Hace apenas unas horas, un poderoso terremoto de magnitud 8,8 sacudió la costa de la península de Kamchatka, en Rusia, recordándonos de forma brutal que vivimos en un planeta impredecible. En cuestión de minutos, la calma de un día cualquiera frente al mar se transformó en alerta. Las autoridades de Alaska, Hawái, la costa oeste de Estados Unidos y parte de México activaron advertencias de tsunami, mientras cientos de personas miraban al océano con inquietud, conscientes de que la naturaleza podía desatar su fuerza en cualquier momento.
Aunque en esta ocasión los primeros reportes hablan de olas moderadas, el evento pone sobre la mesa una pregunta esencial: ¿sabemos realmente cómo actuar si un tsunami se acerca?
El enemigo silencioso que nace en el océano
Un tsunami no es una ola cualquiera. Es una serie de olas gigantescas generadas por la súbita liberación de energía bajo el mar: un terremoto, una erupción volcánica submarina o un deslizamiento de tierra pueden ser el detonante. A diferencia de las olas provocadas por el viento, que solo afectan la superficie, un tsunami mueve una masa de agua completa desde el fondo hasta la superficie.
En alta mar, estas olas pueden pasar desapercibidas: apenas un metro de altura y una velocidad que puede superar los 700 km/h, similar a un avión comercial. Pero al acercarse a la costa, el océano se transforma. La energía que antes estaba repartida en profundidad se concentra en altura, y la ola se eleva como un muro líquido que avanza con fuerza imparable.

No siempre se trata de una única ola. De hecho, los tsunamis suelen llegar en trenes de varias olas, separadas por minutos o incluso una hora, y no necesariamente la primera es la más peligrosa. Quienes regresan a la playa después de una ola inicial para “ver qué pasa” cometen uno de los errores más mortales.
La naturaleza sí avisa: señales que salvan vidas
Antes de que suenen las sirenas o el teléfono móvil emita una alerta, la propia naturaleza suele avisar de lo que está por venir. Si estás en la costa y sientes un terremoto intenso que se prolonga más de veinte segundos, es momento de sospechar que el océano podría reaccionar. A veces, la advertencia llega de manera visual: el mar se retira de forma repentina, dejando al descubierto rocas y arrecifes que normalmente permanecen ocultos bajo el agua.
En otras ocasiones, es el oído el que detecta el peligro, con un sonido grave que recuerda al rugido de un tren o de un avión distante, una señal inequívoca de que la ola se acerca. Cuando aparece cualquiera de estos indicios, no hay que esperar confirmaciones oficiales. Cada segundo cuenta.
¿Dónde buscar seguridad?
La recomendación más repetida por expertos y autoridades es clara: subir a terreno elevado o alejarse tierra adentro. Si no hay colinas cercanas, los edificios sólidos de varias plantas pueden ser un refugio temporal. Los techos de hormigón y las azoteas reforzadas son preferibles, siempre que la estructura parezca estable.
En zonas portuarias, abandonar barcos y dirigirse a tierra firme suele ser la mejor opción si el tsunami es local, es decir, si el sismo ocurrió cerca de la costa. Para tsunamis lejanos, originados a cientos o miles de kilómetros, las embarcaciones pueden dirigirse a aguas profundas siguiendo las indicaciones oficiales, pero nunca por iniciativa propia sin información fiable.
Nunca hay que acercarse al mar para observarlo ni intentar grabar el fenómeno desde la orilla. La curiosidad es letal cuando el océano decide entrar en tierra.

Lo que viene después: el peligro oculto
Superada la primera ola, el riesgo no termina. El agua puede permanecer en movimiento durante horas, generando corrientes traicioneras y arrastrando escombros. Las zonas inundadas pueden estar contaminadas con combustibles, aguas residuales o restos peligrosos.
Una vez que las autoridades emitan la señal de seguridad, el regreso debe ser cauteloso. Antes de entrar en cualquier vivienda, hay que comprobar si hay daños estructurales, fugas de gas o cortocircuitos. Los alimentos en contacto con agua de inundación se consideran contaminados. Incluso el agua corriente puede requerir análisis antes de beberla.
Una lección que la historia repite
El terremoto de Kamchatka ocurrido hace pocas horas es solo el último recordatorio de un fenómeno que ha marcado la historia de la humanidad. En 2004, el tsunami del océano Índico dejó más de 230.000 muertos en 14 países. En 2011, Japón vivió su desastre más reciente, con olas que superaron los 10 metros e impactaron Fukushima.
Cada tragedia subraya la importancia de la preparación comunitaria. Contar con rutas de evacuación claras, participar en simulacros y conocer las señales naturales es la diferencia entre la vida y la muerte.
El océano siempre tendrá la última palabra, pero nuestra capacidad de anticipación puede escribir el desenlace. En tiempos donde la información viaja más rápido que nunca, la responsabilidad individual sigue siendo clave: si la tierra tiembla y el mar se retira, corre hacia lo alto sin mirar atrás.
Cortesía de Muy Interesante
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