Cuando el silencio se convierte en un grito: la historia de Tomek Mackiewicz como símbolo de una sociedad hiperestimulada

El psicólogo y neurocientífico Andrea Bariselli reflexiona, en su primer libro Naturaleza y neurociencia (Pinolia, 2025), sobre los efectos que el exceso de estímulos, el ruido constante y el ritmo acelerado de vida tienen sobre nuestra mente. Inspirado en su pódcast A Wild Mind, que ha triunfado en Italia, Bariselli mezcla ciencia, experiencia personal y divulgación para explorar una pregunta central: ¿cómo reconectar con lo que somos cuando todo a nuestro alrededor nos desconecta? Con estudios, hipótesis y relatos íntimos, analiza cómo la sobrecarga de información, la multitarea y la cultura de la productividad afectan a la corteza prefrontal medial, clave en la regulación emocional y la motivación. ¿Estamos ante una crisis de silencio?

Uno de los capítulos más poderosos del libro está dedicado a una crisis silenciosa —literalmente—: la desaparición del silencio. A través de recuerdos en la montaña, datos sobre consumo digital y la estremecedora historia del alpinista Tomek Mackiewicz, Bariselli plantea que el silencio no es solo ausencia de sonido, sino una forma de salud, de identidad y de sentido. Lo que está en juego no es un lujo, sino un elemento vital para el bienestar mental y la conexión profunda con uno mismo.

El silencio como origen y amenaza

En la experiencia de la autora, el silencio no es vacío, sino una fuerza contenida. Es el espacio donde se gestan las ideas, donde el pensamiento se escucha a sí mismo. Los silencios profundos, vividos en la montaña, no tranquilizan: sacuden. Son tan intensos que enfrentan al individuo consigo mismo, sin atajos ni distracciones. Ahí no hay consuelo fácil, solo un eco puro que devuelve la pregunta de quiénes somos.

Ese tipo de silencio no es el que se puede encontrar cerrando una puerta. Es un silencio cósmico, telúrico, que confronta más que calma. Sin embargo, esa clase de silencio, paradójicamente, podría estar en peligro de extinción. El planeta entero vibra al compás de nuestra actividad y lo que antes era fondo ahora es interferencia. Si el silencio desaparece, no solo perdemos descanso, es algo peor. Perdemos acceso a lo profundo.

Los silencios profundos, vividos en la montaña, no tranquilizan: sacuden. Fuente: ChatGPT / E. F.

Una dieta acústica desbordada

Vivimos atrapados en una sobreexposición sonora sin descanso. Música que nos acompaña al caminar, voces que nos dictan pensamientos a través de podcasts, pantallas que siguen iluminadas mientras dormimos. Como revela la autora, el tiempo medio que pasamos expuestos a contenidos auditivos crece año tras año. En su caso, más de 30.000 minutos de música escuchados en 2023. No es una excepción, es síntoma.

Y lo preocupante no es tanto el volumen, sino la ausencia de pausas. Sin espacios de silencio, todo se convierte en ruido. El cerebro, ante tal bombardeo, no tiene respiro. El estrés se acumula. La mente no solo se fatiga, también se embota. Como en la música, donde las pausas son esenciales para que una melodía tenga sentido, nuestras vidas también necesitan silencios para que lo vivido se ordene.

La paradoja es cruel: cuanto más necesitamos silencio, más lo evitamos. Lo sustituimos por un murmullo constante que parece compañía, pero que en realidad nos aísla de nosotros mismos.

Fuente: ChatGPT / E. F.

La ciencia detrás del silencio

La neurociencia ha dejado claro que el silencio no es neutral. No es solo la ausencia de ruido, sino un estímulo activo que beneficia al cerebro. Durante los periodos de silencio, se generan nuevas neuronas, se reorganizan circuitos cerebrales y se reduce la actividad de alerta continua. Es una oportunidad biológica para la restauración.

Sin embargo, nuestra vida diaria va en sentido contrario. La hiperestimulación auditiva genera fatiga cognitiva, interfiere en los procesos de memoria, aumenta el riesgo de ansiedad e impide el pensamiento complejo. El silencio, lejos de ser un lujo, es una herramienta de salud mental. Necesitamos devolverle su espacio en nuestra dieta emocional. Escuchar menos para comprender más.

Recuperar la calma

Ante esta crisis sonora, emergen nuevas formas de búsqueda del silencio. Entre ellas destaca la caminata silenciosa, una práctica que invita a recorrer la naturaleza sin hablar, prestando atención a cada paso, a la respiración, al entorno. Es una forma de meditación en movimiento que permite reconectar con uno mismo sin filtros digitales.

Esta tendencia se refleja también en el turismo: cada vez más personas buscan experiencias alejadas del bullicio, donde el silencio no sea percibido como ausencia, sino como plenitud. La autora lo plantea con claridad. En este sentido, el silencio no es un vacío incómodo, sino una presencia que transforma. Y aunque parezca intangible, sus efectos son profundamente concretos.

No se trata de huir del mundo, sino de aprender a escucharlo sin distorsiones. El silencio no es una renuncia, sino una forma de atención radical.

La obsesión por la cima

Tomek Mackiewicz no buscaba solo escalar. Su obsesión con el Nanga Parbat era más profunda que la cumbre misma. Año tras año, volvía a intentarlo. No solo por el reto físico, sino por lo que la montaña representaba: una puerta hacia lo esencial, hacia el silencio absoluto. En ese espacio blanco, donde la vida pende de un hilo, él encontraba una forma de libertad imposible de reproducir en el llano.

Desde 2008 hasta su último ascenso en 2018, su vida giró en torno a esa montaña. Cada expedición lo acercaba más, no solo al objetivo geográfico, sino a una experiencia interior que lo transformaba. Escalar, para él, era despojarse. Y el silencio de la altitud era una promesa que valía todos los riesgos.

No era la gloria lo que lo impulsaba, sino algo más íntimo. La búsqueda de esa emoción inaprensible, fugaz, que no cabe en palabras y que, sin embargo, justifica una vida entera.

Tomek Mackiewicz mumrió a 4000 metros de altitud. Fuente: ChatGPT / E. F.

La tragedia y el sentido

La cima fue alcanzada. Pero el precio fue alto. Durante el descenso, Tomek comenzó a deteriorarse rápidamente: fatiga, ceguera por la nieve, congelación. Su compañera, Élisabeth Revol, intentó ayudarlo, pero se vio obligada a dejarlo para buscar ayuda. Esa decisión dolorosa, inevitable, salvó una vida y selló otra.

El operativo de rescate fue épico. Dos alpinistas expertos, helicópteros, un ascenso nocturno contra el tiempo. Lograron salvar a Revol, pero no pudieron alcanzar a Tomek. Quedó allí, a más de 7400 metros, en una tienda, solo. Quizá inconsciente, quizá en paz. En la cima, en el silencio. En aquello que tanto había buscado.

Su muerte no fue un fracaso. Fue el punto final de una búsqueda coherente hasta el último paso. Y su historia, lejos de ser una advertencia, es una invitación a preguntarnos qué buscamos nosotros cuando callamos.

El silencio como destino

En vísperas de su última expedición, Tomek escribió una reflexión que resume su vida entera. Decía que la libertad no es un pensamiento, sino algo más allá de la mente. Algo que se siente por un instante y se va. Algo que no se puede retener, ni siquiera describir bien en el idioma propio.

Quizá el silencio sea eso mismo: una forma de libertad que no se puede explicar, solo intuir. Por eso su pérdida duele tanto. Porque con él se va la posibilidad de tocarnos el alma, aunque sea unos segundos. Elena Meli lo entiende y lo transmite con delicadeza: proteger el silencio es también protegernos a nosotros. En un mundo donde todo suena, a veces lo más valiente es callar.

Naturaleza y neurociencia. Portada.

Cortesía de Muy Interesante



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