Cuando París se comió a sus elefantes: hambre, guerra y zoológicos en la mesa

En una fría mañana de diciembre de 1870, dos elefantes fueron sacrificados en París. Sus nombres eran Castor y Pollux, y vivían en el zoológico del Jardín des Plantes. No murieron por enfermedad ni accidente: fueron convertidos en carne durante uno de los inviernos más desesperados que vivió la ciudad. El asedio prusiano había dejado a la capital francesa sin comida, sin carbón, sin esperanza. Y la población, empujada por la necesidad, empezó a mirar con otros ojos a los animales que hasta entonces solo admiraban tras una verja.

Este episodio insólito se enmarca en uno de los momentos más críticos de la historia moderna de Francia. En plena guerra franco-prusiana, entre 1870 y 1871, las tropas prusianas sitiaron París durante más de cuatro meses. La ciudad quedó completamente aislada: sin suministros, sin refuerzos, sin posibilidad de huir. La escasez se convirtió en hambre y la vida cotidiana se volvió una lucha constante por la supervivencia. En ese contexto extremo, incluso lo impensable —comer animales del zoológico— se convirtió en una opción real.

No hubo manifestaciones públicas de duelo, pero sí numerosas crónicas que reflejan el impacto del hecho. La venta de su carne fue gestionada como si se tratara de un producto gourmet. Restaurantes reconocidos la incluyeron en sus menús, atrayendo tanto a los desesperados como a los curiosos. Sin embargo, el resultado no fue el esperado. La carne de elefante no solo era dura y grasa, sino que su sabor dejaba mucho que desear, como confirmó Labouchère en su testimonio.

Este episodio plantea preguntas incómodas sobre los límites éticos en situaciones extremas. ¿Hasta dónde puede llegar una sociedad empujada por la necesidad? ¿Qué se sacrifica primero: los principios o los símbolos? En este caso, París sacrificó ambos. Los elefantes se convirtieron en carne, pero también en un símbolo de la degradación de lo que hasta entonces parecía impensable.

El papel de la alta cocina en tiempos de crisis

Uno de los aspectos más sorprendentes de este episodio fue cómo la gastronomía parisina transformó la necesidad en una suerte de creatividad culinaria. Los grandes chefs y restaurantes no solo sirvieron carne exótica, sino que idearon platos con presentaciones elaboradas. La alta cocina no se detuvo ni siquiera ante la escasez más radical.

Se llegaron a servir platos como “pierna de lobo con salsa de ciervo” o “terrina de antílope con trufas”, una muestra de cómo el refinamiento gastronómico parisino trató de mantener su estatus incluso en los días más oscuros. No se trataba solo de alimentarse: era una cuestión de orgullo cultural, de seguir siendo París.

Este esfuerzo por mantener una cierta normalidad a través de la comida también muestra una paradoja: mientras la mayoría pasaba hambre, algunos sectores privilegiados podían acceder a menús lujosos, aunque hechos con animales de zoológico. La mesa se convirtió en otro frente de desigualdad, y también en un escenario de resistencia simbólica.

Jardín de plantas de París en la actualidad. Fuente: Wikipedia

El menú más exótico de la historia

El zoológico del Jardín des Plantes se transformó, sin quererlo, en una despensa para los restaurantes más adinerados de París. Los primeros animales sacrificados fueron antílopes, camellos, cebras y yaks. Se tomó la decisión de no matar monos, por su cercanía biológica con los humanos, y se evitó a tigres y leones por el riesgo que implicaban. El hipopótamo, curiosamente, se salvó por su precio: el zoológico lo valoró tan alto que nadie pudo permitirse comprarlo. La gastronomía se convirtió en resistencia, pero también en un reflejo de las desigualdades: mientras muchos no tenían nada, unos pocos comían carne de zoológico como curiosidad gourmet.

Ayer comí un trozo de Pollux para la cena. Pollux y su hermano Castor son dos elefantes, que han sido sacrificados. Estaba duro, grueso y grasoso, y no recomiendo a familias inglesas comer elefante, pudiendo conseguir carne de res o cordero

Henry Labouchère (escritor y político inglés)

Una ciudad que devoró sus propios símbolos

Lo que hace especialmente impactante esta historia es que no estamos hablando solo de supervivencia biológica, sino también de un proceso de degradación simbólica. Castor y Pollux eran más que elefantes: representaban el conocimiento, la exploración, el entretenimiento. París, al comérselos, se comió parte de su propia identidad cultural.

Este hecho nos lleva a pensar en cómo la cultura y la ética se adaptan o se quiebran bajo presión. La línea entre lo aceptable y lo intolerable se vuelve difusa cuando la vida cotidiana se rompe. El zoológico, lugar de ocio y educación, se transformó en un matadero.

El sacrificio de Castor y Pollux fue el punto culminante de un proceso en el que la ciudad tuvo que reinventar sus límites morales. Aunque hoy pueda parecernos inhumano, para quienes vivieron ese invierno, fue simplemente lo que había que hacer para seguir adelante.

Un ejemplar real de elefante asiático. Fuente: Wikipedia

De caballos campeones a carne de rata

La falta de alimentos empujó a los parisinos a consumir lo que antes habría sido impensable. Primero fueron los caballos, mulas y burros, animales de trabajo que abundaban en la ciudad. Se estima que había unos 65.000 caballos en París al inicio del asedio, y no tardaron en convertirse en fuente de carne. Incluso los caballos de carreras acabaron en el plato.

Cuando esos recursos se agotaron, la población buscó otros animales. Los perros y gatos desaparecieron de las calles, e incluso las ratas fueron capturadas para ser cocinadas. Pero la cantidad no era suficiente. El hambre seguía extendiéndose, y fue entonces cuando surgió una nueva idea: acudir a los zoológicos. Si había animales allí, ¿por qué no usarlos como última reserva alimenticia?

Un menú de Navidad

A continuación, hacemos la transcripción de uno de los míticos menús de la época.

25 de diciembre de 1870
99º día del asedio

Entrantes (Hors-d’Œuvre):

  • Mantequilla
  • Rábanos
  • Cabeza de asno rellena
  • Sardinas

Sopas (Potages):

  • Puré de alubias rojas con picatostes
  • Consomé de elefante

Platos principales (Entrées):

  • Pescaditos fritos
  • Camello asado a la inglesa
  • Civet (guiso) de canguro
  • Costillas de oso asadas con salsa a la pimienta

Asados (Rôts):

  • Pierna de lobo con salsa de ciervo
  • Gato blanco de ratas (el plato más enigmático: posiblemente gato alimentado con ratas o una ironía del chef)

Acompañamientos y platos varios:

  • Ensalada de berros
  • Terrina de antílope con trufas
  • Setas a la bordelesa
  • Guisantes con mantequilla

Postres (Entremets y Dessert):

  • Pastel de arroz con confituras
  • Queso gruyer
Menú del 25 de diciembre en un restaurante parisino. Fuente: Wikipedia

Más allá de la anécdota

La historia de estos elefantes puede parecer anecdótica, pero encierra lecciones profundas sobre la naturaleza humana. En tiempos de crisis, lo impensable se convierte en posibilidad. París lo vivió con intensidad, y dejó huellas en su memoria colectiva. No fue solo una ciudad sitiada, fue una ciudad obligada a redefinir sus valores.

Castor y Pollux no murieron por enfermedad ni por accidente. Murieron por hambre ajena. Fueron parte de una cadena de decisiones forzadas que ilustran hasta qué punto una sociedad puede transformarse bajo presión. Su carne no alimentó multitudes, pero su historia alimenta hoy una reflexión imprescindible sobre lo que somos capaces de hacer cuando todo lo demás se rompe.

Cortesía de Muy Interesante



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