Una cosa tienen en común el Ministerio de Seguridad y Justicia de Holanda, la compañía japonesa Canon y los trenes franceses. Nos referimos a las moquetas que visten los suelos de sus oficinas y de los vagones galos. La compañía que las ha fabricado es la británica Desso, una de las primeras del mundo en usar materias primas que puedan separarse correctamente en su proceso de reciclaje. Esta empresa se alió en noviembre del año pasado con la asociación holandesa de compañías de agua para reutilizar 20.000 toneladas de carbonato cálcico en la fabricación de alfombras.
Desso se enorgullece de que el 50 % de sus productos es de segunda mano. ¿Cuál puede ser la ventaja de complicarse de este modo? Para empezar, baja los costes, al utilizar los desechos generados por otra actividad. Con ello, crea una nueva cadena de fabricación que ahorra materiales. Y, de paso, presenta un buen quebradero de cabeza a los ayuntamientos, últimos responsables de la gestión de residuos.
Cubos de reciclaje: En el amarillo, envases ligeros (plásticos, latas); en el azul, papel y cartón; en el rojo, desechos peligrosos (pilas, aceite, insecticidas); en el marrón, basura orgánica biodegradable. Todo lo que lleve el logo de las flechitas circulares se puede reaprovechar.
Fabricar a lo loco
El gesto de esta compañía británica ha sido voluntario, ¿pero qué pasaría si se penalizara a las empresas que pusieran en circulación materiales que se convierten en desechos difíciles o caros de reciclar? Como explica Víctor Mitjans, coordinador de estudios en la Agencia de Prevención de Residuos de Cataluña, “ahora, los fabricantes no están obligados a pensar qué pasará cuando finalice la vida útil de sus productos. Sin embargo, es muy importante, porque ahorraría mucho dinero a la recogida selectiva y a las administraciones”.
Por otra parte, pagar por generar basura es lo que ya deben hacer los ciudadanos de varias naciones europeas. El Si queremos un futuro sostenible para nosotros y nuestros hijos, una de las piezas clave es el reciclaje, recuperar todo lo que tiramos, desde las botellas de plástico a las sobras de comida, para reaprovecharlo. El mejor ejemplo es Bélgica, el país con la tasa de reciclaje más alta de los veintiocho de la Unión Europea.
Allí, los ciudadanos deben comprar bolsas de colores homologadas en función del tipo de desperdicio que tiran. Las destinadas a la recogida selectiva son más baratas que las que mezclan todo tipo de residuos. Y no basta con separar bien. Los belgas han de estar atentos a determinados días en que pasa el camión encargado de llevarse los envases o el papel, o los restos de comida, pues los servicios municipales de basura siguen un escrupuloso calendario y pasan solo en días concretos. En España, existen aún pocas iniciativas de este tipo, y el pago por la recogida selectiva suele estar incluido en la factura del agua o el recibo de la luz.
Bajo pena de multa
Mientras tanto, en ciudades como San Francisco, en California, hogares y negocios están obligados a separar los desperdicios según su naturaleza, bajo pena de multa. ¿Sería buena idea seguir su ejemplo y penalizar al que no lo haga? En Cataluña, el Gobierno autonómico decidió en 2004 que sí. Aunque no directamente al ciudadano, sino a los ayuntamientos. Hay que recordar que en España la política de la recogida selectiva depende de estas corporaciones, de forma que deciden los 8.122 municipios existentes.
Ese año se instauró un canon que, hace unos meses, subió de 15,8 a 19,1 euros por cada tonelada que termina en un vertedero. Con ese dinero, y a través de la Agencia de Residuos de Cataluña, los municipios deben invertir en campañas de prevención de generación de desechos. La Generalitat tiene previsto incrementar esa cuota a cincuenta euros en 2020.
“Es impopular subir estas tasas. Sin embargo, si el Ayuntamiento sabe que posiblemente le costará cincuenta euros recurrir al vertedero, lo limitará”, según explica Josep Maria Tost, director del citado organismo. El coste medio de su gestión en Cataluña es de 35 euros por tonelada, además del canon. Pero, si el Ayuntamiento lleva ese volumen a reciclar, ahorra. El aumento de la recogida selectiva ha sido uno de los grandes logros de esta política. Según cifras del organismo catalán, en 1995, la tasa de reciclaje era del 3,5%. Hoy es del 38%. “Y el canon ha sido uno de los estímulos importantes”, recalca Tost.
La baza de la economía circular
Confiar la política de gestión de desechos únicamente a la buena conciencia ciudadana está virando hacia un nuevo punto de vista, que los considera como mucho más que basura. La iniciativa voluntaria del fabricante de moquetas Desso nos da una pista de la tendencia que empieza a tomar forma. Hace veinte años, los residuos eran un problema sanitario, hoy son un foco de oportunidades.
Pero ¿es posible aprovechar cualquier resto de un material y reaprovecharlo una y otra vez? Por ahora no, aunque cada vez tiene más peso la economía circular, que apuesta por materiales reutilizables para que entren de nuevo en la cadena productiva. Esto supone un vuelco en la forma en la que los países industrializados entienden la fabricación de los millones de bienes que consumen, pues no deja de crecer la presión sobre el precio de las materias primas.
“Estas cada vez serán más caras. En 2007, la tonelada de papel y cartón costaba 37 euros. Hoy se cotiza a cien euros”, apunta Tost. Queda por ver si la nueva Comisión Europea mantiene el objetivo de alcanzar una tasa de reciclaje del 50% en 2020 en el nuevo borrador de economía circular que prepara el Ejecutivo comunitario para este año.
Una veintena de plásticos
Según esta nueva lógica, lo más aconsejable sería reciclar por materiales. Esta es la manera en la que cada producto se aprovecha al máximo, aunque encarece el coste de la gestión. En España, los ciudadanos separan en sus casas los envases del papel, del cartón y del vidrio. Cada uno tiene su propio contenedor, al que se añade un último para la fracción resto, que es como los expertos llaman en su particular jerga a todo lo que termina mezclado, comida incluida.
Destaca aquí el caso de los envases de plástico, pues la sofisticación de los bienes de consumo ha ido complicando su composición. En la actualidad, se puede encontrar hasta una veintena de distintos tipos en el mercado, lo cual hace más difícil su máximo aprovechamiento. Eurostat, el servicio estadístico de la Unión Europea, situaba la cifra en un 35,1 % para esta clase de materiales, en 2012.
¿Qué nuevos productos pueden obtenerse del plástico?
Una cañería, un tubo de riego o, en el mejor caso, un nuevo envase. De este polímero también sale ropa, como los forros polares. Estos son un buen ejemplo de los límites actuales de la reconversión de materiales de segunda mano, pues esta prenda de invierno es la última parada de su transformación en materia prima. Por ahora, resulta imposible volver a sacarle partido.
Del plástico PET, sí es posible sacar un producto equivalente, es decir, que de una botella puede obtenerse otra nueva. El más resistente de los polímeros –y el más valioso– se utiliza en la fabricación de envases para agua y refrescos. Según cálculos de la empresa valenciana Caiba, uno de los fabricantes pioneros de PET en España, el 75 % del aceite de oliva que se comercializa aquí se ofrece en botellas de este material, que ha sustituido masivamente al vidrio.
Un depósito por casco
Por otra parte, a pesar de que pueden reutilizarse, el abandono de estos envases –al igual que las latas, que son de un único uso– supone un problema ambiental que nuevas voces proponen resolver completando el actual sistema del contenedor amarillo –donde ahora tiramos estos materiales– con otro de depósito y retorno. Es la propuesta de la ONG Retorna, que cifra en treinta millones los envases que se tiran en calles o en playas.
Según este sistema, que se emplea en otros países como Alemania, el consumidor paga una cantidad simbólica como depósito al comprar una bebida envasada en plástico PET. Si lo devuelve, en un comercio o en máquinas expendedoras, recupera ese dinero. La idea es apelar al valor económico de los materiales para, así, asegurar la separación del PET y convertirlo en un envase equivalente, dando un paso más hacia la producción sostenible.
Por su parte, el papel tiene mejores posibilidades, “aunque no es posible cerrar el círculo, por una cuestión de calidad”, nos comentan en Ecoembes, el organismo que se encarga de la gestión de recipientes, papel y cartón. Es decir, siempre tiene que haber algo de celulosa virgen en la fabricación de papel y cartón, pues, de otra forma, se quebrarían.
El vidrio como un elemento aprovechable
Sin duda, el vidrio es el elemento más aprovechable. Digamos que de una botella siempre saldrá otra que, a su vez, se podrá transformar de nuevo, y así infinitas veces. Según Eurostat, en 2012, se recicló el 68,9 % de esta clase de envases, la cifra más alta en comparación con los demás materiales. Esto es posible gracias al calcín, que sustituye a la arena y la sosa presentes en el vidrio virgen.
Este material no solo hace posible que se cierre el círculo, sino que también ahorra energía en el viaje que realiza una botella hasta transformarse en otra nueva. El calcín funde a 1.300 ºC, doscientos menos de los que necesita la arena. Asimismo, es más eficiente: de una tonelada de calcín se obtiene una tonelada de envases, mientras que para la misma cantidad hacen falta 1,2 toneladas de materia prima virgen.
El viaje de una botella de vidrio
1. Selección en casa. Cada español separa 14,8 kilos de vidrio, que equivalen a 56 envases.
2. Deposición en el contenedor. Cada hogar tiene uno de ellos a menos de doscientos metros. De media, hay un contenedor por cada 240 habitantes.
3. Transporte a la planta de tratamiento. Existen catorce en España y Portugal.
4. Allí, el vidrio se convierte en calcín para obtener nueva materia prima. Este sustituye a la arena y la sosa que componen el vidrio virgen.
5. El calcín ahorra energía en el proceso de transformación, pues funde a menor temperatura que la arena: 1.300 ºC para el calcín y 1.500 ºC para la arena.
6. El calcín es más eficiente: con una tonelada, puede fabricarse otra tonelada de envases, mientras que para la misma cantidad son necesarias 1,2 toneladas de materia prima (arena y sosa).
7. Las empresas vidrieras reciben ese nuevo material para transformarlo en materia prima. Existen doce vidrieras en España.
8. El vidrio cierra el círculo, es decir, puede convertirse otra vez en materia prima –o en una nueva botella–, sin límite de uso.
9. No hay una etiqueta específica que informe al consumidor de si se trata de vidrio reutilizado, puesto que todos los envases ya tienen una parte reciclada.
Prendas y accesorios que parecen nuevos
Una botella de plástico, una red de pesca vieja o los posos de café. Ya no es que puedan reciclarse, que pueden, sino que son capaces de convertirse en la chaqueta o las zapatillas de mejor calidad y más a la moda del momento.
Eso es lo que ha conseguido ECOALF, la compañía española creada por el emprendedor Javier Goyeneche. Su labor es una proeza técnica y estética. Lo primero, porque sale en busca de residuos en catorce países, a los que luego hay que dedicarles muchos meses de investigación hasta transformarlos en nuevos hilos que tejan ropa o complementos. Lo segundo, porque el principal límite de la moda hecha a partir de tejidos reutilizados es que no logran esconder su origen.
Que un residuo pueda convertirse en nueva materia prima de mejor calidad es lo que los anglosajones llaman upcycling. Y funciona. ECOALF recupera lo que otros tiran y lo convierte en nailon de la mejor calidad. Tiene acuerdos en Corea para transformar viejas redes de pesca en nuevas texturas para sus productos; en Taiwán, para utilizar posos de café; y en España, para dar vida a los neumáticos viejos en suelas de zapatillas que parecen nuevas.
La mar, de moda.
Una vez que ECOALF encuentra el residuo, busca un socio local para cerrar el proceso en ese lugar. Tendría poco sentido ambiental reciclar en un país y trasladar la nueva materia prima a otro. El siguiente reto para esta compañía es recuperar desechos del mar y convertirlos en ropa. A ver qué sale. Existen plantas especializadas en el tratamiento del polietileno, uno de los plásticos más resistentes y aptos para su reciclaje. Esta de Dagenham, en Londres, transforma viejos envases de PET y HDPE en otros nuevos.
La empresa española ECOALF se basa en el concepto de moda sostenible, y crea ropa y accesorios a partir de residuos reutilizados.
¿Y qué pasa con las sobras?
Aunque para los expertos el reciclaje por materiales es uno de los grandes déficits en España, realizar la separación de residuos de esta forma encarecería el sistema. Por eso, por ahora, el plan B está centrado en los puntos limpios. A ellos, se puede llevar todo aquello que se sale de los cuatro contenedores: pilas, aparatos eléctricos, teléfonos móviles, electrodomésticos y un largo etcétera que recuerda el objetivo de la economía circular.
Es decir, no tirar nada que pueda tener valor. Y aquí ya no bastaría con depositar el viejo televisor o la impresora en uno de los 2.000 puntos limpios dedicados a los aparatos eléctricos y electrónicos repartidos por el país, según cifras de la fundación Ecolec, en Madrid, sino dar un paso más e intentar repararlo.
Ahora bien, hay un residuo que, por el momento, pasa desapercibido para la inmensa mayoría de los municipios españoles y que, sin embargo, es el más cuantioso: la comida. Restos de frutas, hortalizas, carnes y todo lo que proceda de alimentos frescos representan el 43 % de los desechos en España, de acuerdo con los últimos datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, de 2012. Para hacerse una idea de lo que suponen estas sobras en relación a otras, ese mismo informe señalaba el 14 % para los envases ligeros, el 18 % para el papel y el cartón, el 7 % para el vidrio y el 18 % para otro tipo de basura.
En este campo, destacan las iniciativas del País Vasco, con una planta de compostaje en el ecoparque de Artigas (Guipúzcoa), donde tratan los restos orgánicos biodegradables para producir biogás y, con ello, obtener energía. Además, han colocado contenedores específicos para la recogida de desperdicios de comida en varios de sus municipios.
Un impuesto muy transparente
La materia orgánica no tiene gran valor económico, si se compara con una tonelada de plástico PET, pero su recogida podría servir para fabricar compost y evitaría arruinar otros materiales que ahora quedan contaminados e inservibles cuando la separación no es correcta. En palabras de Mitjans, “su tratamiento debería ser prioritario para así ahondar en un futuro en el que la Administración se centre en gestionar desechos que son de todos y que no han crecido en cantidad, como sí lo han hecho los productos de consumo”.
Por último, como señala Tost, una de las debilidades actuales de la política de reciclaje es que aún no se ha calculado el coste real de la gestión de los residuos, de su recogida y de su tratamiento. “Debería ser una tasa transparente, que no esté dentro de otros impuestos como el IBI o el recibo del agua”. Después quedaría que los ayuntamientos trasladaran el gasto real de la recogida selectiva a los ciudadanos.
Cortesía de Muy Interesante
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