unión. En las clases altas, los preparativos requerían la participación de funcionarios y personal especializado. En el plano simbólico-religioso, los egipcios podían incluso pedir ayuda a diosas como Hathor para conseguir esposa.
Además, el hogar conyugal podía fundarse de forma independiente o dentro de la casa paterna, dependiendo de los recursos disponibles. Así, el matrimonio reconfiguraba las redes sociales y económicas en torno a la pareja.
Con derechos, pero supeditadas jerárquicamente
A la luz de las fuentes documentales, puede afirmarse que las mujeres casadas en el antiguo Egipto disfrutaban de una posición legalmente protegida, sobre todo en lo relativo a la propiedad y la descendencia. Si bien sus derechos estaban determinados por las desigualdades derivadas de una estructura social patriarcal, el matrimonio egipcio reconocía a la esposa como un sujeto jurídico y no como un mero apéndice del esposo.
La práctica del matrimonio, además, evolucionó a lo largo de los milenios de historia faraónica y se adaptó a los cambios culturales, económicos y religiosos. En ese complejo marco, las mujeres casadas fueron pilares de la vida familiar, guardianas del linaje y participantes activas de la vida legal y económica, incluso en una sociedad domminada por las figuras masculinas.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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